viernes, diciembre 30, 2011

Me voy al delta a pasar Año Nuevo. A leer cuentos de Alice Munro en un muelle cercano al Paraná. A compartir con amigas tiradas de tarot y porros. A escribir en un cuadernito todas esas cosas que me inspiran los grillos, el agua y las reposeras. A quemarme un poco las piernas. A tomar vino blanco durante la caída del sol. A comer asado. A hablar de pijas. A indagar hasta llegar al núcleo.
A explorar el hambre; que no es insatisfacción, no es deseo, sino la perfecta armonía que surge cuando ambos convergen.

viernes, diciembre 23, 2011

Y pensar que hubo un tiempo en el que era todo ya, todo ahora, me quemaban los dedos y llenaba cuadernitos y ventanitas de msn y posts de blogger y libretitas guardadas en un bolsillo de la cartera esa que llevaba para todos lados. Millones de palabras en letra obsesivamente prolija. Todas palabras que decían lo mismo de una y otra manera. Era la reina de la paráfrasis, la neurótica de la repetición, una cinta de moebius, una calesita y todas esas metáforas tan manoseadas acerca de lo circular.
Evidentemente, rompí algo, porque ya no puedo escribir si no es con nostalgia. Ya no tengo la capacidad de enunciar sin recordar. Bueh, no sé si para tanto; el don de la exageración me sigue acompañando.
No puedo reproducir sin la resignificación que brinda el tiempo.
No puedo codificar mis reacciones porque el cuerpo me responde con sorpresas.
La mente se me convirtió en zona erógena y cada vez que la toco me revienta una piñata rellena de imágenes y pedazos de diálogos que me hacen poner la piel de gallina; y así no se puede. O sí, pero diferente.

viernes, diciembre 16, 2011

Hace un tiempo hablaba con un flaco de todo el tema este de estar en pareja o quedarse solo o resignarse a estar con alguien a pesar de no querer armar proyectos en común. Es probable que yo le haya comentado de la desesperación que me ataca a la altura del cuello cuando intento imaginar la misma cara todos los días del otro lado de la cama y él me contó alguna cosa de su última relación que no termina de venir al caso. También dijo que quizás todos nos hacemos mucho la cabeza con el asunto de la soledad, pero que si hiciéramos la cuenta de cuánto tiempo real nos consume sufrir por no tener a nadie al lado, sería muchísimo menos de lo que imaginamos. Le di la razón.

Hace un par de domingos una prima lejana fue a visitar a mi abuela. Habían pasado como diez años desde la última vez que nos habíamos visto. La vi cambiadísima. Más linda, más extrovertida, más luminosa. Mientras le servía una porción de pizza, me preguntó si estaba sola. Podría haberme puesto en mi rol de cancherita y haber contestado: 1."Siempre estamos solos, no importa a quién tengamos al lado" o bien, 2."Nunca estoy sola, siempre tengo gente a quien quiero alrededor"; pero decidí limitarme a lo ella realmente me quería preguntar: si estaba de novia. Le contesté que no. Después de eso, me contó que ella se había separado hacía muy poco, que su ex marido la trataba muy mal y que al dejarlo se había dado cuenta de toda la libertad que tenía a su disposición y que hasta ese momento había elegido ignorar. También me dijo que hacía bien, que para qué embarcarse en el proyecto de armar una familia siendo tan joven y todas esas cosas. Le di la razón.

Hace un par de meses en análisis conté un sueño. Se me fue toda la hora hablando de mi incapacidad para sentir un contacto real con el prójimo. Lloré mucho y la analista me hizo pasear por un montón de pedazos de mi vida que en general satirizo, pero que en ese ámbito dieron lugar a la angustia. Justo antes de su clásico "bueno, podemos cortar acá", me dijo algo que me dejó casi temblando. Que, en algún punto, yo me había quedado chiquita en lo que a afectos correspondía. Le di la razón.


Yo no sé bien por qué me pasa esto que me pasa. A veces pienso que tal vez exijo demasiado del mundo emocional y que por eso es imposible llegar al nivel de mis expectativas. Otras veces se me ocurre que soy súper normal, funcional y adaptada y que, en realidad, mi percepción tergiversa los hechos para no aburrirme tanto. Lo que sí sé es que guardo una intensidad que me desborda cuando la dejo salir a la luz. Me quema sentir al otro, me desarma exponerme de ese modo; me pongo eufórica, pierdo la compostura.
No sé cómo se hace para que algo supuestamente normal no me revolee contra la pared de mis defensas.

viernes, diciembre 02, 2011

Hasta hace un año hubo un bar en Chaco y La Plata que era muy lindo. Supe la dirección después de haberme mudado al barrio. Antes de eso, siempre lo encontraba de casualidad, en esas caminatas larguísimas cuando salía con algún chico. Sabía que quedaba cerca de Parque Rivadavia, pero nunca me ocupaba de fijarme en qué calles; un poco porque me gustaba la idea de lugar mágico que aparece sólo cuando tiene que aparecer y otro poco porque estaba distraída con el flaco de turno.

Cuando Fulano me invitó a tomar una cerveza después de muchos años de no vernos, me dijo de encontrarnos en la esquina del bar ese. Con él había ido la primera vez, a sentarnos en el sillón enorme que estaba yendo para el fondo, un domingo que ya anochecía.
Hacía un frío que no puedo poner en palabras. Caminé las 10 cuadras a ritmo de maratonista, con los pies helados y las manos temblequeando. ¿Saben qué pasa cuando una llega a una esquina para encontrarse después de siete años con el primer chico con el que una se animó a algo más que revolcarse; el primero que se le presentó a las amigas; el primero que desestructuró el jenga de prejuicios y caprichos de pendeja tratando de escapar de la adolescencia? Nada sucede, salvo una sonrisa que transforma toda la cara y un abrazo fuerte en puntas de pie.
No nos pudimos sentar en el mismo sillón, había unos pibes ocupándolo. A veces es lindo ponerse al día con alguien después de tanto tiempo. Cuando lo que importa es la reflexión acerca del devenir y no la enumeración de éxitos, fracasos y anécdotas. Estructura por sobre contenido. Más tarde nos fuimos a casa, a tomar whisky para entrar un poco en calor. Él hablaba mientras yo iba poniendo excusas para acortar la distancia que había entre ambos. Él hablaba y yo no podía parar de mirarle la boca y dejarme encantar por el tono de su voz, grave -gravísimo- y acolchonado. Él hablaba y yo sabía que ninguno de los dos iba a dar el primer paso en lo que quedaba de madrugada, porque medirse reporta placer, porque la espera alimenta el deseo. Antes de pedirme que le fuera a abrir la puerta, me agarró de los hombros y me dijo "Ce, hay que pegar el salto".

Cuando cinco meses después estábamos en el balcón de su casa poniéndole fin al revival primaveral que habíamos venido teniendo, me habló de esa noche. De mi oscilación entre una vulnerabilidad -nueva en mí para él- que lo desarmaba y mis esfuerzos por mantener la guardia alta. Yo dejaba que un tercio de mi cuerpo colgara hacia abajo, mirando a la gente que caminaba por Juncal, sin contestarle nada pero pensando en que esa oscilación nunca había cesado, que el conflicto entre esas dos variables era una constante y que, en pocas palabras, con él la había cagado hasta el punto de no retorno. Pensé también en mi incapacidad para pegar saltos.
Preferí contarle que hacía unas semanas había pasado con el 15 por la cuadra del bar y que lo habían cerrado.

martes, noviembre 29, 2011

Hay un momento en el que es como si pegara un salto al costado. Es tan insoportable la sensación de ansiedad que me salgo de mí. Me doy la espalda, espero cinco minutos, respiro muy hondo y vuelvo a mirarme.
Me exijo una solución, cualquiera, no importa qué; sólo es necesario recontextualizar para no dejarme llevar por la vorágine del nunca conformarse, la espiral de la insatisfacción, el agujero negro de la desesperanza injustificada.
Entonces, empieza el brainstorming esquizo. Me tiro a mí misma propuestas de toda clase, perniciosas, inútiles. Me induzco a manotear cualquiera y a actuar en consecuencia. Me entrego y opongo resistencia al mismo tiempo; la paso mal, muy mal. De todos modos acciono -o reacciono-. Me desubico, tomo decisiones apresuradas, huyo, me aislo.
Después, salgo, me emborracho, cocino, cojo, como, bailo, canto, río, me drogo, duermo, escribo, me toco y pienso. Como si nada. Como si no supiera que al correr la cortina, levantar la alfombra, espiar por la cerradura, me voy a encontrar con eso, escondido a medias.
Me hago la boluda hasta que cualquier ruidito, alguna frase, una canción, echa luz sobre lo mismo de siempre.
Y de vuelta lo mismo.
Hasta que se toque China con África.

sábado, noviembre 19, 2011

Hace un par de años se me ocurrió una idea que en ese momento me pareció una genialidad: 12 cuentos eróticos, cada uno de ellos haciendo referencia a un signo del zodíaco. Comprendo que no es una idea brillante; en todo caso, podría haber sido un proyecto decente si hubiera tenido un poco más de constancia. Solamente llegué a terminar dos, Libra y Sagitario. Libra porque era el relato de una noche que había tenido hacía unos meses y Sagitario porque me cabe el signo.
Escribiendo, me di cuenta de que yo no sabía cómo se escribía un cuento. O, mejor dicho, que quizás era completamente incapaz de escribir uno. Releí estos dos hace un tiempo y me gustan, pero me gustan porque me calientan y porque me hacen recordar buenos momentos, pero no porque sean buenos. Son como una softporn. Una mínima introducción, gente que se coge un rato y una reflexión entre pretenciosa e inútil al final. Y listo. Una cagada, si me lo pongo a pensar un poquito.
Sigo sin saber cómo escribir un cuento. Hay decenas de .doc incompletos dando vueltas por ahí.

Me di cuenta de que hablo más del hecho de escribir que lo que escribo; y de que escribo más sobre garchar que lo que garcho. Y sin embargo, todo forma un núcleo discursivo que me termina definiendo.
Escribir me calienta, la calentura me hace escribir y me comunico mucho mejor cuando cojo que cuando hablo.

martes, noviembre 15, 2011

Hace un rato un amigo me contaba que la novia -y futura esposa- casi lo echa de la casa porque él había ido a almorzar con una conocida y no le había dicho nada a ella. Él sólo había ido a comer una tarta, pero su concubina asumió que se la quería garchar; a la conocida y a todas las mujeres del planeta. Y es cierto, mi amigo se quiere coger a todo lo que se mueva y porte tetas, pero el detalle está en que no lo hace. Podría, pero no lo hace. Y no, la verdad es que a mí no me mueve un pelo que el tipo decida quedarse con una loca enferma de celos que no le permite relacionarse con mujeres por no soportar la certeza de que él le quiere dar murra a todas. A todas. Él me decía que no entendía nada, que hacía ocho años que estaba con ella, que la elegía como su mujer y que por nada en el mundo iba a violar su confianza; que cómo podía ser que ella fuera capaz de mandar todo a la mierda por algo tan insignificante. Como no quería echar leña al fuego dando mi opinión real sobre el asunto, me pareció pertinente hacerle entender que los celos que sentía su novia no venían de la paranoia de imaginarlo a él siéndole infiel, sino de la inseguridad que le causaba tener al lado a un hombre que es un cúmulo de deseo constante. Toda relación es un triángulo -ya lo decía Lacan- y, a veces, esa tercera pata es simplemente un concepto. Mi amigo se hizo el pelotudo después de mi monólogo acerca de la triangularidad, los celos y las prisiones que impone la idea de amor romántico en estos tiempos. Siempre me hace lo mismo; menos mal que lo quiero mucho.
Me quedé un poco indignada con el asunto. ¿Cómo puede ser que la mina esta no se dé cuenta de que necesita una terapia urgentemente? ¿Por qué él sigue dándole soga a una comportamiento que sólo empeora si no es tratado? ¿Por qué la gente se embarca en relaciones que anulan esferas enteras de su personalidad? ¿En pos de qué? ¿Realmente se está priorizando "el amor" o es más cómodo hacer el caminito del casamiento, los hijitos y esconderle a la esposa las fantasías de promiscuidad orgiástica? Porque cuando me indigno por estos asuntos, me pongo muy Carrie Bradshaw con Luna en Acuario y tendencias a la vida en comunidad.

