sábado, septiembre 24, 2011

Me subí al 140, me senté en uno de los asientos contra la ventana, me puse los lentes -que tienen el marco turquesa y me hacen lucir como un personaje de Gasalla-, cerré los ojos y empecé a quedarme dormida cuando me dio la sensación de que parte de mi pollera estaba ocupando el asiento de al lado. Si alguien quería sentarse, tenía que correr la pollera, o sentársele encima. Y si ese alguien era tan neurótico como yo, la iba a pasar mal. Entonces, estiré la mano para meter la tela que imaginaba sobrante debajo de la pierna y seguir durmiendo. Ni siquiera atiné a abrir los ojos, manoteé y listo.
De pedo que no le agarré el pito al pibe que se había sentado al lado mientras yo pensaba en todo el asunto de la pollera. Fue un roce intenso, pero de ahí no pasó.
Pobre, estaba de jogging él.

lunes, septiembre 19, 2011

A mí me parece que la tecnología como facilitadora del garche es lo mejor que pasó en los últimos años. Podrán tildarme de vaga, de amarga que no quiere salir y de muchas cosas más, pero -al menos desde mi punto de vista- poder levantarme a alguien desde la comodidad de mi hogar es un gol, algo que le agradezco infinitamente a la posmodernidad.
Abajo el prejuicio estúpido que dice "los que quieren conocer gente por internet son todos losers y feos"; es mentira. Nada más alejado de la realidad. Redes sociales, blogs y chats abundan en gente interesante con ganas de conocer a otras personas para revolcarse, ennoviarse o dejarse fluir en el devenir de los vínculos. Y si bien hay que tener paciencia, filtrar y estarse atento a los detalles, prefiero eso, toda la vida. En serio, ¿no es algo fantástico sentir nacer el interés por el otro mientras se comen papitas y se toma coca del pico?
Uno se vuelve creativo al relacionarse cibernéticamente. Se le encuentra el gusto a mostrarse por cam o a relatar escenas porno. Se estimula la escritura y el uso de la palabra se torna cada vez más poético. Se charla de cosas interesantísimas y se tiene acceso a personas a las que nunca hubiéramos cruzado de otro modo. Por ejemplo, ayer a la noche me hablaron del concepto de entropía y el big crunch. A ver, yo quiero que alguien me diga a cuál bar van los muchachos de exactas a levantarse minas explicando el principio de incertidumbre porque quiero pasar todas mis noches ahí; mientras tanto, gtalk, facebook chat y msn.
Para cuando llega el momento del encuentro, se sabe tanto del otro que es muy difícil pasarla mal. De hecho, las estadísticas arrojan que en 8 de cada 10 citas hay polvo; en 6 de cada 10 hay reincidencia. Esos números son demasiado buenos como para ignorarlos.
Después, sí, está todo el tema de pelearse y que el otro te siga leyendo el blog a escondidas o que trate de levantarse a otras/os y vos lo tengas que ver en tu timeline o muro; pero esos son avatares de las relaciones. Prefiero dejar de leer un blog o de postear acerca de ciertos asuntos antes que cruzarme todos los días en el laburo con un tipo con el que la cosa no funcionó.
Sin ir más lejos, este blog me trajo en bandeja a varios de los hombres más encantadores que haya tenido en mi cama; ni hablar de que me hizo conocer a mi amigo y consejero y reencontrarme después de varios años con mi amiga Lali, La Secretaria. Facebook me sirvió para ubicar ex's y deshecharlos a todos, salvo a uno, que me hizo tener una primavera de lo más pecaminosa el año pasado. Twitter es fuente de amores platónicos y admiración ilimitada; también es un garchadero y el momento en el que se recibe el DMdecoger es glorioso.
Abracemos esta era de Acuario y entreguémonos a los nuevos soportes facilitadores de garche.
Dejemos el prejuicio de lado y a tuitear con alegría.
Que la palabra nos caliente y haga explotar el cuerpo con fantasías.
Vamos, que saber que la contraparte no tiene faltas de ortografía NO TIENE PRECIO.

