Desde hace años, cada vez que hablo de un hombre, mi amiga Ali me pregunta "¿y? ¿reúne las tres condiciones?" mientras una sonrisa enigmática se le dibuja en la boca.
Resulta que a los 16 años llegué a una reveladora verdad. Para que me gustara un chico, mucho, para que me llegara a enamorar, sólo debía contar con tres virtudes.
#1. Que sea inteligente.
#2. Que sea culto.
#3. Que me haga reír mucho.
Diez años después, se da por descontado -bueno, YO doy por descontado- que si le doy bola a un tipo es porque tiene las tres "virtudes". Ni que fuera tan difícil, la inteligencia es una cualidad absolutamente sobrevalorada, todavía queda gente medianamente culta y para hacerme reír no hace falta más que un porro.
Lo alarmante es que con cada año que pasa, esa lista, tan magra en mi adolescencia, se abulta más y más, rayando lo absurdo.
#345. Que siempre quiera ver pelis de superhéroes.
#723. Que su Batman favorito sea Christian Bale.
#537. Que me quiera cojer a toda hora, aunque sólo sea para fomentar mi histeria.
#901. Que haya leído El Maestro y Margarita (o que esté dispuesto a hacerlo).
#294. Que deje su perfume sobre mi almohada.
#618. Que en su armario no haya un jogging blanco.
#429. Que siempre quiera jugar a un juego que no sé cómo se llama y que ahora no tengo ganas de ponerme a explicar, pero que es muy ñoño y divertido.
#851. Que le sonrían los ojos.
#365. Que tenga cojones para taparme la boca con un beso cuando me pongo muy neura.
#829. Que... que... no sé.
Entonces, cuando Ali pregunta yo me hago la boluda, no sea cosa que me tenga que poner a enumerar todo lo que quiero. No sea cosa que me salga con la trillada frase "eso porque todavía no conociste al hombre que te va a hacer olvidar de todas esas cosas". No sea cosa que me crea que puede llegar a existir ese hombre, que barre con listas neuróticas y recibe y da amor sin condiciones.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.
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