Unas horas después, abrí el facebook. Entré -como hago cada tanto- al muro del ex que es ex dos veces; el ex saturnino, que aparece cada 7 años y me perturba la vida. Y ahí estaba toda la información. Ella hace esas danzas extrañas y da masajes y es toda etérea y espiritual. Le publica canciones cursis y lo etiqueta en fotos en las que está sólo ella. Abrí grandes los ojos, la boca. Me convertí en Medusa y en Úrsula de La Sirenita. Me poseyó el despecho de todas las mujeres del mundo. Como en trance, empecé a recitar un mantra de exabruptos frente al monitor. Los celos nacidos de lo absurdo se apoderaron de mis sentidos. Me dejé ser en ese estado durante un rato; ya entendí que no tiene mucho sentido tratar de contener la avalancha de inseguridad, tristeza e ira. Se me pasó en cinco minutos, me acordé de por qué no estamos más juntos, de la distancia, de los baches, de las necesidades completamente dispares. Para sellar la reconciliación con mi espíritu y mi mente, le di un block eterno y cerré la pestaña.

Ahora estoy en paz. Conmigo, con mi doble ex y con mi amigo; pero especialmente, estoy en paz con la futura esposa que se vuelve loca de celos.
No la juzgo más.
Me quedo en el molde.
Lo prometo.

domingo, noviembre 06, 2011

Tenía el bar ese de la esquina que era el comodín. De día: licuado, apuntes de psico y avistaje de estudiantes de Ciencia Política. De noche: cerveza y citas.
Ahí lo llevé la primera vez que salí con Tomás. Nos tomamos siete Heineken y nos besamos como adolescentes desesperados. La camarera reponía el platito con maníes y nos miraba de reojo con un dejo de envidia. Tomás era muy lindo y a mí no me importaba que me mordieran el cuello en un lugar público.
Después, nos fuimos caminando por Río de Janeiro -hacia Rivadavia-, parando en cada mitad de cuadra para turnarnos en estampadas varias contra los umbrales de las casas. Cuando llegamos al telo nos dijeron que había cinco parejas esperando y que la demora era de, al menos, una hora. Horribles esos tiempos en los que vivía con mis abuelos y no quedaba otra más que hacer tiempo hasta la hora del pernocte. Tomás me propuso no esperar y tomar un taxi para el lado de Congreso -A.K.A teloland-; antes de parar un tacho, me llevó al costado de las vías del Sarmiento, me apoyó contra un enrejado y me sacó la bombacha. Se la guardó en el bolsillo del jean mientras sonreía y me acomodaba detrás de la oreja un mechón de pelo que me venía tapando la mitad de la cara.

Salimos del hotel al mediodía y caminamos por Independencia hasta encontrar un bar de viejos medio mugriento pero con mesas de madera. Los dos odiábamos la fórmica. Mientras tomaba el exprimido de pomelo me di cuenta de que con el sol los ojos se le ponían verdosos. Él me agarraba la mano que tenía libre y miraba para la calle, mientras la luz le jugueteaba en el iris, formando un dibujo de caleidoscopio color verdemiel.

Nos pusimos de novios. Yo me mudé a esta casa, él se fue para el lado de Nuñez. Me cuidó mientras estaba enferma, le cociné ravioles con estofado, vimos muchas películas tontas en el cine, jugamos partidas interminables de tutti frutti, escuchamos Le Tigre y Beastie Boys por decenas de horas, nos dimos panzadas grotescas con las milanesas que le preparaba la madre, cogimos a cualquier hora y en cualquier lugar. Me enseñó a descorchar botellas sin sacacorchos y el porqué de la caída de las tostadas sobre el lado de la manteca. Le expliqué su carta natal y le presté libros de Nick Hornby.

Un día me dejó.
Nunca más volví al bar que estaba a un par de cuadras de Sociales y del Parque Centenario.
Nunca más lo volví a ver a él. Mentira. Una vez, temprano a la mañana, desde un 141, parado en la esquina de Acoyte y Rivadavia. Barbudo, espléndido.

Menos mal que no usa Facebook.

sábado, octubre 29, 2011

Tenía cuatro años. Sé que a esa edad ya sabía que mi papá no era el biológico, que todos en la familia de él estaban al tanto de la situación y que trataban de hacerme sentir lo más cómoda posible. Era Navidad y yo no tenía ganas de estar ahí, me sentía lejana, ajena, angustiada. No pertenecía a esa parte de la familia; ni siquiera eran mi familia. Mi familia era otra cosa, más relajada, más alegre, más auténtica. Y, por sobre todas las cosas, en esa casa de gente que no era mi familia, yo no era el centro de atención; supongo que era eso lo que me más molestaba. No era la preferida de esos otros abuelos, tan distintos a los padres de mi mamá; a nadie le importaba qué me parecía interesante ni que me supiera de memoria la capital de Albania o los nombres de los planetas del sistema solar. Desde ese margen los observaba, triste.
A mi abuelo se le ocurrió que todos dejáramos un mensaje grabado en un aparato que mi tío acababa de comprar y con el que mis primos jugaban a darle al REC, putear sin sentido, rebobinar, escucharse y reír como monitos drogados. A mí me tocó última, porque era la más chica.
"Yo... Yo quiero decir que estoy muy emocionada y... y...".
Y ahí me largué a llorar.

Mi mamá me abrazó sin entender mucho qué era lo que me pasaba, nunca fue muy buena descifrando mis vaivenes emocionales.
Mi papá también me abrazó.
Mis primos me cargaron hasta que cumplí quince.
Pensaron que me había puesto así porque era la primera navidad que pasaba con ellos. Yo lloré porque empezaba a sentir el peso de una historia que no me pertenecía y aun así me afectaba más de lo que podía tolerar.

A veces solamente quiero decir que estoy muy emocionada, largarme a llorar y que alguien me abrace aunque no entienda del todo qué me pasa. Pero me quedo en el margen, un costado imaginario, y observo, triste.

martes, octubre 18, 2011

En el día de San Perón, pedí conocer a un hombre que tenga muchas ganas de comer mis recetas de medio oriente, que le guste dormir siestas largas y sea barbudo.





General, no me falles.

sábado, octubre 15, 2011

No quiero hacer apología a los libros de autoayuda ni nada parecido, solamente quiero contar una pequeña historia.
A principios de 2008, cuando decidí cortar con los trabajos en multinacionales, entré en un proceso de angustia muy intenso. No sabía qué quería hacer, no estaba segura de lo que iba a estudiar, me sentía absolutamente sola e incomprendida. Un garrón. También me sentía fuerte, porque por primera vez había tomado una decisión desde el convencimiento absoluto y me sentía capaz de sostenerla: la vida en empresa grande, con tres millones de jefes, exigencias de ponerse la camiseta y mística de "hacer carrera" no era para mí. En ese oscilar entre el orgullo y la desesperanza, hablé mucho con mi mamá, que para estas cosas es muy copada, porque es capricornio ascendente en capricornio y todo te lo convierte en un cuadro sinóptico. Ella me preguntaba qué quería hacer, más allá de mis estudios y posibilidades en ese momento, y yo lloraba desconsoladamente, porque nunca me había imaginado que iba a llegar a esa instancia de confusión. Un día, en otra entrega de mi lloriqueo neurótico, le dije a mi mamá y a una tía que estaba de visita "libros, me gustaría trabajar en una librería". Me dijeron que si eso era lo que quería, lo tenía que desear con mucha fuerza, visualizarlo todo el tiempo posible; imaginarme como librera. Las mandé a cagar, estaban tratando de evangelizarme en eso de El Secreto y yo no lo iba a permitir. Me hice la cacnherita y la rebelde, pero cada noche antes de dormir, fantaseaba con recomendarle libros a deconocidos.
Durante seis meses, no sé de qué viví. De dar clases de inglés, de tirar las cartas cada tanto, de cocinar, de agarrar cualquier changa. Ya no estaba tan compungida y estaba tan copada leyendo libros de física, que la sensación de entender las leyes del universo me daba una tranquilidad fantástica. Pero sabía que tenía que encontrar un trabajo fijo. No sólo por una cuestión de dinero, sino porque si no me imponen una rutina desde afuera, me convierto en un bardo. No por nada mi padre me apodó Barrileta.
En agosto empecé a trabajar en un local de ropa y accesorios. La madre de la amiga de una amiga necesitaba una empleada y caí yo. La pasé bien ahí. Me llevaba estupendo con mi jefa, la venta nunca me generó mucho conflicto y me la pasaba probándome anillos. Nunca, en los seis meses que estuve ahí, quise faltar. Iba contenta, dispuesta, pilas. El problema fue que a fines de febrero me tuve que ir. Bueh, mejor dicho, me echaron, por motivos que nada tuvieron que ver conmigo y no vienen al caso. Esa misma semana, el señor de la librería que quedaba a 10 metros se puso a buscar una empleada que lo ayudara con la temporada de textos escolares y mi ex jefa le habló de mí.
Empecé en la librería un sábado, el último de febrero. El trato era colaborar durante marzo, abril y parte de mayo, hasta que en los colegios dejaran de pedir libros. Era junio y todavía no se hablaba de que me fuera; mientras, ordené alfabéticamente todos los libros. Todos. Creo que nunca estuve tan mugrienta y tan feliz como cuando armaba pilas de mi misma altura para ir reacomodando. Me fui quedando, mi jefe fue relegando tareas y acá estoy, desde hace dos años y medio.
Me gusta mi trabajo. Me gusta mucho. Me gusta que las viejitas me digan que siempre les recomiendo bien. Me gusta que las madres me pregunten qué más pueden llevarle a sus hijos, porque lo último que les mandé les encantó. Me gusta leer contratapas, solapas y reseñas para tener una idea de lo que estoy vendiendo. Me gusta que ya me conozcan y confíen en mi criterio. Me gusta que mi jefe me halague cuando no estoy presente. Me gusta que me cuenten historias y charlar sobre literatura norteamericana con los clientes.

Aveces pienso que quizás mi mamá y mi tía tienen razón, que si uno desea algo mucho, aparece; como a mí me apareció -como caída del cielo- la oportunidad de empezar acá. Pero en el momento en que lo enuncio me siento un poco pelotuda, porque ¿quién soy yo como para emitir semejante máxima acerca de la vida?

viernes, octubre 14, 2011

¿Alquien se toma el 141 regularmente? ¿Alguien tuvo que sufrir el acoso psicológico del señor de los poemas? ¿No?
Bueno, la cosa es más o menos así. El tipo se sube en Scalabrini Ortiz y Córdoba y le cuenta a la gente que él escribe poemas, que la sensibilidad es un valor en desuso, que él de corazón te da su obra y que por favor se la aceptes amablemente. Avisa que todo esto es gratis, que si alguien quiere colaborar, él encantado, pero que si no, con una sonrisa le alcanza.
El tipo se te para al lado y te enchufa el papel, más allá de que le digas que no. Bueno, tampoco es que te lo encaja, pero dice cosas para que te sientas mal si no se lo agarrás. Y despuès no deja que se lo devuelvas. O sea, es un psicópata. ¿Cómo va a andar generando culpa de esa manera? Y no le importa nada; vos le podés decir que ya tenés, que no te interesa, que tu religión no te lo permite y el viejo se caga en tus límites y sigue tratando de convencerte. Y ponele que el viejo claudica y no te deja la papeleta, te sentís para el orto, culpable, porque sos la única persona en el bondi que no le da valor a la sensibilidad.
Para mí, no es poeta un carajo, es un sádico que disfruta con el malestar de los pasajeros que no tienen monedas o un billete chico para darle.

viernes, octubre 07, 2011

- ¿Sos romántica?
- Ay, esto parece una de esas entrevistas a gente medio famosita que aparecen en las revistas para minas.
- Sí. En mi tiempo libre entrevisto gente medio famosita para revistas.
- Esperaba más de vos.
- No me contestaste.
- ¿Si soy romántica?
- Eso.
- Ah... Bueno... Primero habría que definir "romántica". Porque yo diría que no, pero si me pongo a pensar, a veces me paso de romántica. Pero no romántica de pasacalles u oso de peluche; romántica de poeta decimonónico que se muere de tuberculosis.
- ...
- ...
- Entonces, no.
- No, no soy.

sábado, octubre 01, 2011

- Me hacés acordar a los pacientes de Freud cuando hablás de eso.
- ¿Si? ¿Te parece? ¿Alguna en particular?
- No... Màs bien me refería a los pacientes hombres.
- Ah...
- ...
- ¿Y cómo era que se curaban?
- Viste que medio que nunca se curaban, pero hacer sesión cinco días por semana durante un tiempo les venía bastante bien.