martes, septiembre 13, 2011

Primero entró la señora con pinta de freak que se llevó Las mujeres que aman demasiado y me contó que se lo iba a mandar por correo a un amigo suyo que estaba en psiquiátrico. Parece que hace como 40 años el tipo salía de un nosequé de meditación y justo había un enfrentamiento entre Montoneros y la policía y él cayó en la volteada, pero no se lo llevaron preso, lo metieron en el Borda. A los pocos meses lo dejaron salir, pero el pobre tipo ya había quedado del moño y nunca se pudo recuperar. Bueh, la cosa es que hace uno sños el flaco se enamoró de una mina que había conocido en uno de sus nosequé de meditación pero resultó ser que la mujer estaba más loca que él, así que terminó internado; por eso su amiga -mi clienta con pinta de freak- le estaba comprando el libro este. También andaba en la búsqueda de El arte de amar, pero ya no nos queda. La mina no registraba que estaba en una librería y no tomando un café con una amiga. Otra gente me pedía cosas mientras la señora narraba historias que no llegué a registrar porque me estaba poniendo de un pésimo humor.
Después, apareció uno que me preguntó por la trilogía de la fundación de Asimov, pero me costó entenderle porque en vez de "asimov" decía, "siminov". Este también me agarró de psicoanalista y me contó que él tenía toda la bibliografía de Asimov -o "siminov", para el caso es lo mismo- y también los seis tomos de Dune pero que después pasó una tragedia (sic). El tipo, no me explico por qué, se tuvo que mudar a la casa de su hermana hace unos cuantos años; se llevó todos sus libros y como a ella le parecía que ocupaban demasiado espacio, un día se los quemó. "¿Se los quemó? ¿En serio?", pregunté. "Llegué y había una caja con las cenizas", me respondió el fanático de siminov. Así que me conmoví, pero después se puso denso, preguntándome por mil títulos que no se consiguen ni en un universo paralelo, instándome a que los googleara y rastreara en Mercado Libre, y ya me puso de malhumor.
Entonces, sí, estoy de mal humor. No sólo por haber oficiado de oreja para estos dos sujetos carentes de ubicación, sino porque leí dos veces en lo que va del día el adverbio "altamente". "Altamente" es una aberración del idioma y quiero que todos los que lo usan se den el dedo chiquito del pie contra las patas de la mesa.

domingo, septiembre 11, 2011

Y aunque tenga que levantarme en cinco horas para tomarme una combi rumbo al lejano sur, me desvela la energía del sábado. Me mantengo despierta para no sentir que desperdicié "el finde". Me mantengo despierta revolviendo logs e historiales en busca de una conversación en particular llena de revelaciones; y sí, esto podría ser un eufemismo del desperdicio, pero no, esta vez no. Me mantengo despierta y encuentro lo que buscaba. También me encuentro a mí en un momento de mierda, de mucha tristeza y lo encuentro a él, mi ángel de la garcha desde hace casi una década. Si tuviera que escribir mi educación sentimental, él sería mi maestro, sin dudas.
Me levanto y huelo la tapa del desodorante Dove, porque me hace acordar a él, que siempre tenía olor a jaboncito y el pelo suave a lo Johnson&Johnson. Sigo leyendo logs y me río, me sonrío, me enrosco el pelo y me pongo contenta. Lo retuiteo, lo faveo y le mando un saludo por línea privada, creyendo que no se imagina la huella que imprimió en mi manera de definirme. Pero él sabe.
Nos mandamos besos, abrazos, nos prometemos cosas, rememoramos otras.
Un día voy a agarrar y ponerme a escribir toda nuestra historia como si fuera una novela para veinteañeras calenturientas que leen la cosmo, pero todavía no, no es el momento aún.


A veces me da la sensación de que tipeo más veces "un abrazo" que los abrazos que realmente doy. Pero no importa. Un DM, un emoticón, un post, un mail, también pueden ser gestos de amor. Y yo de amor estoy llena. Llenísima.

sábado, septiembre 10, 2011

Hay semanas tan cargadas de todo que ni tiempo dan para pensar; y cuando hablo de pensar no me refiero al análisis sintáctico de ablativos absolutos en latín sino al entramado de retrospectiva, observación de situaciones actuales y búsqueda de patrones conductuales, que viene siendo mi hobbie de los últimos 23 años más o menos. Al principio esa vorágine me hace sentir bien, productiva; me llena de energía levantarme y saber que tengo el día ocupado con cosas que me van a ser útiles. Hay un placer extraño al acostarme hecha percha y saber que me esperan pocas horas de sueño y un día lleno de actividades -tengo una faceta estoica que emerge cada tanto-, pero se me hace un cortocircuito cuando hay oportunidad de descanso. Como si millones de pequeñas ideas listas para ser desarrolladas hubieran quedado relegadas, latentes, y se amontonaran en algún umbral del inconsciente, preparadas para salir disparadas al menor indicio de tranquilidad.
Estos últimos días fueron agitados, largos, llenos de pequeñas responsabilidades impostergables. No estoy acostumbrada a esto, mi ritmo es otro; el compás me lo suelen marcar mi cabeza y mi deseo, no los turnos de médico de mi abuela, las fechas de entrega, las cursadas hasta entrada la noche o los trámites bancarios; pero, como dije antes, me adapto fácil a las nuevas reglas. El problema apareció ayer a la tarde, ya libre de obligaciones extra. Un tsunami de angustia se me vino encima. Una supernova de tristeza me estalló en el estómago. Todo junto: la soledad, las cuentas pendientes, la soledad, los problemas familiares, los asuntos de guita, la soledad, el escepticismo que me está costando frenar, la soledad, la expectativas académicas y laborales, la soledad. Llegué a mi casa al borde del llanto, con una bolsa con una cerveza negra colgándome del brazo y ganas de meterme en la cama sin cenar. Piqué algo en la cocina mientras trataba de tomar una decisión fundamental, ¿ponerme el pijama, cargar en cuevana una romántica lacrimógena que me hiciera sentir que nunca voy a sentirme capacitada para vivir el romance en todo su esplendor o abrir la cerveza, poner Bikini Kill al mango y ponerle onda a la vida? Como ya estoy re podrida de elegir la primera opción y embolarme, opté por la segunda. Para la una de la mañana los vecinos ya me habían llamado para pedirme que bajara la música (sin darse cuenta de que la música estaba baja, la que gritaba sobre Le Tigre era yo), se me había pasado la tristeza y estaba apenitas alegre de borrachera. A veces me olvido de que no hay mucho truco. La soledad es una constante, sólo tengo reencontrarme con la parte de mí que mejor me cae para no sentirla como un peso sino como algo inherente a la existencia. A veces me olvido de que, en general, yo soy la persona con quien mejor la paso. Y cuando me vuelvo a acordar, me inunda la satisfacción.
Después, me tomé un taxi hasta Villa Urquiza para garchar un rato, porque no hay mejor manera de festejar el reencuentro con la propia esencia que pegarse un buen revolcón con un amante rendidor.
O bien, no hay mejor manera de festejar. Lo que fuere que se festeje.
O bien, no hay mejor.

