lunes, enero 18, 2010

Mi tía superó el sufrimiento de los primeros días después de la primera sesión de quimio y casi que la vi como la de siempre. Con sus risitas y sus abrazos. También estaban un par de primos y otra tía.
Y cuando a las dos de la mañana, sentados en el quincho, comiendo unas hamburguesas a la parrilla que estaban buenísimas, nos empezamos a contar historias de caídas y anécdotas boludas, me sentí bien. En familia, con todo lo que eso pueda llegar a significar.
Entonces en el viaje de vuelta, con mi primo de 19 años, hablamos. Bah, mejor dicho, él habló. Y habló como nunca habló conmigo. Fué él, como nunca le había permitido ser. Porque siempre me pongo a un costado y miro desde afuera.
Esta vez, y capaz sea el hecho de que alguien que queremos mucho esté pasando por un momento jodido, estuve, no me ausenté. Dejé afuera el personaje y me sinceré. Disfruté y no me quería ir. Porque siempre me quiero ir.

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