viernes, febrero 12, 2010

Aproveché mi tarde libre para ir a buscar un libro que había comprado por mercado libre -todavía no sé si está bien o mal que use mi herramienta de laburo para comprarle a la competencia, tampoco es que me importe mucho-. Me bajé del subté, sudé las cuadras hasta el lugar en cuestión y me anuncié como la flamante compradora de Todas las familias son psicóticas, de Douglas Coupland. Y en el momento en que lo dije, me di cuenta. El cliché, me convertí en uno.
¿Qué podía comprar una chica como yo, cercana a la trientena, que portaba morral con imagen de una virgen en el frente, sandalias naranjas, auriculares de los que salía Redd Kross, cara de estar hastiada y mirada de por-favor-que-no-sea-siempre-así-todavía-guardo-esperanzas, sino Douglas Coupland?
Y después de atravesar la juventú escapando de caer en alguna de esas pseudo tribus de veinteañeros, me vengo a dar cuenta de que siempre fue así, de que todo este tiempo había formado parte de algo y yo tan pancha, creyéndome especial y única.
El chico me dio mi libro -tapa dura, muy difícil de conseguir, veinte mangos, excelente estado- y me ofreció un par más del mismo autor.

- Aaah, ya los tengo, me falta La vida después de Dios solamente -le dije mientras chusmeaba muy por encima.
-No me digas, lo vendimos hace poquito. Qué pena.
-No hay drama, ya lo conseguí por otro lado.
-Menos mal, me hubiese puesto mal que no leyeras todos los de Coupland.
-Ya lo leí, pero me lo habían prestado. Ahora quiero releerlo y tenerlo.
-Yo no lo lei, ¿qué tal?
-Maravilloso.
-Uh, no lo debería haber vendido. ¿Me lo prestás?
- Jajaja...

Entonces lo miré, prestando atención, y lo pude ver claramente, él también formaba parte de este grupo. Claro que no llevaba morral con virgen sino chomba a rayas de feria americana y bigotes de estudiante de Ciencia Política.
Pagué, me quedé sin ver el resto de las libros y enfilé ligero para Acoyte.

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