viernes, septiembre 09, 2011

I wish I could drink like a lady
I can take one or two at the most
Three and I’m under the table
Four and I’m under the host
Dorothy Parker

Si bien ando muy sana y natural, desayunando licuados de frutilla con naranja y esquivándole al alcohol los días de semana, quiero darle la bienvenida a la temporada de aperitivos en la terraza, cervecitas a la salida del profesorado, juntadas con amigos regadas de fernet y, por qué no, veladas calenturientas maridadas con old fashioned y negronis.
Salú.

martes, septiembre 06, 2011

¿Vieron que en muchas películas medio romanticonas hay un personaje que tiene como dos millones de años y en algún momento cuenta cómo conoció a su mujer y cómo en ese preciso instante se dio cuenta de que era la mujer de su vida? El viejito tierno dice que la vio subirse al ascensor/entrar a la habitación donde el estaba/parar un taxi/acariciar a un perro/whatever y que supo que quería pasar el resto de su vida con esa mujer; en algunos casos, el anciano sabe que va a compartir su existencia con la minita. Bueno, a mí los personajes que dicen esas cosas me dan mucha ternura pero no les creo un carajo; y eso que son personajes de una peli. O sea, ni hablar si alguien que está hablando conmigo me llega a decir algo similar. No le creo un carajo.

Y hay muchas cosas que no le creo a la gente respecto del romance y el amor. Porque soy una rompebolas que a todo le busca explicación y argumento. A mí un tipo no me gusta. A mí un tipo me cabe porque me es afín en un montón de cosas, tiene una Luna compatible con la mía, cogemos lindo y le gusta ir a comer comida peruana. Por ejemplo, eso de "lo vi y me enamoré" me parece de autoengaño perverso. Es hacerle el juego al pelotudeo hollywoodense; es seguir atada al mandato de las novelas de Andrea del Boca; es estar destinada a la decepción. Hay que ser sinceras, chicas, muchachos. Lo-vi-y-me-enamoré es una pelotudez. Lo vi y me lo imaginé en pelotas encima mío. Lo vi y me mojé. Lo vi y especulé con qué carrera estaría estudiando. Lo vi y quise saber a quién había votado en las primarias. Enamorarse es otra cosa.
Eso sí, cuando me pasa por al lado mi compañerito que es menor que mi hermana y me hace una caricia en el hombro, me siento un personaje de una novela pedorra de Cris Morena. El verbo es estremecer.
Y me da un escalofrío, pero cálido. Un escalocálido.

domingo, septiembre 04, 2011

Cuando a los 18 años me anoté en psicología, todos dijeron "sí sí, vas a ser buena psicóloga", por los rulos, la capacidad de escucha y mi obsesión por desentrañar los misterios de las conductas dañinas e incomprensibles.
Cienco años después, cuando mandé todo al carajo y me pasé a Letras, todos dijeron "ah, no, esto va mucho mejor, es para vos", por la lectura compulsiva de narrativa y el interés por la teoría literaria.
Un poco más tarde, cuando me agarró un acv que nadié percibió pero que estoy segura de que ocurrió (otra explicación no le encuentro) y me anoté en física, nadie dijo nada. Bueno, no, decían "está bien, si tenés ganas, hacelo".
Pero algo diferente sucedió cuando decidí anotarme en el joaquín y ser en unos años profesora de lengua y literatura. Se abrieron las aguas. Las opiniones se diversificaron. Ahora hay dos bandos. Los que dicen que voy a ser una profesora turra, exigente, intransigente, fría y distante y los otros que aseguran que voy a ser de esas que aparecen a las 7 de la mañana con mirada de no-me-acuerdo-cuánto.whisky-tomé-anoche y un escote revelador, tratando de hacerle parar el pito a los adolescentes.