Siempre supe que era muy fálica,
pero la corroboración de la analista no me viene mal.
Ahora me resta curarme nomás.
Sería todo más fácil si fuera histérica,
a esas se les pasa todo garchando.

sábado, septiembre 24, 2011

Me subí al 140, me senté en uno de los asientos contra la ventana, me puse los lentes -que tienen el marco turquesa y me hacen lucir como un personaje de Gasalla-, cerré los ojos y empecé a quedarme dormida cuando me dio la sensación de que parte de mi pollera estaba ocupando el asiento de al lado. Si alguien quería sentarse, tenía que correr la pollera, o sentársele encima. Y si ese alguien era tan neurótico como yo, la iba a pasar mal. Entonces, estiré la mano para meter la tela que imaginaba sobrante debajo de la pierna y seguir durmiendo. Ni siquiera atiné a abrir los ojos, manoteé y listo.
De pedo que no le agarré el pito al pibe que se había sentado al lado mientras yo pensaba en todo el asunto de la pollera. Fue un roce intenso, pero de ahí no pasó.
Pobre, estaba de jogging él.

lunes, septiembre 19, 2011

A mí me parece que la tecnología como facilitadora del garche es lo mejor que pasó en los últimos años. Podrán tildarme de vaga, de amarga que no quiere salir y de muchas cosas más, pero -al menos desde mi punto de vista- poder levantarme a alguien desde la comodidad de mi hogar es un gol, algo que le agradezco infinitamente a la posmodernidad.
Abajo el prejuicio estúpido que dice "los que quieren conocer gente por internet son todos losers y feos"; es mentira. Nada más alejado de la realidad. Redes sociales, blogs y chats abundan en gente interesante con ganas de conocer a otras personas para revolcarse, ennoviarse o dejarse fluir en el devenir de los vínculos. Y si bien hay que tener paciencia, filtrar y estarse atento a los detalles, prefiero eso, toda la vida. En serio, ¿no es algo fantástico sentir nacer el interés por el otro mientras se comen papitas y se toma coca del pico?
Uno se vuelve creativo al relacionarse cibernéticamente. Se le encuentra el gusto a mostrarse por cam o a relatar escenas porno. Se estimula la escritura y el uso de la palabra se torna cada vez más poético. Se charla de cosas interesantísimas y se tiene acceso a personas a las que nunca hubiéramos cruzado de otro modo. Por ejemplo, ayer a la noche me hablaron del concepto de entropía y el big crunch. A ver, yo quiero que alguien me diga a cuál bar van los muchachos de exactas a levantarse minas explicando el principio de incertidumbre porque quiero pasar todas mis noches ahí; mientras tanto, gtalk, facebook chat y msn.
Para cuando llega el momento del encuentro, se sabe tanto del otro que es muy difícil pasarla mal. De hecho, las estadísticas arrojan que en 8 de cada 10 citas hay polvo; en 6 de cada 10 hay reincidencia. Esos números son demasiado buenos como para ignorarlos.
Después, sí, está todo el tema de pelearse y que el otro te siga leyendo el blog a escondidas o que trate de levantarse a otras/os y vos lo tengas que ver en tu timeline o muro; pero esos son avatares de las relaciones. Prefiero dejar de leer un blog o de postear acerca de ciertos asuntos antes que cruzarme todos los días en el laburo con un tipo con el que la cosa no funcionó.
Sin ir más lejos, este blog me trajo en bandeja a varios de los hombres más encantadores que haya tenido en mi cama; ni hablar de que me hizo conocer a mi amigo y consejero y reencontrarme después de varios años con mi amiga Lali, La Secretaria. Facebook me sirvió para ubicar ex's y deshecharlos a todos, salvo a uno, que me hizo tener una primavera de lo más pecaminosa el año pasado. Twitter es fuente de amores platónicos y admiración ilimitada; también es un garchadero y el momento en el que se recibe el DMdecoger es glorioso.
Abracemos esta era de Acuario y entreguémonos a los nuevos soportes facilitadores de garche.
Dejemos el prejuicio de lado y a tuitear con alegría.
Que la palabra nos caliente y haga explotar el cuerpo con fantasías.
Vamos, que saber que la contraparte no tiene faltas de ortografía NO TIENE PRECIO.

martes, septiembre 13, 2011

Primero entró la señora con pinta de freak que se llevó Las mujeres que aman demasiado y me contó que se lo iba a mandar por correo a un amigo suyo que estaba en psiquiátrico. Parece que hace como 40 años el tipo salía de un nosequé de meditación y justo había un enfrentamiento entre Montoneros y la policía y él cayó en la volteada, pero no se lo llevaron preso, lo metieron en el Borda. A los pocos meses lo dejaron salir, pero el pobre tipo ya había quedado del moño y nunca se pudo recuperar. Bueh, la cosa es que hace uno sños el flaco se enamoró de una mina que había conocido en uno de sus nosequé de meditación pero resultó ser que la mujer estaba más loca que él, así que terminó internado; por eso su amiga -mi clienta con pinta de freak- le estaba comprando el libro este. También andaba en la búsqueda de El arte de amar, pero ya no nos queda. La mina no registraba que estaba en una librería y no tomando un café con una amiga. Otra gente me pedía cosas mientras la señora narraba historias que no llegué a registrar porque me estaba poniendo de un pésimo humor.
Después, apareció uno que me preguntó por la trilogía de la fundación de Asimov, pero me costó entenderle porque en vez de "asimov" decía, "siminov". Este también me agarró de psicoanalista y me contó que él tenía toda la bibliografía de Asimov -o "siminov", para el caso es lo mismo- y también los seis tomos de Dune pero que después pasó una tragedia (sic). El tipo, no me explico por qué, se tuvo que mudar a la casa de su hermana hace unos cuantos años; se llevó todos sus libros y como a ella le parecía que ocupaban demasiado espacio, un día se los quemó. "¿Se los quemó? ¿En serio?", pregunté. "Llegué y había una caja con las cenizas", me respondió el fanático de siminov. Así que me conmoví, pero después se puso denso, preguntándome por mil títulos que no se consiguen ni en un universo paralelo, instándome a que los googleara y rastreara en Mercado Libre, y ya me puso de malhumor.
Entonces, sí, estoy de mal humor. No sólo por haber oficiado de oreja para estos dos sujetos carentes de ubicación, sino porque leí dos veces en lo que va del día el adverbio "altamente". "Altamente" es una aberración del idioma y quiero que todos los que lo usan se den el dedo chiquito del pie contra las patas de la mesa.

domingo, septiembre 11, 2011

Y aunque tenga que levantarme en cinco horas para tomarme una combi rumbo al lejano sur, me desvela la energía del sábado. Me mantengo despierta para no sentir que desperdicié "el finde". Me mantengo despierta revolviendo logs e historiales en busca de una conversación en particular llena de revelaciones; y sí, esto podría ser un eufemismo del desperdicio, pero no, esta vez no. Me mantengo despierta y encuentro lo que buscaba. También me encuentro a mí en un momento de mierda, de mucha tristeza y lo encuentro a él, mi ángel de la garcha desde hace casi una década. Si tuviera que escribir mi educación sentimental, él sería mi maestro, sin dudas.
Me levanto y huelo la tapa del desodorante Dove, porque me hace acordar a él, que siempre tenía olor a jaboncito y el pelo suave a lo Johnson&Johnson. Sigo leyendo logs y me río, me sonrío, me enrosco el pelo y me pongo contenta. Lo retuiteo, lo faveo y le mando un saludo por línea privada, creyendo que no se imagina la huella que imprimió en mi manera de definirme. Pero él sabe.
Nos mandamos besos, abrazos, nos prometemos cosas, rememoramos otras.
Un día voy a agarrar y ponerme a escribir toda nuestra historia como si fuera una novela para veinteañeras calenturientas que leen la cosmo, pero todavía no, no es el momento aún.


A veces me da la sensación de que tipeo más veces "un abrazo" que los abrazos que realmente doy. Pero no importa. Un DM, un emoticón, un post, un mail, también pueden ser gestos de amor. Y yo de amor estoy llena. Llenísima.

sábado, septiembre 10, 2011

Hay semanas tan cargadas de todo que ni tiempo dan para pensar; y cuando hablo de pensar no me refiero al análisis sintáctico de ablativos absolutos en latín sino al entramado de retrospectiva, observación de situaciones actuales y búsqueda de patrones conductuales, que viene siendo mi hobbie de los últimos 23 años más o menos. Al principio esa vorágine me hace sentir bien, productiva; me llena de energía levantarme y saber que tengo el día ocupado con cosas que me van a ser útiles. Hay un placer extraño al acostarme hecha percha y saber que me esperan pocas horas de sueño y un día lleno de actividades -tengo una faceta estoica que emerge cada tanto-, pero se me hace un cortocircuito cuando hay oportunidad de descanso. Como si millones de pequeñas ideas listas para ser desarrolladas hubieran quedado relegadas, latentes, y se amontonaran en algún umbral del inconsciente, preparadas para salir disparadas al menor indicio de tranquilidad.
Estos últimos días fueron agitados, largos, llenos de pequeñas responsabilidades impostergables. No estoy acostumbrada a esto, mi ritmo es otro; el compás me lo suelen marcar mi cabeza y mi deseo, no los turnos de médico de mi abuela, las fechas de entrega, las cursadas hasta entrada la noche o los trámites bancarios; pero, como dije antes, me adapto fácil a las nuevas reglas. El problema apareció ayer a la tarde, ya libre de obligaciones extra. Un tsunami de angustia se me vino encima. Una supernova de tristeza me estalló en el estómago. Todo junto: la soledad, las cuentas pendientes, la soledad, los problemas familiares, los asuntos de guita, la soledad, el escepticismo que me está costando frenar, la soledad, la expectativas académicas y laborales, la soledad. Llegué a mi casa al borde del llanto, con una bolsa con una cerveza negra colgándome del brazo y ganas de meterme en la cama sin cenar. Piqué algo en la cocina mientras trataba de tomar una decisión fundamental, ¿ponerme el pijama, cargar en cuevana una romántica lacrimógena que me hiciera sentir que nunca voy a sentirme capacitada para vivir el romance en todo su esplendor o abrir la cerveza, poner Bikini Kill al mango y ponerle onda a la vida? Como ya estoy re podrida de elegir la primera opción y embolarme, opté por la segunda. Para la una de la mañana los vecinos ya me habían llamado para pedirme que bajara la música (sin darse cuenta de que la música estaba baja, la que gritaba sobre Le Tigre era yo), se me había pasado la tristeza y estaba apenitas alegre de borrachera. A veces me olvido de que no hay mucho truco. La soledad es una constante, sólo tengo reencontrarme con la parte de mí que mejor me cae para no sentirla como un peso sino como algo inherente a la existencia. A veces me olvido de que, en general, yo soy la persona con quien mejor la paso. Y cuando me vuelvo a acordar, me inunda la satisfacción.
Después, me tomé un taxi hasta Villa Urquiza para garchar un rato, porque no hay mejor manera de festejar el reencuentro con la propia esencia que pegarse un buen revolcón con un amante rendidor.
O bien, no hay mejor manera de festejar. Lo que fuere que se festeje.
O bien, no hay mejor.

viernes, septiembre 09, 2011

I wish I could drink like a lady
I can take one or two at the most
Three and I’m under the table
Four and I’m under the host
Dorothy Parker

Si bien ando muy sana y natural, desayunando licuados de frutilla con naranja y esquivándole al alcohol los días de semana, quiero darle la bienvenida a la temporada de aperitivos en la terraza, cervecitas a la salida del profesorado, juntadas con amigos regadas de fernet y, por qué no, veladas calenturientas maridadas con old fashioned y negronis.
Salú.

martes, septiembre 06, 2011

¿Vieron que en muchas películas medio romanticonas hay un personaje que tiene como dos millones de años y en algún momento cuenta cómo conoció a su mujer y cómo en ese preciso instante se dio cuenta de que era la mujer de su vida? El viejito tierno dice que la vio subirse al ascensor/entrar a la habitación donde el estaba/parar un taxi/acariciar a un perro/whatever y que supo que quería pasar el resto de su vida con esa mujer; en algunos casos, el anciano sabe que va a compartir su existencia con la minita. Bueno, a mí los personajes que dicen esas cosas me dan mucha ternura pero no les creo un carajo; y eso que son personajes de una peli. O sea, ni hablar si alguien que está hablando conmigo me llega a decir algo similar. No le creo un carajo.

