miércoles, enero 13, 2010

Me subo al 36 y sólo quedan dos asientos, adelante, de los que hacen que alguna gente se maree porque va para atrás, para mí es exactamente lo mismo. En el bondi se duerme o se lee, y que el paisaje vaya para un lado o para el otro es absolutamente indistinto. Esta vez, la de ayer después del trabajo, es un viaje para dormir. Cierro los ojos entonces. Pero no hay caso, un nene hace barullo y habla con acento de doblaje. La madre ya está hastiada, se le nota en la cara, de la verborragía de su hijo que lo deja gritar y armarse una aventura en voz alta. Al lado tengo a un nene tranquílisimo, más o menos de la misma edad del quilombero del fondo. Se escucha un "Santino, ya bajamos, vení para acá" y respiro aliviada; todavía me quedan veinte minutos de viaje. Ilusa, apoyo la cabeza contra la ventanilla y cierro de vuelta los ojos.

Una vocecita de lo más tierna empieza a cantar muy despacito, creo que sólo yo la escucho. "Quién me va a pedir que nunca la abandone. Quién me tapará esta noche si hace frio. Quién me va a curar el corazón partío". Y así sigue durante los veinte minutos restantes de viaje. Para el final ya no sé quién me va a curar el corazón partío y tengo ganas de revolearle la cartera al pendejo por la cabeza. Las cuatro cuadras hasta casa las atravieso con una angustia inexplicable. Porque nadie me tapa cuando hace frio y a nadie le importa si abandono o no. Pero llego a casa y tengo que prepararme para una cita improvisada, con alguien que no conozco y casi que por un momento dudo, pero Genève pregunta qué me voy a poner y qué labial voy a usar y qué hace de su vida este especimen y, por fin, logro entrar en ese mood, esos nervios ante lo desconocido, que tanto disfruto. Mientras camino por Rivadavia tarareo la puta canción de Alejandro Sanz, pero ya sin angustia.


Lo que pasa después es extraño, extraño de lo bueno. Una serie de eventos desconcertantes que tiene un desenlace relajado, sonriente.
Después de sólo una hora y media de sueño, una ida al banco con mi abuela, un pasaje a Córdoba en la cartera, dos pastillas de guaraná y unos auriculares nuevos, mi mente sólo puede repetir, en un loop eterno, la primera parte del felizcumpleaños en japonés, cortesía de Dedé.

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