Yo no sé qué clase de profesora voy a ser, lo que sí sé es que hace un rato me desperté de la siesta con una calentura x400 y cuando me acordé de lo que había soñado, casi me muero.
Resulta que estaba en una clase de literatura de cuarto año en el pelle, como ayudante. Había un pibe, un quinceañero, un borrego, unn gurí, que se partía al medio y yo le coqueteaba. Lo llamaba por su apellido y, mientras me hacía la linda, le halagaba sus observaciones sobre Triste, solitario y final.

viernes, agosto 26, 2011

Che, ¿de verás siguen existiendo tipos que diferencian a las minas en categoría "para novia" y categoría "para garchar"? Lo pregunto en serio, eh. En los últimos meses me contaron un par de historias que me dejaron con mucha indignación y ganas de pegarles un rodillazo en las pelotas a los retrógrados esos.
Ojo, eh, que yo sé que a veces conocemos a alguien y sabemos que la relación no va a dar para más que garchar porque la otra persona no nos cierra para un vínculo más profundo. No hablo de esos casos. Me refiero a los chabones que si una mina les chupa la pija y se traga la leche con alegría, en su fuero interno la tildan de puta y la tachan de la lista de potenciales madres de sus hijos. Los flacos que le meten los cuernos a sus novias lindas, buenas y virginales -que gustan de coger tanto como cualquier cristiano- con "esas otras" que no tienen problemas en explorar el catálogo de perversiones políticamente correctas. Los infelices que no pueden entender que a las minas nos copa, nos encanta, nos fascina garchar. Garchar. No hacer el amor. Garchar. Esos que se callan las opiniones y pilotean los ataques machistas, pero que cada noche, cuando piensan en todos los tipos que quizás su chica se cogió en el pasado, sufren y no tienen la fortaleza para superar ese obstáculo absurdo. Los que están seguros de que las mujeres cogemos para obtener otras cosas, materiales o del ámbito del status.
Y ahora que lo pienso, le pegaría un pelotazo en las tetas a las estúpidas que se horrorizan si su novio se pajea mirando algún videíto en poringa. A las que se piensan que el culo se entrega, como si fuera algún tipo de diploma por el que hay que hacer mérito para merecer. Esas que despliegan una telaraña de manipulaciones, negociados e histeriqueos sólo por revolcarse un rato. Las minitas que se piensan que les faltan el respeto y se ofenden si les dicen "putita" mientras les dan murra, pero que después son capaces de descartar a un pibe porque no tiene auto. Las conchudas que emiten juicio sobre la vida sexual de sus amigas más libertinas para sentirse mejor con ellas mismas. Las que creen que cogerte es hacerte un favor.
Bueh, parece que ya me contesté la pregunta. Y no sé si se habrán dado cuenta ya, pero estamos rodeados.

viernes, agosto 19, 2011

- ...Así que sí. Todo necesita una explicación. Siempre. Siempre, siempre.
- ...
- ¿No funciona así la gente?
- ¿Así cómo?
- Así, intentando entender el por qué y el cómo de las cosas.
- ...
- ¿Vos qué me querés decir, que hay gente que hace las cosas porque sí, sólo porque tienen ganas? ¿Que hay personas que hacen lo que se les canta y después ni piensan en mirar para atrás?
- Yo no digo nada del resto de la gente. Hay de todo.
- Nah, dejate de joder. Yo no conozco a nadie así. Eso es de heroína de comedia romántica hollywoodense. Eso de la espontaneidad es un mito.
- Me parece que lo que pasa es que vos siempre te relacionás con gente como vos.
- ¿Gente como yo? ¿Cómo?
- Gente del mundo de las palabras, del pensar, del reflexionar sobre todo.
- Ah. Sí. Puede ser. Pero, en serio, ¿cómo hace el resto? ¿Les sale bien?
- ¿Si les sale bien qué cosa?
- LA VIDA: Porque si les sirve, enseñame.
- Y, no sé, Celeste. Si hay gente así, no creo que sienta la necesidad o el deseo de psicoanalizarse.
- ¡JA!
- Vamos dejando por hoy, ¿si?

martes, agosto 16, 2011

- Lo que pasa es que cuando escribís sobre mí es medio raro.
- Yo no escribo sobre vos.
- ¿Cómo que no?
- No, me parece que hay algo que no entendés. Yo no escribí nunca sobre vos. Para el caso, nunca escribí sobre nadie. ¿Sabés por qué? Porque siempre escribo sobre mí.
- No, bueno, pero vos sabés a qué me refiero.
- Sé perfectamente a qué te referís, por eso te aclaro. Cada vez que leíste y pensante que era sobre vos, le pifiaste. Es sobre mí, siempre sobre mí. No te preocupes, que cuando tengo cosas para decir sobre vos, te las digo sin mediaciones.
- Ya sé eso. Entonces, cuando me vislumbre en un texto, tengo que tener en claro que ese no soy yo. ¿Es un personaje?
- Es un personaje.
- ¿Soy ficción?
- Sos ficción. Somos ficción.
- Entonces haceme más lindo, más carismático, más viril.
- Buah, pará, que yo no soy Danielle Steel. Esto es realismo sucio, cariño. Servime whisky y callate la boca.