Y hay muchas cosas que no le creo a la gente respecto del romance y el amor. Porque soy una rompebolas que a todo le busca explicación y argumento. A mí un tipo no me gusta. A mí un tipo me cabe porque me es afín en un montón de cosas, tiene una Luna compatible con la mía, cogemos lindo y le gusta ir a comer comida peruana. Por ejemplo, eso de "lo vi y me enamoré" me parece de autoengaño perverso. Es hacerle el juego al pelotudeo hollywoodense; es seguir atada al mandato de las novelas de Andrea del Boca; es estar destinada a la decepción. Hay que ser sinceras, chicas, muchachos. Lo-vi-y-me-enamoré es una pelotudez. Lo vi y me lo imaginé en pelotas encima mío. Lo vi y me mojé. Lo vi y especulé con qué carrera estaría estudiando. Lo vi y quise saber a quién había votado en las primarias. Enamorarse es otra cosa.
Eso sí, cuando me pasa por al lado mi compañerito que es menor que mi hermana y me hace una caricia en el hombro, me siento un personaje de una novela pedorra de Cris Morena. El verbo es estremecer.
Y me da un escalofrío, pero cálido. Un escalocálido.

domingo, septiembre 04, 2011

Cuando a los 18 años me anoté en psicología, todos dijeron "sí sí, vas a ser buena psicóloga", por los rulos, la capacidad de escucha y mi obsesión por desentrañar los misterios de las conductas dañinas e incomprensibles.
Cienco años después, cuando mandé todo al carajo y me pasé a Letras, todos dijeron "ah, no, esto va mucho mejor, es para vos", por la lectura compulsiva de narrativa y el interés por la teoría literaria.
Un poco más tarde, cuando me agarró un acv que nadié percibió pero que estoy segura de que ocurrió (otra explicación no le encuentro) y me anoté en física, nadie dijo nada. Bueno, no, decían "está bien, si tenés ganas, hacelo".
Pero algo diferente sucedió cuando decidí anotarme en el joaquín y ser en unos años profesora de lengua y literatura. Se abrieron las aguas. Las opiniones se diversificaron. Ahora hay dos bandos. Los que dicen que voy a ser una profesora turra, exigente, intransigente, fría y distante y los otros que aseguran que voy a ser de esas que aparecen a las 7 de la mañana con mirada de no-me-acuerdo-cuánto.whisky-tomé-anoche y un escote revelador, tratando de hacerle parar el pito a los adolescentes.

Yo no sé qué clase de profesora voy a ser, lo que sí sé es que hace un rato me desperté de la siesta con una calentura x400 y cuando me acordé de lo que había soñado, casi me muero.
Resulta que estaba en una clase de literatura de cuarto año en el pelle, como ayudante. Había un pibe, un quinceañero, un borrego, unn gurí, que se partía al medio y yo le coqueteaba. Lo llamaba por su apellido y, mientras me hacía la linda, le halagaba sus observaciones sobre Triste, solitario y final.

viernes, agosto 26, 2011

Che, ¿de verás siguen existiendo tipos que diferencian a las minas en categoría "para novia" y categoría "para garchar"? Lo pregunto en serio, eh. En los últimos meses me contaron un par de historias que me dejaron con mucha indignación y ganas de pegarles un rodillazo en las pelotas a los retrógrados esos.
Ojo, eh, que yo sé que a veces conocemos a alguien y sabemos que la relación no va a dar para más que garchar porque la otra persona no nos cierra para un vínculo más profundo. No hablo de esos casos. Me refiero a los chabones que si una mina les chupa la pija y se traga la leche con alegría, en su fuero interno la tildan de puta y la tachan de la lista de potenciales madres de sus hijos. Los flacos que le meten los cuernos a sus novias lindas, buenas y virginales -que gustan de coger tanto como cualquier cristiano- con "esas otras" que no tienen problemas en explorar el catálogo de perversiones políticamente correctas. Los infelices que no pueden entender que a las minas nos copa, nos encanta, nos fascina garchar. Garchar. No hacer el amor. Garchar. Esos que se callan las opiniones y pilotean los ataques machistas, pero que cada noche, cuando piensan en todos los tipos que quizás su chica se cogió en el pasado, sufren y no tienen la fortaleza para superar ese obstáculo absurdo. Los que están seguros de que las mujeres cogemos para obtener otras cosas, materiales o del ámbito del status.
Y ahora que lo pienso, le pegaría un pelotazo en las tetas a las estúpidas que se horrorizan si su novio se pajea mirando algún videíto en poringa. A las que se piensan que el culo se entrega, como si fuera algún tipo de diploma por el que hay que hacer mérito para merecer. Esas que despliegan una telaraña de manipulaciones, negociados e histeriqueos sólo por revolcarse un rato. Las minitas que se piensan que les faltan el respeto y se ofenden si les dicen "putita" mientras les dan murra, pero que después son capaces de descartar a un pibe porque no tiene auto. Las conchudas que emiten juicio sobre la vida sexual de sus amigas más libertinas para sentirse mejor con ellas mismas. Las que creen que cogerte es hacerte un favor.
Bueh, parece que ya me contesté la pregunta. Y no sé si se habrán dado cuenta ya, pero estamos rodeados.

viernes, agosto 19, 2011

- ...Así que sí. Todo necesita una explicación. Siempre. Siempre, siempre.
- ...
- ¿No funciona así la gente?
- ¿Así cómo?
- Así, intentando entender el por qué y el cómo de las cosas.
- ...
- ¿Vos qué me querés decir, que hay gente que hace las cosas porque sí, sólo porque tienen ganas? ¿Que hay personas que hacen lo que se les canta y después ni piensan en mirar para atrás?
- Yo no digo nada del resto de la gente. Hay de todo.
- Nah, dejate de joder. Yo no conozco a nadie así. Eso es de heroína de comedia romántica hollywoodense. Eso de la espontaneidad es un mito.
- Me parece que lo que pasa es que vos siempre te relacionás con gente como vos.
- ¿Gente como yo? ¿Cómo?
- Gente del mundo de las palabras, del pensar, del reflexionar sobre todo.
- Ah. Sí. Puede ser. Pero, en serio, ¿cómo hace el resto? ¿Les sale bien?
- ¿Si les sale bien qué cosa?
- LA VIDA: Porque si les sirve, enseñame.
- Y, no sé, Celeste. Si hay gente así, no creo que sienta la necesidad o el deseo de psicoanalizarse.
- ¡JA!
- Vamos dejando por hoy, ¿si?

martes, agosto 16, 2011

- Lo que pasa es que cuando escribís sobre mí es medio raro.
- Yo no escribo sobre vos.
- ¿Cómo que no?
- No, me parece que hay algo que no entendés. Yo no escribí nunca sobre vos. Para el caso, nunca escribí sobre nadie. ¿Sabés por qué? Porque siempre escribo sobre mí.
- No, bueno, pero vos sabés a qué me refiero.
- Sé perfectamente a qué te referís, por eso te aclaro. Cada vez que leíste y pensante que era sobre vos, le pifiaste. Es sobre mí, siempre sobre mí. No te preocupes, que cuando tengo cosas para decir sobre vos, te las digo sin mediaciones.
- Ya sé eso. Entonces, cuando me vislumbre en un texto, tengo que tener en claro que ese no soy yo. ¿Es un personaje?
- Es un personaje.
- ¿Soy ficción?
- Sos ficción. Somos ficción.
- Entonces haceme más lindo, más carismático, más viril.
- Buah, pará, que yo no soy Danielle Steel. Esto es realismo sucio, cariño. Servime whisky y callate la boca.

viernes, agosto 12, 2011

El otro día Dedé se quejaba. Decía que parece que si no tenés nada para contar relacionado con tipos, sexo y esas cosas, no hay nada que pueda generar interés en una charla con mujeres. Está claro que no estuve de acuerdo, me parece que ella tiene un tema de negación en lo que respecta a su vida romántica, eso en algún punto le molesta y proyecta esa molestia en la mirada ajena; pero más allá de que la acusación estuviera teñida de preconceptos basados en la nada, sí me quedé pensando acerca de la importancia del relato. No importa si conociste a un pibe en un boliche, si te gusta un compañero de la facultad que no sabe de tu existencia o si te estás enamorando del pibe con el que salís; más allá del nivel de intensidad del sentimiento -si es que hay sentimiento, claro-, siempre existe la necesidad de contar lo que está sucediendo. Ese ejercicio femenino del sobreanálisis, del medijo-ledije, de abrir el abanico de realidades paralelas y seguir el camino de cada una hasta el final, es algo que reporta un goce tal que a veces me pregunto si no vamos por ahí a revolcarnos con gente por el placer de tener una anécdota fresca para contar en la próxima reunión. No sé ustedes, yo sí lo he hecho.
Pareciera, entonces -al menos según el criterio de mi amiga-, que me vida es poco interesante. Porque no cuento nada. Pero no. No sé si mi vida pueda interesarle a otros o no´; sí sé que a mí me resulta interesante. Pero a lo que voy es a que ya no cuento como antes. En algún momento dejó de parecerme pertinente el relato de detalles y nimiedades; ya no me divierte, me embola. Ahora tiro los titulares y ya. A veces, ni siquiera eso. Debe ser porque nadie me interesa lo suficiente como para que me ponga a gastar tiempo y energía en narrar cómo fulanito preparó una cena o cómo menganito me hizo saber que estaba casado y con una hija. Digo, hay cosas que son difíciles de transmitir y son esas, justamente, las que me vienen sucediendo últimamente. ¿Cómo hago para explicar que un orgasmo con tal me deja contenta durante 48 horas? ¿Cómo hago para poner en palabras la certeza de saber que estoy conectada cósmicamente con tal otro pero que en este momento no estamos sincronizados? ¿A quién le puede importar si ni siquiera ocupa demasiado lugar en mi cabeza?
Como si, de repente, algo se hubiera despejado. Como si toda esa nebulosa de tipos, conversaciones, presunciones, sospechas, necesidades, impulsos, histeria e insatisfacción se hubiera esfumado. Sinceramente, a veces no sé qué hacer sin toda esa confusión y tristeza, es como si me hubieran dejado la casa sin muebles.
Como si yo no fuera yo.
Como si, de vuelta, tuviera toda una vida por delante.

lunes, agosto 08, 2011

"(...) bueno, así que ya sabés, si en algún momento te sentís juguetona o estás quenchi, avisame, creo que puedo hacer que cambies de opinión respecto a mí"


Esto fue lo que recibí en el día del orgasmo femenino (ah, no sé de dónde salió esto; yo lo leí en twitter). Un banana a pedal que se piensa que puede generar algo en mí "si le doy una oportunidad", sin darse cuenta de que, justamente, es el modo en el que pide esa oportunidad lo que hace que mi libido desaparezca instantáneamente.
Dudo, ¿le contesto? ¿Le explico que la palabra "quenchi" es de coordinador de viaje de egresados que sólo se la pone a adolescentes ebrias? ¿Le aclaro que el verbo jugar entramado en lo sexual debe ser usado con sumo cuidado, porque si no tiene un efecto perjudicial? ¿Le pido que por favor se olvide de mi existencia y vaya a revolotearle a otra con un perfil más acorde a su persona?
Me decido por no contestarle nada, la situación no amerita más que un post en este blog.

quenchi. qué hijo de puta.

martes, agosto 02, 2011

el rubio - el grandote - el fumador - el que vivía con la novia - el morocho - el que tenía hijos - el místico - el hippie - el pelirrojo - el cocainómano - el tímido - el casado - el músico - el extranjero - el positivista - el tímido - el escritor - el petiso - el conservador - el divorciado - el aburrido - el cincuentón - el pelado - el fumón - el artista plástico - el egoísta - el delicado - el idealista - el fotógrafo - el perverso - el salvaje - el narigón - el que nunca me dijo su nombre - el abstemio - el aventurero - el sádico - el canoso - el zaparrastroso - el encantador - el sentimental - el mentiroso - el desconocido - el habilidoso - el flacuchento - el de rastas - el trosko - el moralista - el inestable - el innombrable - el soñador - el que le gustaba a mi amiga - el de anteojos - el puaner - el ambicioso - el religioso - el vegetariano - el borracho - el hedonista - el laburante - el feo - el que sacó a otro clavo - el clandestino - el barbudo - el exhibicionista - el sádico - el cocinero - el negligente - el de rulos - el geek - el cómico - el medicado -el banana - el crédulo - el militante - el nihilista - el pendejo - el aplicado - el reflexivo - el equivocado


A algunos los recuerdo por muchas cosas; a otros, por apenas una.
Igual, a todos los quise, por lo menos por un ratito.
No se puede olvidar lo que se quiso
y a mí me encanta querer.

