Si estás mal de salud, comete un churrasco. Si estás mal de ánimo, comete unas tortas fritas. Y si andás llorando por amor, jodete, sos una boluda, nadie que te hace llorar te merece, no sé qué estás haciendo, gastando lágrimas al pedo. Esa es la filosofía de mi abuela. Asi crió a mi madre. Así crecí yo, convencida de que una entrañita era capaz de hacer desaparecer una contractura, ocultando lágrimas o disfrazándolas de fracasos escolares o dolores de panza -sólo si estaba dispuesta a aceptar el remedio vacuno- con tal de no sentirme una tarada por andar llorando por andá a saber cuál pendejito que me tenía a mal traer.
Fue difícil hacer malabares con esos dos universos: el de la nena/púber/adolescente que sólo tenía tiempo para el estudio y actividades extracurriculares y el de la susanita incorregible que iba suspirando por todos los fulanitos que le quitaban una sonrisa. Qué digo, no fue difícil, fue imposible. No pude con eso, no me salió. Mi mente fue ganando terreno, conquistando espacios, volviéndose cada vez más hábil. Y mi pequeña susanita quedó rezagada en un rincón, juntando lágrimas en frascos, fantaseando matrimonios, sin que nadie la escuchara; a veces una guardia se baja y sale a la superficie, entonces guardo boletos de colectivo y envoltorios de chocolates, escribo párrafos cursis en mis cuadernitos y libretitas, y hago el jueguito ese en el que se escribe el nombre de los dos para sacar un porcentaje de no sé qué -sí, he hecho el jueguito ese con 25 años, me la banco-. Hasta ahí la dejo ir, después de eso, esquivar miradas, ponerme colorada y enarbolar teorías acuarianas de poligamia y desapego.
Justo en el medio, entre mi cabeza -porque estoy convencida de que a veces se convierte en una entidad independiente, casi ajena- y susanita, estoy yo. Yo, que siento todo, tanto, tan intenso y no sé cómo manejarlo. Que me desmorono si me corren el pelo de la cara con un poco más de delicadeza que lo habitual, porque recién a esta altura del partido me permito disfrutar de la dulzura. Que quiero, que realmente quiero, pero a veces no puedo.
Lloro, sin juntar nada en frasquitos. Tampoco me castigo.
Ni me como una torta frita. Ni nada.
No me sale llamarlo "eso"
Hace 12 años.
2 comentarios:
lee tu ultimo twitter y comparalo con el final del post. ahi esta la respuesta.
btw, no se si es dificil conocerse a si mismo o muy facil...
Soria. Cómo te quiero!
La respuesta estaba ahí nomás.
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