viernes, agosto 12, 2011

El otro día Dedé se quejaba. Decía que parece que si no tenés nada para contar relacionado con tipos, sexo y esas cosas, no hay nada que pueda generar interés en una charla con mujeres. Está claro que no estuve de acuerdo, me parece que ella tiene un tema de negación en lo que respecta a su vida romántica, eso en algún punto le molesta y proyecta esa molestia en la mirada ajena; pero más allá de que la acusación estuviera teñida de preconceptos basados en la nada, sí me quedé pensando acerca de la importancia del relato. No importa si conociste a un pibe en un boliche, si te gusta un compañero de la facultad que no sabe de tu existencia o si te estás enamorando del pibe con el que salís; más allá del nivel de intensidad del sentimiento -si es que hay sentimiento, claro-, siempre existe la necesidad de contar lo que está sucediendo. Ese ejercicio femenino del sobreanálisis, del medijo-ledije, de abrir el abanico de realidades paralelas y seguir el camino de cada una hasta el final, es algo que reporta un goce tal que a veces me pregunto si no vamos por ahí a revolcarnos con gente por el placer de tener una anécdota fresca para contar en la próxima reunión. No sé ustedes, yo sí lo he hecho.
Pareciera, entonces -al menos según el criterio de mi amiga-, que me vida es poco interesante. Porque no cuento nada. Pero no. No sé si mi vida pueda interesarle a otros o no´; sí sé que a mí me resulta interesante. Pero a lo que voy es a que ya no cuento como antes. En algún momento dejó de parecerme pertinente el relato de detalles y nimiedades; ya no me divierte, me embola. Ahora tiro los titulares y ya. A veces, ni siquiera eso. Debe ser porque nadie me interesa lo suficiente como para que me ponga a gastar tiempo y energía en narrar cómo fulanito preparó una cena o cómo menganito me hizo saber que estaba casado y con una hija. Digo, hay cosas que son difíciles de transmitir y son esas, justamente, las que me vienen sucediendo últimamente. ¿Cómo hago para explicar que un orgasmo con tal me deja contenta durante 48 horas? ¿Cómo hago para poner en palabras la certeza de saber que estoy conectada cósmicamente con tal otro pero que en este momento no estamos sincronizados? ¿A quién le puede importar si ni siquiera ocupa demasiado lugar en mi cabeza?
Como si, de repente, algo se hubiera despejado. Como si toda esa nebulosa de tipos, conversaciones, presunciones, sospechas, necesidades, impulsos, histeria e insatisfacción se hubiera esfumado. Sinceramente, a veces no sé qué hacer sin toda esa confusión y tristeza, es como si me hubieran dejado la casa sin muebles.
Como si yo no fuera yo.
Como si, de vuelta, tuviera toda una vida por delante.

lunes, agosto 08, 2011

"(...) bueno, así que ya sabés, si en algún momento te sentís juguetona o estás quenchi, avisame, creo que puedo hacer que cambies de opinión respecto a mí"


Esto fue lo que recibí en el día del orgasmo femenino (ah, no sé de dónde salió esto; yo lo leí en twitter). Un banana a pedal que se piensa que puede generar algo en mí "si le doy una oportunidad", sin darse cuenta de que, justamente, es el modo en el que pide esa oportunidad lo que hace que mi libido desaparezca instantáneamente.
Dudo, ¿le contesto? ¿Le explico que la palabra "quenchi" es de coordinador de viaje de egresados que sólo se la pone a adolescentes ebrias? ¿Le aclaro que el verbo jugar entramado en lo sexual debe ser usado con sumo cuidado, porque si no tiene un efecto perjudicial? ¿Le pido que por favor se olvide de mi existencia y vaya a revolotearle a otra con un perfil más acorde a su persona?
Me decido por no contestarle nada, la situación no amerita más que un post en este blog.

quenchi. qué hijo de puta.

martes, agosto 02, 2011

el rubio - el grandote - el fumador - el que vivía con la novia - el morocho - el que tenía hijos - el místico - el hippie - el pelirrojo - el cocainómano - el tímido - el casado - el músico - el extranjero - el positivista - el tímido - el escritor - el petiso - el conservador - el divorciado - el aburrido - el cincuentón - el pelado - el fumón - el artista plástico - el egoísta - el delicado - el idealista - el fotógrafo - el perverso - el salvaje - el narigón - el que nunca me dijo su nombre - el abstemio - el aventurero - el sádico - el canoso - el zaparrastroso - el encantador - el sentimental - el mentiroso - el desconocido - el habilidoso - el flacuchento - el de rastas - el trosko - el moralista - el inestable - el innombrable - el soñador - el que le gustaba a mi amiga - el de anteojos - el puaner - el ambicioso - el religioso - el vegetariano - el borracho - el hedonista - el laburante - el feo - el que sacó a otro clavo - el clandestino - el barbudo - el exhibicionista - el sádico - el cocinero - el negligente - el de rulos - el geek - el cómico - el medicado -el banana - el crédulo - el militante - el nihilista - el pendejo - el aplicado - el reflexivo - el equivocado