sábado, julio 30, 2011

Hace un rato entró una señora con cara de orto la librería y me preguntó si tenía Lo Siniestro, de Freud. Le dije que no, que de Freud algún tomo suelto, pero que en ninguno estaba Lo Siniestro. Me preguntó si estaba segura. Odio, detesto, me llena de ira que me pregunten si estoy segura. Claro que no todo el mundo tiene que saber que si no estoy segura me levanto y busco mientras enuncio, para que no queden dudas, "no estoy segura, me voy a fijar...". Le contesté que estaba segurísima porque ese era mi texto favorito de Freud y la mina puso una cara de "¿ese?" que me hizo inundar el cuerpo de indignación. ¿Qué tiene que no curta el greatest hits de Sigmund? Mi texto favorito es Lo Siniestro ¿y qué? Ya sé que no llega a ningún lado, que no desarrolla ninguna idea en especial, no me interesa, me parece genial por lo literario, por el análisis lingüístico, por retratar algo que me pasa todo el tiempo y confundo con superstición. Entonces, decía, la mina con cara de orto me increpaba acerca de mi competencia como librera mientras sacaba una libretita donde tenía anotado qué editorial había editado Lo Siniestro para ver si lo tenía. Le tuve que explicar, nuevamente: no-lo-tengo, no-está, no-vendemos-libros-de-psicología.
Y ahí pasó algo terrible.
Me di cuenta de que la señora con cara de orto había sido MI ANALISTA durante 6 meses, allá por el 2004.
Lo que me molestaba como paciente era que tenía cara de amargura y que siempre parecía que tenía el pelo sucio. No me caía bien, pero en ese momento necesitaba tratamiento a como diera lugar y me ayudó un poco. Cuando me alivié un poco de la angustia, huí, desaparecí.
Sigue teniendo cara de agria. Sigue yendo por la vida con el pelo engrasado.
¿Me habrá reconocido?

miércoles, julio 27, 2011

Buah, resulta que al final la transacción por la venta de la librería se cayó. El comprador tenía un problema con la garantía para el alquiler y blablabla; se fue todo al carajo. También se fueron al carajo mis ilusiones de indemnización y, con ellas, la plata para pagar Pearl Jam. Así que estoy entre frustrada y ansiosa mandando cvs.
La búsqueda laboral se me está tornando un tanto extraña en este momento. Hace casi tres años que no busco trabajo ni tengo una entrevista. Mis prioridades cambiaron desde la última vez que pasé por esto y hay un montón de cosas que no estoy dispuesta a hacer por un sueldo. Necesito un trabajo que me deje el suficiente tiempo para cursar la mayor cantidad de materias posible, así me recibo y listo.
Quiero trabajar desde casa, más allá de que muchos digan que no está tan bueno como suena, es lo que quiero. Quiero manejar mis tiempos y hacer de la joggineta un uniforme. Quiero poder prepararme el almuerzo todos los días y salir a la calle por deseo y no por obligación. Quiero, quiero, quiero.
Así que si alguien sabe de algo, por favor le pido que me chifle. A cambio le regalo algo. No sé qué, un pastel de papas, una clase de latín, una linda versión de The man I love; no tengo mucho más para ofrecer.

lunes, julio 25, 2011

Hace varios años, un tiempo después de abrir el primer blog, se me ocurrió que tenía que darle algún tipo de estructura a mis textos y me puse a tomar clases con un chongo que vivía en lejísimos de mi casa. Yo estaba segura de que era graciosa, cómica, ocurrente y creía que dándole un poco de forma a mi modo de escribir, podía terminar escribiendo una sitcom o algún delirio similar.
La cuestión es que el viernes a la noche me puse a hacer limpieza de mi cuenta de gmail y encontré cosas que escribía en esa época para el taller que hacía con mi amante de zona norte. Una bazofia. Algo realmente desastroso. Más allá de errores de sintaxis, puntuación y coherencia, escribía cosas que no podían hacer reír a nadie salvo a mí. Un juntadero de anécdotas -insólitas algunas, mediocres otras- narradas sin consistencia ni ritmo. Y lo digo con la mayor objetividad posible; pasaron como siete años, puedo darme el lujo de criticarme sin sentir que me estoy atacando. Entonces, agarré y me puse a leer, en orden cronológico, todos los archivos de todos mis blogs. Horas tardé, pero finalmente pude identificar los diferentes momentos, los estilos distintos, qué elegí contar, qué tono decidí aplicar y todas esas cosas que pueden interesarme sólo a mí para mantenerme activa en el ejercicio de la neurosis. Desde el primer momento en el que tomé el espacio como diario íntimo, el intermedio en el que me aboqué a la crónica de lo cotidiano hasta ahora, que ya no me da el cuero para contar con quién garché, qué me dijo fulanito cuando me dejó o hacer un relatominucioso, lleno de reflexiones, acerca de mi sábado a la tarde en plaza francia con Lau y su perra.
Desde la mirada más técnica, hay una evolución. También cambió el rol de la escritura en un costado más íntimo, pero cada vez que estoy frente al cuadrado en blanco de "nueva entrada" me pregunto por qué este blog, para quién, con qué finalidad. Tengo decenas de borradores que nunca me animé a publicar por miedo a herir susceptibilidades; ideas que me parecerían desperdiciadas si las usara para un post y no para un cuento; teorías larry-david-wannabe que prefiero compartir en reuniones con amigas; llantos melodramáticos impublicables.
No sé, no quiero decir con todo esto "entonces voy a cerrar el blog", porque no es la intención, pero sí noto que me da lo mismo escribir acá como no hacerlo; no tengo una motivación. Hay demasiada gente que me conoce que lo lee y después vienen los quilombos del "porque en tu blog vos dijiste x cosa de mí/de fulano/a". Y yo no digo nada de nadie. Hablo de mí y solamente de mí, todos los personajes que aparecen son eso: personajes. Convertir una experiencia en literaria es ficcionalizarla, para mí es algo clarísimo pero, evidentemente, no es así para todos. La verdad es que, en este momento, me dan más ganas de contarle un mail a un amigo sobre con quién me acosté hace dos días, limitarme a los 140 caracteres de twitter o escribir un cuento antes que medir lo que pongo y lo que no. Y el que diga que no me tiene que importar la opinión ajena, no me conoce ni un poco; me importa y no quiero que nadie me rompa las bolas en la misma medida que no quiero romperle las bolas a nadie.
Así que llego a este punto en el que me doy cuenta de que haber tenido un blog durante tanto tiempo me ayudó a crear el hábito de la escritura, pero que ya no me es necesario. Ahora escribo para otros espacios, para el profesorado y en mis .doc que todavía no me animo a mostrar. Se rompió la asociación entre el acto de escribir y la existencia del blog, porque escribir se convirtió en otra cosa, alejada de la descarga y la necesidad de poner en texto los soliloquios que me manijean. Volví a terapía, ya tengo una escena de catarsis.
Y ahora, quién sabe. Quizás me empiecen a pasar cosas absurdas y vuelva a sentir que soy graciosa como para postear acá. O tal vez vuelva a ese estado de observación permanente y vuelva al relato minucioso de lo más cotidiano. Me encantaría hacerme la canchera, poder decir que tengo demasiada vida allá afuera como para perder el tiempo acá (mentira, no lo haría, me encantaría sentirlo, pero no lo haría), pero la realidad es que todo sigue más o menos igual. Sigo resucitando hombres, sigo vendiendo libros, sigo queriendo ser profesora de literatura, sigo viviendo con amigas, sigo tomando whisky, sigo pintándome las uñas de azul. Hay algo que sí empezó a cambiar de un tiempo hasta acá, pero aún no lo tengo del todo identificado. Por lo pronto, sé que escribir ahora representa otras cosas, con eso me alcanza y tengo laburo para rato.

jueves, julio 21, 2011

La analista sugiere que tal vez me cuesta sostener una relación convencional a través del tiempo porque, en el fondo, quiero algo que se salga de ese molde. Evado darle una respuesta en concreto y me embarco en un relato de mi vida romántico-amoroso-sexual en los últimos 8 años. En resumidas cuentas, yendo a los puntos conflictivos de cada vínculo, me doy cuenta de que tiendo a reciclar, suelo huir en los momentos menos oportunos y desconfío profundamente de la capacidad ajena de brindarme seguridad. Entonces, me escucho y sueno a persona difícil de complacer, una jodida, una histérica. También sueno a despreocupación, diversificación prácticamente involuntaria, enojo efímero y búsqueda sostenida en el ámbito de lo sexual. Termino reconociendo que sí, que en algún punto sigo queriendo lo mismo que a los veinte en materia de afectos-un ideal acuarianísimo-, pero que me fue tan mal las anteriores veces que quise darle forma y aplicarlo que me da un poco de miedo. Ella me corrige, me marca que, a partir de lo que le conté en la última hora. la empecé a pasar mal en el preciso instante en el que traté de volverme convencional.
¿Cómo es que nadie me lo hizo notar antes? ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cómo tardé tanto en volver a terapia?

sábado, julio 16, 2011

Me gustaba Tito porque tenía cara de insatisfacción. Tito no se llamaba Tito, tenía un nombre inadecuado para un pibe de 15 años en 1998; pero a mí no me importaba ese nombre de viejo que llevaba, ni que su pelo fuera una masa medio mugrienta con vida propia, ni que siempre tuviera puesto el mismo buzo, porque una vez a principios de tercer año soñé que caminábamos juntos por una plaza y al otro día, al entrar al aula y verlo, supe que me gustaba mucho.
Yo me sentaba al lado de uno de los amigos de Tito, un chico lindísimo que me robaba las biromes y usaba un piloto gris aunque hiciera calor sofocante. El amigo de Tito me cargaba por tener una foto de Leonardo Di Caprio en la carpeta y por escuchar a los BackStreet Boys, aunque yo le dijera que era una etapa superada en mi vida -eso había sido en segundo año, las vacaciones me habían transformado-, que ya no más boys bands y le mostrara la carpeta ausente de fotos, sólo inscripciones en liquidpaper. Todos me cargaban por eso, de hecho, menos Tito, que siempre estaba sumido en su melancolía y Nirvana, con su maraña de pelos horrenda llena de bolitas de papel que le tiraban desde los bancos del costado y su buzo azul con gris que tenía las mangas un poco cortas.
Con el chico del piloto nos sentábamos atrás de todo, última fila a la derecha; Tito se sentaba con un petiso fanático de Pearl Jam que era el más gracioso de la división, anteúltimafila del medio. No presté atención en todo el año, me limité a mantener mi cabeza apenas orientada hacia la izquierda para mirarle en el cuello a Tito y enredar en su porra inexplicable mis fantasías de compartir los auriculares del walkman. Me gustaba de un modo que nunca más, ni antes ni después. Yo quería cuidarlo, escucharlo, cantarle bajito Crystal ship, quería que se sintiera mejor, que dejara de tener tanta tristeza en la mirada. Pero no hacía nada, salvo mirarlo. Mirarlo en el aula, en el recreo, en la puerta antes de entrar, a la salida, los viernes a la noche en la plaza frente al Pizzurno, en el pool de Santa Fe y Larrea. Y no me daba cuenta de que todo el mundo se daba cuenta de cuánto lo miraba; porque siempre -y más en esa época- me sentí medio invisible, como si nadie terminara de registrar mi presencia.
Obviamente, hay algo trágico en la historia. Bueno, trágico para una piba de 15 años que escribía cuentos sobre suicidas y se sentía invisible. La típica, un día sus amigos le dijeron a mis amigas que Tito gustaba de mí y propusieron armar celestinaje. Ellas aceptaron entusiasmadas, intentaron entusiasmarme a mí -sólo lograron ponerme nerviosa- y a los pocos días ellos dijeron que era todo mentira y me dejaron tan expuesta que no me animé a mirar más que al pizarrón durante el resto del año.
Y sí, sufrí mucho y me quedé dormida llorando muchas noches y tuve muchas ganas de no ir a la escuela infinidad de veces y le conté a mi madre que sólo me aconsejó que me alejara de los virginianos; pero lo importante vino después. Nuestro (no)vínculo se instituyó en los recreos. Una vigilancia de su parte que en un principio interpreté como hostigamiento y humillación, hasta que le noté en los ojos la misma melancolía que le espiaba en las clases de contabilidad cuando éramos compañeros. Me miraba a mí, durante los recreos, en la plaza los sábados a la noche, en las fiestas canilla libre de los viernes, en las marchas, en los pasillos, al lado de las máquinas de golosinas, en el anfiteatro, en los antros, subsuelos y galpones con techos sudados donde nos emborrachábamos con tequila de cincuenta centavos el shot. Nos mirábamos y limitábamos el contacto verbal a pedirnos cigarrillos o alcanzarnos cervezas de la heladera del kiosco. Fumaba esos parissienes -el sabor repugnante, el humo espeso, un asco- y tomaba del pico de esas cervezas con una entrega como de bruja en un ritual mágico que nunca más, sólo a los 16 o 17, sólo por Tito.


