Desde los doce años hasta principios del 2007, vagué por casas varias. La de mis padres, mi abuela, mi otra abuela, Ale, Andre, Dedé, Lau, Ani, Ali, otras amigas, chongos, profesor de canto, tíos generosos. Un día acá, otro día allá; nunca dormí más de dos días seguidos en la misma cama, estaba acostumbrada a la mochila con una muda de ropa, a las distintas presiones del agua en las duchas, a despertarme y tardar un rato en saber dónde estaba. Me gustaba esa vida, ser medio nómade, sentir que ningún lugar era mi hogar, porque el hogar era otra cosa, más de adentro, algo que no tenía mucho que ver con un cuarto lleno de pósters o una heladera que dentro tuviera la mermelada del gusto que a uno le gusta. Entonces un día de febrero Nat me llamó y me ofreció el cuartito de arriba de la casa, acepté inmediatamente; planeé mi mudanza para el 21 de Marzo, el día que empezaba Aries -porque sí, yo hago esas cosas, calculo tránsitos planetarios antes de hacer las cosas-. Durante los primeros 4 meses no tuve muebles. Una cama prestada que me hacía retorcer de dolor, la repisa con los libros y nada más, todo en el suelo. Es difícil armar un espacio propio después de tantos años de andar vagando por ahì; pero en Julio me traje unos muebles de la casa matriz y me compré un colchón, empecé a habitar esa miniatura de cuarto. En Agosto
La Secretaria se mudó, se vino Flor y la convivencia se hizo más tangible. Ver pelis las tres juntas, salir y compartir el taxi de vuelta, prepararles cenas, aprovechar las primeras noches de la primavera para tomar fernet con coca en la terraza. Un romance, eso tuve con mis roomates durante más o menos un año y medio, un romance también con la casa, empezar a apropiarme de un espacio me hizo ver que no todo era tan Acuariano como yo pensaba, que sólo se trataba de que lo creara yo.
En Marzo de este año se fue Flor y llegó Ani, su hermana. Por otro lado, Nat noviando amenazaba con que no iba a renovar contrato otra vez. La casa se oscureció, la abandonamos. Poca comunicación, poca dedicación, poca atención. Fueron meses raros, de estar mucho en lo de Dedé, de no querer volver a casa, de saber que había que tomar una decisión: mudarme para abajo o no, renovar contrato o no, saber quién se mudaría y de dónde carajo iba a aparecer una garantía. Resumiendo, me mudé al mejor cuarto de la casa, se renovó contrato a mi nombre, la garantía la pusieron mis abuelos y se vino Genève.
El torbellino Genève nos cambió la existencia. La casa está divina, da gusto llegar y colgar las llaves del ganchito. La convivencia vuelve a tomar forma de affair y es prácticamente imposible hacerme dormir fuera de casa. No me dan ganas de salir, mi cuarto es mi santuario. Plutón, el gato más bello, y mi hermana como invitada permanente no hacen más que sumar.
Todo esto para justificar que cuando salga de la librería en un rato, me voy a meter en un bazar bien grande y me voy a gastar la plata que no tengo en pelotudeces. Un coso para cortar ajo, por ejemplo.