A algunos los recuerdo por muchas cosas; a otros, por apenas una.
Igual, a todos los quise, por lo menos por un ratito.
No se puede olvidar lo que se quiso
y a mí me encanta querer.

sábado, julio 30, 2011

Hace un rato entró una señora con cara de orto la librería y me preguntó si tenía Lo Siniestro, de Freud. Le dije que no, que de Freud algún tomo suelto, pero que en ninguno estaba Lo Siniestro. Me preguntó si estaba segura. Odio, detesto, me llena de ira que me pregunten si estoy segura. Claro que no todo el mundo tiene que saber que si no estoy segura me levanto y busco mientras enuncio, para que no queden dudas, "no estoy segura, me voy a fijar...". Le contesté que estaba segurísima porque ese era mi texto favorito de Freud y la mina puso una cara de "¿ese?" que me hizo inundar el cuerpo de indignación. ¿Qué tiene que no curta el greatest hits de Sigmund? Mi texto favorito es Lo Siniestro ¿y qué? Ya sé que no llega a ningún lado, que no desarrolla ninguna idea en especial, no me interesa, me parece genial por lo literario, por el análisis lingüístico, por retratar algo que me pasa todo el tiempo y confundo con superstición. Entonces, decía, la mina con cara de orto me increpaba acerca de mi competencia como librera mientras sacaba una libretita donde tenía anotado qué editorial había editado Lo Siniestro para ver si lo tenía. Le tuve que explicar, nuevamente: no-lo-tengo, no-está, no-vendemos-libros-de-psicología.
Y ahí pasó algo terrible.
Me di cuenta de que la señora con cara de orto había sido MI ANALISTA durante 6 meses, allá por el 2004.
Lo que me molestaba como paciente era que tenía cara de amargura y que siempre parecía que tenía el pelo sucio. No me caía bien, pero en ese momento necesitaba tratamiento a como diera lugar y me ayudó un poco. Cuando me alivié un poco de la angustia, huí, desaparecí.
Sigue teniendo cara de agria. Sigue yendo por la vida con el pelo engrasado.
¿Me habrá reconocido?

miércoles, julio 27, 2011

Buah, resulta que al final la transacción por la venta de la librería se cayó. El comprador tenía un problema con la garantía para el alquiler y blablabla; se fue todo al carajo. También se fueron al carajo mis ilusiones de indemnización y, con ellas, la plata para pagar Pearl Jam. Así que estoy entre frustrada y ansiosa mandando cvs.
La búsqueda laboral se me está tornando un tanto extraña en este momento. Hace casi tres años que no busco trabajo ni tengo una entrevista. Mis prioridades cambiaron desde la última vez que pasé por esto y hay un montón de cosas que no estoy dispuesta a hacer por un sueldo. Necesito un trabajo que me deje el suficiente tiempo para cursar la mayor cantidad de materias posible, así me recibo y listo.
Quiero trabajar desde casa, más allá de que muchos digan que no está tan bueno como suena, es lo que quiero. Quiero manejar mis tiempos y hacer de la joggineta un uniforme. Quiero poder prepararme el almuerzo todos los días y salir a la calle por deseo y no por obligación. Quiero, quiero, quiero.
Así que si alguien sabe de algo, por favor le pido que me chifle. A cambio le regalo algo. No sé qué, un pastel de papas, una clase de latín, una linda versión de The man I love; no tengo mucho más para ofrecer.