La entrega de diplomas fue un año después de egresar. A la mañana, tempranísimo, en el salón de actos de la Facultad de Derecho. Un torre absoluto del que escapé a los quince minutos para ir a fumarme un pucho a la puerta. Y sobre una de las columnas enormes que están antes de la escalinata, estaba apoyado Tito, con uno de sus parissienes colgándole de los dedos. Le pedí fuego, nos preguntamos cómo andábamos, nos quedamos en silencio tirando humo. Él había empezado a abrir la boca para decir algo cuando sentí la voz de mi madre taladrándome los tímpanos. Que tenía que entrar ya porque había salido mejor compañera y me tenían que dar la medallita. Puse cara de sorpresa, puso cara de sorpresa, mi mamá siguió gritando y entré casi corriendo.
En algunas de las fotos de ese día, se me puede ver al lado de mis amigas, con el diploma en la mano y el pelo larguísimo. Y a lo lejos, apoyado sobre una columna, Tito mirando al objetivo de la cámara.

domingo, julio 10, 2011

Me puse los lentes, el abrigo y caminé hasta Parque Centenario para votar en la escuela donde hice cuarto y quinto grado. Me busqué en los listados, me encontré y entré.
En la puerta del aula donde me tocaba había un cartel grande, blanco, con letras negras:

CUARTO OSCURO PARA PERSONAS CON NECESIDADES DIFERENTES

Y ahí me sentí re comprendida.

sábado, julio 09, 2011

Doce horas. Doce horas pasaron nada más desde que tengo celular -después de un año y medio sin- y ya recibí un mensaje que me trastornó la cabeza.
Genial.
Fantástico.
Divino.

viernes, julio 08, 2011

El fin de una era: se vendió la librería.

En más o menos un mes, tenemos que organizar este despelote como para que el nuevo dueño pueda encontrar un libro con un criterio más o menos razonable. Hasta ahora, nos manejamos con el método de la memoria y del "debe estar por allá". En más o menos un mes, voy a tener que definir si me quiero quedar bajo las órdenes de un nuevo jefe o si me aventuro a ver qué hay allá afuera. En realidad, está todo bastante definido, me voy a ir. Este lugar ya cumplió su ciclo. O yo me aburrí, lo que es muy probable también. O las dos cosas.

lunes, junio 27, 2011

Ayer cuando me desperté como a las cuatro de la tarde me desilusioné un poco. No tenía resaca, no estaba engripada después de haber chupado mucho frío la noche anterior, ni sentía remordimientos por comportamientos vergonzosos. Me desilusioné porque en el momento en el que abrí los ojos supe que iba a ser un domingo cliché y quería tener al menos una excusa para estar tirada todo el día fumando metida en la cama.
Así que miré la pared mucho tiempo, seguí con la lectura de El Pasado, miré Ghost World, escribí y sentí La Nada en su estado más opresivo y repugnante.
Hoy me desperté peor, al borde del llanto constantemente. Llegué a la librería, me vine para mi compu que está atrás de todod y me cubre de la mirada de los otros para poder llorar tranquila. En un momento vi que mi jefe se levantó para decirme algo y apenas pude pasarme las palmas de las manos por las mejillas para secarme un poco, pero el tipo, como ni enterado de mis ojos rojos e hinchados siguió hablándome como si nada de unos cheques. Por un instante me llené de bronca. ¿Cómo no me preguntaba qué me pasaba? ¿Cómo podía ser tan desalmado? Pero inmediatamente me di cuenta de que es lo mejor que puede suceder. Porque ¿qué le iba a decir? ¿Que me estoy por indisponer y que probablemente era algo hormonal? ¿Que me gustaría que me llame un chico pero como no lo hace me frustro? ¿Que a veces me desbordo emocionalmente porque el resto del tiempo no me permito bajar la guardia ni por un segundo? Entonces, mejor que no le importe, porque realmente no estoy interesada en que mi jefe conozca mis problemas, menos cuando no puedo ni explicarlos.
Después me quedé sola y me calmé, hablé por teléfono con mi mamá, me pasó una erceta de puchero y me dijo que me quería mucho. Puchereé después de cortar, porque a veces me emociona que me quieran así de mucho. Y ahora se me llenan los ojos de lágrimas mientras escribo esto porque estoy convertida en un ser ultrasensible que se conmueve con absolutamente todo.
Esto es insoportable, que alguien me usurpe las hormonas.

sábado, junio 25, 2011

Tengo una sola palabra para decir: moussaka.
Aunque me haya salido todo medio desarmado, aunque me haya quedado apenas corta con el yogurt, aunque hubiéramos comido sushi -hecho por Dedé- antes porque ya había pintado el bajón.
La carne de sabor contundente, con mucha paprika; las berenjenas cremosas, suaves; la acidez del yogurt.
Y mientras esperábamos que gratinara en el horno, recordamos las carnes a la cerveza, la sopa de ajo, los ñoquis rellenos, las feijoadas y los guisos. Porque sí, seremos bajoneras, pero hay una realidad, la comida invernal es una maravilla.
No veo la hora de llegar a casa, poner a cargar Game of Thrones, calentarme una porción y preparar el cuerpo para una siesta épica.
La satisfacción en lo simple.

lunes, junio 20, 2011

No me gusta el contacto físico con la gente extraña. No hablo de estar apretada en el bondi, eso no le gusta a nadie. Más bien me refiero a todo el despliegue de camaradería que se suele tener con personas con las que uno no comparte más que circunstancias espacio-temporales. Hablo de besos en la mejilla, palmadas en la espalda e incluso abrazos. Hablo de compañeros de trabajo, de facultad, clientes y personas que me encuentro por la calle que alguna vez formaron parte efímera de mi vida.
Cuando hacía vida de oficina y trabajaba con un equipo de cerca de quince personas, sufría mientras subía en el ascensor al saber que se acercaba el momento de saludarlos A TODOS con un beso en la mejilla. Era una locura. Todos los días. Un beso en la mejilla. Al llegar y al irse. A todos. Todos los días. O pienso en mi primer año en el profesorado; no saludé a nadie -salvo a La Secretaria y a Amarula, obvio- hasta noviembre más o menos, porque si bien soy bastante tímida y estoy segura de que la gente nunca registra mi presencia, también está esta cosa de negarme a andar besuqueando a la gente, entonces quedo como una antipática, amarga, misántropa, Daria, lalala lalá.
El saludo con beso en mejilla por compromiso me parece una invasión al espacio privado. Un avasallamiento a la intimidad. Un atrevimiento innecesario. Una regla de urbanidad inútil. Un horror. Y ni hablar de cuando me cruzo con esa gente que ni me conoce pero me abraza. O sea, ME ABRAZA. Digo, para mí, el abrazo es una muestra de cariño sincera que valoro mucho cuando viene de alguien cercano, o que brindo cuando me puede la ternura; pero que venga fulana o mengano a rodearme con sus brazos es algo que me crispa los nervios.
De más está decir que la gente esa que va a los parques, con sus carteles de "abrazos gratis" me parecen directamente macabros. No te acepto un abrazo de un desconocido ni que me paguen. Y me pasó algo terrible respecto a esto hace muy poco. Había un pibe que me gustaba mucho desde hacía un tiempo. Alguna vez terminamos los dos en un sillón, hablando muy de cerca, con su manaza masajeándome el cuello; alguna otra vez hablamos durante horas sobre libros y astrología; y aunque nunca haya pasado nada, siempre tuve la certeza de que sólo era cuestión de tiempo. Hasta que. Hasta que un día abrí mi facebook y ahí estaba él, el grandote que me re cabía, etiquetado en un album que se llamaba "abrazos gratis"; ahí estaba, con una sonrisa y abrazando gente desconocida en Plaza Francia; ahí estaba mi deseo, siendo chupado por un agujero negro para nunca jamás volver. Y todos dirán, "pero, nena, ¿qué problema tenés?" o "salí de la pose"; pero yo les digo que me tienen las pelotas llenas con la sobrevaloración de la sociabilidad y el contacto físico. Mirá si voy a dejar que alguien que no me conoce me toque. ¿Qué bienestar me puede generar pegotearme con un extraño?


Ah, me olvidaba, todo esto no aplica cuando se trata de ancianitos o infantes. Ahí sí, soy una más del montón.

viernes, junio 17, 2011

Soy la única impresentable a la que le gusta el yogurt de dulce de leche, ¿verdad?
Es que me hace acordar a la mezcla de mendicrim y dulce de leche de la chocotorta.

viernes, junio 10, 2011

Mail de Jefe:
Blabla blabla blabla... Ayer llegamos a Boston y mañana vamos a visitar Harvard y el MIT blablabla Blablabla. Vendé mucho.

Respuesta a mail de Jefe:
Blablabla blablabla bla bla... Uh, traeme uno del MIT, que me re caben los científicos blablaba Blabla bla. Besos.


Entro en períodos en los que me convierto en algo así como el análogo femenino de cualquier pajero que le mira el culo a todas las minas por la calle. Claro que lo mío es otra cosa, no ando relojeando bultos por la vía pública. Son épocas en las que el "me gustan todos" se acerca a la realidad. Y no se trata de querer encamarme con todos, eh; no, simplemente me pasa que los veo a todos mucho más atractivos.
El chico que hace un rato estaba haciendo un depósito en el cajero de al lado en el banco. El cerrajero de al lado que tiene una espalda maravillosa. El carnicero del chino de Guayaquil. El muchacho que hace un rato pidió Demian, de Hesse. Todo el cast de la última de X-men (menos el rubio con pinta de mariscal de campo). Uno de los personajes de la novela que estoy leyendo. T-O-D-O-S.
Entonces me pongo coqueta y flirteo -porque yo nunca flirteo, no me sale- con los clientes, el chofer del bondi y el verdulero. "Qué puta", me dijo Dedé el otro día, con cariño, pero no, ser puta es otra cosa; esto es como si, de repente, todo se volviera bello y no me quedara otra más que contemplar con una sonrisa. Y qué lindos son todos.
Eso sí, pedirle a mi jefe que me traiga un pibe del MIT porque me caben los científicos, es un error de registro imperdonable.

jueves, junio 09, 2011

Hace un rato un amigo me contó que le va a proponer casamiento a la novia. Me puse muy contenta por él, que es romántico, le gusta ser romántico, disfruta teniendo ese tipo de gestos y lo está haciendo con absoluta seguridad y convencimiento. Pero, claro, el mundo gira alrededor de mí, mi ombligo es un centro gravitatorio, así que no pude evitar empezar a pensar en el asunto desde mi perspectiva; lo ficticio que me parece hacer una propuesta así, el disparate de gastarse dos lucas en un anillo de compromiso, lo absurdo de preparar una fiesta que vale una fortuna -mucho más que lo que pueden juntar en regalos, dejémonos de joder con esa excusa-. También me di cuenta -como lo hago un par de veces por mes- de que nosotros dos vivimos en dimensiones paralelas, que lo que nos une es una comodidad en presencia del otro, pero nada más. Y qué jodido esto de estar feliz por alguien a quien quiero, pero al mismo tiempo tener este cúmulo de juicios de valor a punto de escaparse por la punta del índice acusador. Porque sí, entiendo que pertenecemos a mundos completamente opuestos, porque él eligió abandonar su música y meterse a estudiar una carrera gris en una facultad nefasta y porque yo nunca pude más que hacer sólo lo que me gusta y gratifica, a riesgo de ser la persona que menos se esfuerza en el mundo. Comprendo que él haya elegido eso, porque es sano, bueno, poco neurótico y viene de una de esas familias con almuerzos todos los domingos a la misma hora y una madre amorosa que le puso el límite a los alcances del Edipo en el punto justo. Y también me comprendo a mí y mis elecciones, porque TODO lo convierto en objeto de análisis exhaustivo y vengo de una familia que es un clan de gitanos, con una madre que nunca pudo pasar un domingo conmigo, ni llevarme a un cumpleaños y me mandó a vivir con mi abuela la mitad de mi infancia, y un padre biológico del que no sé ni el apellido, que está escondido detrás de todas las mentiras de mi madre y las versiones de los hechos de mis tías. Así, que sí, entiendo, entiendo todo y por eso me pongo contenta por mi amigo y me dan ganas de abrazarlo, aunque me tenga que conformar con llenarle de emoticones el messenger.
Entonces, quizás ninguno de los dos esté eligiendo mal, ¿no?. Aunque yo piense que se está condenando desde hace diez años a una vida que le queda chica. Aunque él nunca deje de decirme que me complico demasiado con variables desubicadas a su parecer. Aunque él se entregue a la búsqueda de un estilo de vida que a veces me resulta frívolo (ok, a veces se lo envidio, lo reconozco). Aunque él no entienda que no tolero condiciones por fuera de mis ideales y que eso da por resultado una vida austera y sin muchas ambiciones de corte material (ok, a veces me lo envidia, lo reconoce). Y es en este juego de contrastes tan notorios que me encuentro un poco a mí misma y a la gente que quiero. Porque más allá de los antagonismos obvios, hay algo más allá: la capacidad y voluntad de poner amor en cada acto. Y en eso sí somos iguales. El amor con el que él encara su relación de pareja me hace tener esperanza en la humanidad toda. El amor que yo le puse (y pienso seguir poniendo) a cada una de esas decisiones que tomé y me cambiaron la vida, me hace tener fe en mí.
Si me pongo en boba, me imagino una escena muy cursi, muy de peli yanqui, en la que yo hago tintinear una cucharita contra una copa de champagne, para pedir silencio y despacharme con un discurso parecido -no tan narcisista, claro- a lo que escribí acá arriba el día de la boda.
Pero, claro, a ninguna novia le cabe que entre los invitados esté la minita que su flamante esposo se garchaba antes de conocerla.

martes, junio 07, 2011

Hasta hace muy poco, pensaba que "apretar" era un verbo regular. Decía "uh, no me apretes".

Hasta terminada la adolescencia, estaba segura de que "documental" era un sustantivo femenino; "miré una documental", decía.

Una vez, no hace mucho, no garché con un tipo que no estaba nada mal porque me contó que no había podido aprobar Semiología del CBC y no pude no deserotizarme hasta la apatía.

Siempre me confundo y escribo "pretensioso" en lugar de "pretencioso".

Recién el año pasado me enteré de que "capaz" NO es sinónimo de "quizás" o "tal vez". Todavía no me recupero del shock.

Si un tipo escribe sin faltas de ortografía, ya tiene un cuarto del camino hecho. Si, además, tilda con corrección, soy suya.

Después de terminar el curso de ingreso al secundario, me madre me mandó a Pinamar en micro, sola. Para leer en el viaje, me llevé un diccionario.

#listolodije

lunes, junio 06, 2011

Hoy soñé que estaba en mi cama, tal como me había quedado dormida, que tenía los ojos cerrados y que si estiraba las manos, podía tocar la cara de un hombre con barba y labios carnosos. Sabía que estaba soñando y, por eso, también sabía que si abría los ojos, seguramente me iba a encontrar solamente con una pared frente a mí; así que seguía palpando, le acariciaba el labio inferior con la mano izquierda, mientras que apoyaba en su cuello la derecha. Lo que tienen de particular este tipo de sueños son las texturas. Yo no soñé que tocaba un rostro con una barba de tres días, toqué esa cara, sentí la aspereza, todavía lo siento en las manos. Es lo más cercano a la realidad y lo más despojado de simbolismo que puedo experimentar mientras duermo, por eso no quise abrir los ojos; porque cada vez que me sucedió algo así, el querer agregar un sentido a la experiencia dio como resultado el retorno brusco a vigilia. Pero, por otro lado, tenía que saber a quién estaba tocando, mi curiosidad actúa antes que yo muchas veces. Entonces, en el sueño, abrí los ojos. Y ahí estaba, alguien a quien nunca vi. Un hombre de treinta y pocos, muy blanco, ojos marrones y una boca que daban ganas de morder. Él me miraba fijo, sin ninguna expresión definida, dejándose manosear la cara con una calma sorprendente.
Me asusté. Lo tengo que reconocer, me cagué de miedo. De repente, no supe si estaba soñando o si un flaco re lindo se había materializado en mi cama mientras dormía la siesta. El tipo estaba ahí, lo sentía ahí, emanaba calor, me estaba empezando a mordisquear el pulgar que yo tenía a medio meter en su boca y no pude más que hacer un esfuerzo grandísimo por despertarme.
Y claro, me desperté. Abrí los ojos -esta vez los ojos-vigilia, no los ojos-sueño-, miré la pared blanca, me puse triste y volví a cerrarlos, intentando volver al estado anterior, a la barba, la boca, el chico, mis manos y su calor; obviamente, no pude. No tuve mejor idea que recordar. Otras barbas, otros chicos, otros calores. Otras cercanías, otras miradas; algunas verdes, otras negras, otras como delineadas, otras casi transparentes. Otros olores, otras expresiones y otros sentimientos, muy distantes de la tristeza.
Hice el mismo camino que hago siempre cuando decido entregarme a la nostalgia. Y cuando hablo de camino, lo digo casi literalmente. Camino por esa calle en la que corre un viento asesino sea verano o invierno, termino mi cigarrillo en la puerta, muerdo el caramelo que traigo en la boca y trago los pedacitos, toco el timbre y espero. Espero a que abra la puerta, pero también espero el momento ese en el que ya estamos cansados de coger y puedo quedarme dormida aunque me esté abrazando y mi cara esté pegada a su pecho. Espero poder recrear al menos una mínima parte de la sensación que siempre me generó tenerlo cerca; una mezcla de deseo inconmensurable, sentirme muy estúpida y muy chiquita. Como era de esperarse, logré la parte de la estupidez y un poco la del deseo, lo que me dejó en un estado de frustración un poco difícil de quitar, que no se fue con tocarme, aunque quise. Porque él no me tocaba, directamente me penetraba. Desde el momento en el que abría la puerta -en la vida real y en mis recreaciones a ojos cerrados-, se me metía adentro y no salía hasta despedirnos al otro día. Como si la puerta de esa casa fuera el mismo límite de mi cuerpo, parte de mi dignidad y mi deseo. Entrar ahí era dejar que él se diera el lujo de invadirme, penetrarme y someterme; de la misma manera en la que pensarlo es dejarme invadir, penetrar y someter por la imagen que me queda de él.
Extraño, no sé si lo extraño a él. Extraño su manera tan exquisita de faltarme el respeto. La liviandad con la que pasaba por alto mi discurso neurótico y apelaba a lo más primitivo que hay en mi, de la forma más chabacana y divertida. Extraño la saciedad después de haber pasado una noche con él y también extraño las ganas imposibles de aplacar que solo lo tenían a él como objeto; extraño no poder reemplazarlo con nada ni con nadie. Por eso siempre el mismo caminito, la búsqueda de esa intensidad sin llegarle ni a los talones; las mismas escenas, imaginarme las mismas miradas, obsesionarme con las mismas frases, una y otra vez. Noches y noches y noches intentando algo que solo es posible si entro en esa casa, no con mi mente, sino con mis piernas, mis pies y toda yo. Solo posible si me dejo avasallar por sus faltas de respeto que ofenden por lo inofensivas, por su liviandad inherente y por su habilidad para hacerme sentir deseada, estúpida, sometida y maravillosa, todo al mismo tiempo.

Cómo será de fuerte que ya perdí el hilo de lo que quería contar. Lo que quería contar era que soñé con un tipo, un desconocido, pero terminé poniendo la carga del sueño en otro, que sí conozco, y que se me arruinó un cacho del domingo.
Después puse Talking Heads y me sentí mucho mejor.

viernes, junio 03, 2011

***** dice:
a ver... ordena los signos solares con los que tengas más afinidad, del más al menos

Ce dice:
piscis, libra, géminis, escorpio, acuario, sagitario, virgo, tauro, aries, capricornio, leo, cáncer

***** dice:
los de piscis son todos maracas

Ce dice:
jjajaaj sí, son RE maracas

***** dice:
cáncer son trastornados
libra, todo bien, pero hay veces que no saben lo que quieren
geminis: mentirosos

Ce dice:
seeee
MUY mentirosos

***** dice:
escorpio, un gran signo, pero te tenes que saber adaptar, tienen un carácter fuerte y puden ser indomables
acuario: liberales de cuarta

Ce dice:
jajaajaaaaaa

*****dice:
sagitario: solo quieren ir de viaje, no ven más allá del día de hoy

Ce dice:
mmm ahí no sé si estoy tan de acuerdo
pero seguí

***** dice:
virgo: todo lo bello del análisis termina siendo insoportable para el prójimo
tauro = aburrido
aries: intolerantes
capricornio: paranoicos TODOS
y leo... primero yo, después yo, después yo... al final, yo

Ce dice:
sí, totalmente
entonces, *****? no se salva nadie?

***** dice:
jaja
ehhh
no

Ce dice:
qué virginiano lo tuyo

***** dice:
digo lo bueno

Ce dice:
eso, queremos lo bueno

***** dice:
bueno, te hago la parte positiva
a ver
piscis: entienden el sufrimiento, te podés apoyar SOLO para compartir
libra, grandes intelectuales
géminis, son buenos escritores, aprenden rápido
escorpio, te defienden a muerte
acuario, linda combinación de un ser positivo y racional
sagitario, es bueno conocer gente optimista
virgo, siempre están para ayudar
tauro, tienen los pies en la tierra
aries, no se caen nunca
capricornio, siempre consiguen lo que quieren
leo, te protegen
cáncer, son muy afectuosos

Ce dice:
clap clap clap, amo la síntesis virginiana






Creo que está todo dicho.

jueves, junio 02, 2011

Tenía 15 y un cassette de The Doors. Antes de dormir lo metía en el walkman y ponía el lado que tenía Unknown soldier, Love her madly y L.A. woman. También tenía Riders on the storm. Si no te acordás, hacé memoria, porque no voy a subir la canción ni el video; quiero memoria. El ruido de lluvia, el piano de Manzarek; y era como si todo de repente se volviera gris y se llenara de neblina. Me ponía paranoica, supongo que porque there's a killer on the road y if you give this man a ride, sweet family will die. Algo me hacía sentir ajena, sin saber muy bien ajena a qué; pero de eso se trata la adolescencia, ¿no?
A veces -cuando me rateaba de computación-, me tiraba en las escaleras de la plaza que está frente al Pizzurno, me enchufaba los auriculares y cerraba los ojos para sentir que no había nada alrededor, que estaba suspendida en la nada, sintiéndome ajena incluso a mí misma, mientras Jim Morrison me cantaba al oído. En esa época la angustia era una constante real, tangible, una presencia sofocante; no había momentos felices, no había satisfacción de ninguna clase, no había nada, salvo una tristeza que lo envolvía todo y a todos. Y Jim Morrison, y Riders on the storm.

lunes, mayo 30, 2011

- Lo mejor de todo esto es que me acabo de dar cuenta de que no sos buena persona.
- ¿Cómo que no soy buena persona?
- No sos la encarnación del mal, boludo, no digo eso. Digo que no sos bueno. En el sentido mas Heidi del concepto, claro.
- Ah, obvio. ¿Vos pensaste que era bueno? Para ser tan desconfiada, le pifiás mucho.
- Qué tarada, ¿no? Años poniendo las manos en el fuego por tu bondad y resulta que nada que ver. Es la cara la que engaña. ¿Vos sabés que un día una amiga te vio en una foto y dijo que tenías cara de cura?
- No, la cara engaña la primera media hora. Vos pensaste que era un pobre muchacho que buscaba amor de maneras equivocadas y que sólo necesitaba un golpe de efecto del destino para encontrarme con una mujer fantástica, sanadora; la única capaz de entenderme, de captar mi esencia y ponerme de vuelta en mi eje. Como una especie de hada madrina.
- Claro, pero más puta. En vez de varita, una fusta.
- Vos no pensabas que yo fuera bueno, pensabas que era tu equivalente masculino.

sábado, mayo 28, 2011

Esto de estar trabajando sola durante diez horas por día se está convirtiendo en una experiencia rara. Por un lado, me encanta. Tengo los papeles ordenados, escucho la música que quiero, puedo leer sin culpa ciertos libros -y nunca voy a confesar de qué libros hablo, NUNCA- y hablar por teléfono tranquila cuando no hay gente. Pero por otro lado, son demasiadas horas en silencio conmigo misma; más allá de la música, de mi criterio del orden y de los libros pésimos a mi entera disposición, está ese silencio que es como un agujero negro. No sé bien qué hay del otro lado, pero mete miedo.
Entonces el día transcurre sin sobresaltos, o al menos eso parece. Hasta que me subo al bondi, me siento, leo un par de páginas del libro que llevo en la cartera y una frase me dispara hacia 28 pensamientos diferentes, paralelos, versiones más o menos adornadas de exactamente lo mismo; como una piñata de neurosis estallándome en el pecho, en el cerebro, en lo ojos.
Después, lo usual. El llanto disimulado, la careteada constante, los apuntes como herramienta de evasión, los sueños perturbadores, el encierro, la retrospectiva como búsqueda de sentido y fuente de obsesión; el kit de angustia que llevo en una valijita desde que mi mundo es mi mundo.
Me sorprende lo sádica que puedo ser conmigo misma y al mismo tiempo me explico el por qué de muchas cosas. Hay algo en el castigo que es el núcleo de mi esencia, enviste todo lo que soy y hago; que es como una planta carnívora, magnífica, bella, enorme, hipnótica, y se come a los pajaritos inocentes que le revolotean alrededor. Eso y el agujero negro. Meten miedo.

jueves, mayo 26, 2011

Hola, soy la chica que abre blogs.
Ahora, uno de reseñas literarias y crónicas/relatos/anécdotas que tengan que ver con la práctica de la lectura.
Os invito a visitarlo y, por qué no, a participar: Praxis de lectura.