lunes, julio 25, 2011

Hace varios años, un tiempo después de abrir el primer blog, se me ocurrió que tenía que darle algún tipo de estructura a mis textos y me puse a tomar clases con un chongo que vivía en lejísimos de mi casa. Yo estaba segura de que era graciosa, cómica, ocurrente y creía que dándole un poco de forma a mi modo de escribir, podía terminar escribiendo una sitcom o algún delirio similar.
La cuestión es que el viernes a la noche me puse a hacer limpieza de mi cuenta de gmail y encontré cosas que escribía en esa época para el taller que hacía con mi amante de zona norte. Una bazofia. Algo realmente desastroso. Más allá de errores de sintaxis, puntuación y coherencia, escribía cosas que no podían hacer reír a nadie salvo a mí. Un juntadero de anécdotas -insólitas algunas, mediocres otras- narradas sin consistencia ni ritmo. Y lo digo con la mayor objetividad posible; pasaron como siete años, puedo darme el lujo de criticarme sin sentir que me estoy atacando. Entonces, agarré y me puse a leer, en orden cronológico, todos los archivos de todos mis blogs. Horas tardé, pero finalmente pude identificar los diferentes momentos, los estilos distintos, qué elegí contar, qué tono decidí aplicar y todas esas cosas que pueden interesarme sólo a mí para mantenerme activa en el ejercicio de la neurosis. Desde el primer momento en el que tomé el espacio como diario íntimo, el intermedio en el que me aboqué a la crónica de lo cotidiano hasta ahora, que ya no me da el cuero para contar con quién garché, qué me dijo fulanito cuando me dejó o hacer un relatominucioso, lleno de reflexiones, acerca de mi sábado a la tarde en plaza francia con Lau y su perra.
Desde la mirada más técnica, hay una evolución. También cambió el rol de la escritura en un costado más íntimo, pero cada vez que estoy frente al cuadrado en blanco de "nueva entrada" me pregunto por qué este blog, para quién, con qué finalidad. Tengo decenas de borradores que nunca me animé a publicar por miedo a herir susceptibilidades; ideas que me parecerían desperdiciadas si las usara para un post y no para un cuento; teorías larry-david-wannabe que prefiero compartir en reuniones con amigas; llantos melodramáticos impublicables.
No sé, no quiero decir con todo esto "entonces voy a cerrar el blog", porque no es la intención, pero sí noto que me da lo mismo escribir acá como no hacerlo; no tengo una motivación. Hay demasiada gente que me conoce que lo lee y después vienen los quilombos del "porque en tu blog vos dijiste x cosa de mí/de fulano/a". Y yo no digo nada de nadie. Hablo de mí y solamente de mí, todos los personajes que aparecen son eso: personajes. Convertir una experiencia en literaria es ficcionalizarla, para mí es algo clarísimo pero, evidentemente, no es así para todos. La verdad es que, en este momento, me dan más ganas de contarle un mail a un amigo sobre con quién me acosté hace dos días, limitarme a los 140 caracteres de twitter o escribir un cuento antes que medir lo que pongo y lo que no. Y el que diga que no me tiene que importar la opinión ajena, no me conoce ni un poco; me importa y no quiero que nadie me rompa las bolas en la misma medida que no quiero romperle las bolas a nadie.
Así que llego a este punto en el que me doy cuenta de que haber tenido un blog durante tanto tiempo me ayudó a crear el hábito de la escritura, pero que ya no me es necesario. Ahora escribo para otros espacios, para el profesorado y en mis .doc que todavía no me animo a mostrar. Se rompió la asociación entre el acto de escribir y la existencia del blog, porque escribir se convirtió en otra cosa, alejada de la descarga y la necesidad de poner en texto los soliloquios que me manijean. Volví a terapía, ya tengo una escena de catarsis.
Y ahora, quién sabe. Quizás me empiecen a pasar cosas absurdas y vuelva a sentir que soy graciosa como para postear acá. O tal vez vuelva a ese estado de observación permanente y vuelva al relato minucioso de lo más cotidiano. Me encantaría hacerme la canchera, poder decir que tengo demasiada vida allá afuera como para perder el tiempo acá (mentira, no lo haría, me encantaría sentirlo, pero no lo haría), pero la realidad es que todo sigue más o menos igual. Sigo resucitando hombres, sigo vendiendo libros, sigo queriendo ser profesora de literatura, sigo viviendo con amigas, sigo tomando whisky, sigo pintándome las uñas de azul. Hay algo que sí empezó a cambiar de un tiempo hasta acá, pero aún no lo tengo del todo identificado. Por lo pronto, sé que escribir ahora representa otras cosas, con eso me alcanza y tengo laburo para rato.

jueves, julio 21, 2011

La analista sugiere que tal vez me cuesta sostener una relación convencional a través del tiempo porque, en el fondo, quiero algo que se salga de ese molde. Evado darle una respuesta en concreto y me embarco en un relato de mi vida romántico-amoroso-sexual en los últimos 8 años. En resumidas cuentas, yendo a los puntos conflictivos de cada vínculo, me doy cuenta de que tiendo a reciclar, suelo huir en los momentos menos oportunos y desconfío profundamente de la capacidad ajena de brindarme seguridad. Entonces, me escucho y sueno a persona difícil de complacer, una jodida, una histérica. También sueno a despreocupación, diversificación prácticamente involuntaria, enojo efímero y búsqueda sostenida en el ámbito de lo sexual. Termino reconociendo que sí, que en algún punto sigo queriendo lo mismo que a los veinte en materia de afectos-un ideal acuarianísimo-, pero que me fue tan mal las anteriores veces que quise darle forma y aplicarlo que me da un poco de miedo. Ella me corrige, me marca que, a partir de lo que le conté en la última hora. la empecé a pasar mal en el preciso instante en el que traté de volverme convencional.
¿Cómo es que nadie me lo hizo notar antes? ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cómo tardé tanto en volver a terapia?

sábado, julio 16, 2011

Me gustaba Tito porque tenía cara de insatisfacción. Tito no se llamaba Tito, tenía un nombre inadecuado para un pibe de 15 años en 1998; pero a mí no me importaba ese nombre de viejo que llevaba, ni que su pelo fuera una masa medio mugrienta con vida propia, ni que siempre tuviera puesto el mismo buzo, porque una vez a principios de tercer año soñé que caminábamos juntos por una plaza y al otro día, al entrar al aula y verlo, supe que me gustaba mucho.
Yo me sentaba al lado de uno de los amigos de Tito, un chico lindísimo que me robaba las biromes y usaba un piloto gris aunque hiciera calor sofocante. El amigo de Tito me cargaba por tener una foto de Leonardo Di Caprio en la carpeta y por escuchar a los BackStreet Boys, aunque yo le dijera que era una etapa superada en mi vida -eso había sido en segundo año, las vacaciones me habían transformado-, que ya no más boys bands y le mostrara la carpeta ausente de fotos, sólo inscripciones en liquidpaper. Todos me cargaban por eso, de hecho, menos Tito, que siempre estaba sumido en su melancolía y Nirvana, con su maraña de pelos horrenda llena de bolitas de papel que le tiraban desde los bancos del costado y su buzo azul con gris que tenía las mangas un poco cortas.
Con el chico del piloto nos sentábamos atrás de todo, última fila a la derecha; Tito se sentaba con un petiso fanático de Pearl Jam que era el más gracioso de la división, anteúltimafila del medio. No presté atención en todo el año, me limité a mantener mi cabeza apenas orientada hacia la izquierda para mirarle en el cuello a Tito y enredar en su porra inexplicable mis fantasías de compartir los auriculares del walkman. Me gustaba de un modo que nunca más, ni antes ni después. Yo quería cuidarlo, escucharlo, cantarle bajito Crystal ship, quería que se sintiera mejor, que dejara de tener tanta tristeza en la mirada. Pero no hacía nada, salvo mirarlo. Mirarlo en el aula, en el recreo, en la puerta antes de entrar, a la salida, los viernes a la noche en la plaza frente al Pizzurno, en el pool de Santa Fe y Larrea. Y no me daba cuenta de que todo el mundo se daba cuenta de cuánto lo miraba; porque siempre -y más en esa época- me sentí medio invisible, como si nadie terminara de registrar mi presencia.
Obviamente, hay algo trágico en la historia. Bueno, trágico para una piba de 15 años que escribía cuentos sobre suicidas y se sentía invisible. La típica, un día sus amigos le dijeron a mis amigas que Tito gustaba de mí y propusieron armar celestinaje. Ellas aceptaron entusiasmadas, intentaron entusiasmarme a mí -sólo lograron ponerme nerviosa- y a los pocos días ellos dijeron que era todo mentira y me dejaron tan expuesta que no me animé a mirar más que al pizarrón durante el resto del año.
Y sí, sufrí mucho y me quedé dormida llorando muchas noches y tuve muchas ganas de no ir a la escuela infinidad de veces y le conté a mi madre que sólo me aconsejó que me alejara de los virginianos; pero lo importante vino después. Nuestro (no)vínculo se instituyó en los recreos. Una vigilancia de su parte que en un principio interpreté como hostigamiento y humillación, hasta que le noté en los ojos la misma melancolía que le espiaba en las clases de contabilidad cuando éramos compañeros. Me miraba a mí, durante los recreos, en la plaza los sábados a la noche, en las fiestas canilla libre de los viernes, en las marchas, en los pasillos, al lado de las máquinas de golosinas, en el anfiteatro, en los antros, subsuelos y galpones con techos sudados donde nos emborrachábamos con tequila de cincuenta centavos el shot. Nos mirábamos y limitábamos el contacto verbal a pedirnos cigarrillos o alcanzarnos cervezas de la heladera del kiosco. Fumaba esos parissienes -el sabor repugnante, el humo espeso, un asco- y tomaba del pico de esas cervezas con una entrega como de bruja en un ritual mágico que nunca más, sólo a los 16 o 17, sólo por Tito.


La entrega de diplomas fue un año después de egresar. A la mañana, tempranísimo, en el salón de actos de la Facultad de Derecho. Un torre absoluto del que escapé a los quince minutos para ir a fumarme un pucho a la puerta. Y sobre una de las columnas enormes que están antes de la escalinata, estaba apoyado Tito, con uno de sus parissienes colgándole de los dedos. Le pedí fuego, nos preguntamos cómo andábamos, nos quedamos en silencio tirando humo. Él había empezado a abrir la boca para decir algo cuando sentí la voz de mi madre taladrándome los tímpanos. Que tenía que entrar ya porque había salido mejor compañera y me tenían que dar la medallita. Puse cara de sorpresa, puso cara de sorpresa, mi mamá siguió gritando y entré casi corriendo.
En algunas de las fotos de ese día, se me puede ver al lado de mis amigas, con el diploma en la mano y el pelo larguísimo. Y a lo lejos, apoyado sobre una columna, Tito mirando al objetivo de la cámara.

domingo, julio 10, 2011

Me puse los lentes, el abrigo y caminé hasta Parque Centenario para votar en la escuela donde hice cuarto y quinto grado. Me busqué en los listados, me encontré y entré.
En la puerta del aula donde me tocaba había un cartel grande, blanco, con letras negras:

CUARTO OSCURO PARA PERSONAS CON NECESIDADES DIFERENTES

Y ahí me sentí re comprendida.