sábado, mayo 21, 2011

- ¿Què pasó? ¿Te apoyó un tipo en el bondi?
- No. Un tipo no. UN NENE DE 13 AÑOS.
- Naaaah. ¿En serio?
- Sí, primero no entendía nada, estaba ahí parada leyendo mi libro y sentí algo raro, la energía apoyadora. Cuando miré de reojo para atrás lo vi al pendejito este que era más bajo que yo, imaginate. Justo cuando me debatía acerca de qué hacer, se desocupó el asiento delante de mí y me senté. ¿Podés creer que me empezó se empezó a apoyar en el brazo?
- Estaba re caliente el borreguito.
- Que el borreguito se haga una paja en su casa mirando Casi Ángeles, que no se suba a un 141 a apoyarle el pitito a una piba que podría ser su hermana mayor.
- O su madre.
- Hermana mayor, la puta que te parió, hermana mayor. Bueh, la cuestión es que lo miré fijo hasta que me miró y le dije bien bajito, pero modulando bien para que entendiera, "basta". Me pidió perdón y yo volví al libro.
- Ay, pobre...
- Sí, me dio un toque de pena, no iba a armarle un escándalo a un pibito, por eso cuidé que nadie se diera cuenta. Pero no va que el desacatado vuelve a apoyarme a los treinta segundos. Ahí sí me enojé y le dije "dejá de apoyarme".
- ¿En voz alta? ¿A los gritos? ¿Lo acusaste con el chófer por pedófilo a la inversa?
- No. un tono normal tirando a bajo. El pibe puso cara de protesta y me saltó con "es que me están empujando". Sí, claro, te están empujando la pija medio dura contra mi brazo. Yo no sé qué cara tendría, porque últimamente no la puedo pilotear, se me escapa el gesto sin control, pero te juro que podía sentir cómo la mirada era un rayo láser. Tomé aire, exhalé, y le dije bieeeen lento "dejá de apoyarte en mi brazo".
- ¿Y?
- Se puso todo colorado y me pidió perdón de vuelta. Hasta cierto punto, se me partió el corazón. En ese momento de vergüenza tenía cara de nene, mirada de nene, gesto de nene. Espero que se haya sentido tan avergonzado que no le den ganas de apoyarse a una mina nunca más en la vida.
- Cel: educando al ciudadano. Latín, lengua y literatura, inglés, diplomacia sexual y urbanidad.

viernes, mayo 20, 2011

Me gusta el formato serie; de 25 minutos o 50. Me gusta eso de plantear un conflicto y que se resuelva rápido, pero que al mismo tiempo haya un hilo conductor que me lleve a mirar el episodio siguiente. Hay épocas en las que mi concentración no se banca una película de dos horas entera (¿por qué todas las películas, de repente, pasaron a durar dos horas mínimo? ¿qué tenía de malo la hora y media?) pero puedo mirar 4 horas seguidas de How I met your mother. La serie me da la posibilidad de ver todo el desarrollo de un personaje, me permite encariñarme y meterme de lleno en la historia. Entonces, para mí, las series son tan trascendentales como las películas. Así como me acuerdo de la adrenalina que sentí mientras estaba sentada en la butaca del cine asombrándome con Jurassic Park, evoco la alegría estúpida que me recorrió el cuerpo cuando Chandler y Monica se encamaron por primera vez. Sin juicios de valor implícados, David Lynch y Kevin Williamson me atravesaron con igual intensidad, cada uno a su manera, claro; no soy tan necia como para decir que están a la misma altura, pero sé muy bien que a los 15 años lloré durante toda una noche con el final de la primera temporada de Dawson's Creek y que a los 20 no dormí en toda otra noche tratando de descifrar Mulholland Drive.

Hasta los primeros años de facultad, las vi todas -TODAS-, pasaba infinidad de horas frente a la televisiòn. Despuès me mudé con mi abuela que no tenía cable, me compré un reproductor de DVD y durante 3 años miré, al menos, una película por día. La dinámica de todo cambió cuando descubrí Lost. La primera temporada, en una semana. La segunda, en 2 días (me clavé 24 capítulos a lo largo de un fin de semana, no puedo ni siquiera empezar a explicar los sueños que tuve en las noches siguientes). La tercera, en lo que duró un fin de semana largo. Ya para la cuarta, iba bajando a medida que se transmitía en Estados Unidos. La quinta y la sexta fueron la cristalización del desesncanto, pero no importa. A partir de Lost, cambió la manera de mirar series. O mejor dicho, poder bajar toda una temporada de un tirón lo cambió todo; pero para mí, ese paso de un modo al otro vino de la mano de Lost y su delirio justificado y sostenido. Después de Lost, la nada; un vacío. Un vacío que traté de llenar con Dexter, The Wire, Breaking Bad o Mad Men; series geniales, impecables, maravillosas, pero no es lo mismo. Nunca más el vértigo de final de temporada, nunca más las charlas de horas y horas con amigos tratando de desentrañar el misterio, nunca más la curiosidad alimentada por pistas sueltas en diálogos; nunca más, una pena.
A lo largo del año pasado le seguí el rastro a J.J. Abrams y me topé con Fringe. Lei la sinopsis y pedí recomendaciones. Me dio la sensación de que era un X-files wannabe y además todos me dijeron que era malísima, salvo mi tía Nilda, que la seguía semana a semana en Warner y estaba chocha, le encantaba. Pasa que mi tía Nilda, a mi parecer, tiene un gusto televisivo horrible y nunca coincidimos en nada. Hace unos meses, un domingo de calor pegajoso y sofocante, me acordé de la serie esta y la busqué en Cuevana. Y sí, terminé el primer episodio ya considerándola una copia tibia de X-files, como casi todos; pero le di play al siguiente porque me dio un poco de intriga. Y al tercero. Y al cuarto. Así, hasta llegar al noveno.
Entonces ahora -que acabo de terminar la segunda temporada y no veo la hora de llegar a casa para entrarle a la tercera- les vengo a decir a todos que Fringe ESTÁ BUENA. No tiene nada que ver con X-files. Es otra cosa, es un delirio alla Lost (duh, comparten creador), sus personajes son mucho más transparentes y queribles, el personaje de Olivia Dunham es de una belleza que me conmueve, el científico Walter Bishop es absolutamente adorable, Pacey se parte al medio solo (siempre será Pacey para mí) y habilita el campo a la curiosidad sobre temas como teorías de universos paralelos, wormholes y viaje en el tiempo.
Nada llenará el espacio que dejó Lost, eso lo sé muy bien; pero, como hoy le decía a Lau, la insatisfacción es un modo de vida y es lo que nos define. En el hambre de estímulo me topé con Fringe, y qué contenta me pone.

jueves, mayo 19, 2011

Desde los 15 años hasta ahora:
- Atendí un local de ropa en la Bond Street
- Corregí pruebas y trabajos prácticos de alumnos de sexto y séptimo grado para un amigo de mi viejo que era maestro.
- Pinté remeras y pantalones para una de mis tías artesanas.
- Mandé a hacer camisolas y las vendí los fines de semana en plaza francia.
- Hice los chirimbolos esos de silicona de colores para pegar en los vidrios.
- Trabajé de vendedora en un local de ropa en Once.
- Fui soporte técnico telefónico de máquinas de revelado fotográfico para USA durante un año.
- Fui soporte técnico telefónico para usuarios de MSN en USA.
- Fui de esas que calientan vía sms en los servicios del estilo "¿querés encontrar pareja? envía AMOR al 2020"
- Fui de esas que leen el futuro vía sms en los servicios referidos en el ítem anterior.
- Tiré las cartas a cambio de dinero.
- Administré órdenes de compra para una gran multinacional durante casi dos años.
- Llamé a muchos morosos latinos residentes en USA instándolos a saldar las deduas que habían contraído comprando juegos de ollas de acero inoxidable.
- Dí clases de inglés.
- Atendí un local de ropa y accesorios en Palermo.

Y la librería desde hace más de dos años, claro. Así que ¿saben qué? estoy cansada de trabajar. Quiero unas vacaciones muy largas. Quiero un año laboralmente sabático. Quiero poder dedicarme al estudio y solamente al estudio por lo menos durante un ciclo lectivo. Quiero una licencia con goce de sueldo hasta sentir que realmente estoy descansada. Quiero un sponsor que me beque simplemente por ser yo. Pero como sé que no es posible, simplemente pido que la librería se venda antes de que tenga que salir a buscar un nuevo trabajo, así recibo la indemnización que me corresponde y hago vida de mantenida durante un par de semanas.
¿Dale, Cosmos, que te copás y mandás un comprador para cuando mi jefe vuelva de viaje?

lunes, mayo 16, 2011

Hoy, en crónicas del multitasking de la inútil: Buscar palabras en el diccionario de latín y pasar las definiciones al cuaderno mientras iba sentada en uno de los asientos de atrás del bondi.

No, no voy a hacer un relato minucioso.
Pero que se sepa: NUNCA MÁS.

sábado, mayo 14, 2011

Se habla de géneros discursivos en la clase de Expresión Oral y Escrita II. Que las convenciones, que loa enunciados, que blabla. En un momento, el profesor -que es lo más de lo más de lo más-, habla de géneros más informales. Por ejemplo, el diario íntimo.
¿Alguien lleva un diario íntimo?, pregunta.
Y yo asiento sin pensar, sin darme cuenta de que el aula es chica y que cualquier movimiento puede ser notado. Así que el tipo me dice que sí, que yo, que hable un poco de eso. Entonces armo una oración atropellada, casi tartamuda, que incluye la frase "bola de catarsis".
Me cago en mi cráneo que asiente automáticamente y en mi falta de adaptación a los espacios. Una hora antes, el tipo me había devuelto un TP diciéndome "muy buena manera de resolverlo" y resulta que me las arreglo para arruinar mi imagen; bola de catarsis, qué estúpida.
Él es amable e indaga sobre otras cosas, por ejemplo, las convenciones. Me pregunta si fecho cada entrada del diario y ahí sí, ya estoy en graciosa-mode y le contesto que claro, que soy neurótica, que necesito el registro.
Todos ríen, el profesor ríe, yo río.

miércoles, mayo 11, 2011

Después de una semana de pura frustración sexual, mi inconsciente me tira una que, por lo menos, me alegró la mañana.
Soñé que me garchaba a Jeff Bridges. Pero no Jeff Bridges ahora, Jeff Bridges en la época de The Big Lebowski.
Me vuelve loca. Cuando tenía 15 años y era una amarga total, me quedaba viendo en HBO esa en la que él es profesor y anda con Barbra Streissand (o como se escriba); moñito usaba y a mí igual me cabía.
Soy tuya, Jeff.

viernes, mayo 06, 2011

Hola, vengo a hablar del hombre que me alegró la vida durante el último mes. No, no hablo de un amante (ay, si yo les contara TODO lo que pasó en el último mes en materia de amantes...), es Mario Levrero. Un señor escritor uruguayo que en realidad no se llamaba así sino Jorge nosécuánto y que se murió en 2004 por culpa de una aneurisma. 64 años tenía, pero, a decir verdad, estaba bastante baqueta. El otro día vi unas fotos suyas muy de entrecasa, en calzoncillos y musculosa blanca, y me sorprendió que pareciera como de 70. Pero, en fin, no creo que sea un dato relevante a la hora de leerlo.


El año pasado, cayó en la consignación de novedades uno de sus libros: La Banda del Ciempiés. Yo había oído muchas veces su nombre en boca de gente de criterio confiable, así que apenas lo saqué de la caja, le avisé al jefe que me lo llevaba. Lo leí en un par de días y la verdad es que me gustó mucho. No sé si es un buen libro, de hecho, dudo que lo sea, pero hubo algo en su prosa que me atrapó. Como si me hubiera venido a chamuyar un flaco no muy lindo ni de muchas luces pero sí rebosante de carisma y buena onda. Me conquistó por completo. Ojo, recomiendo La Banda, me parece que tiene elementos humorísticos que uno hace que se ría sonoramente; y yo no sé ustedes, pero a mí eso no me pasa a menudo. Lo que sucede es que la historia viene bien, mantiene el nivel de tensión, suspenso y humor, pero al final se desinfla, como si al tipo se le hubieran ido un poco las ganas de escribir. Yo lo banco, a mí me pasa todo el tiempo lo mismo; ya se van a dar cuenta el día que publique una novela.

Después, tuve acceso a un par de sus cuentos y a la novela La Ciudad, que es parte de Trilogía Involuntaria, que editó hace poco Debolsillo! y que sale unos morlacos pero que será mi próxima inversión. Habiendo leído más, me cerró por completo. No sé bien qué cerró, mi cariño, supongo. Porque a mí me pasa eso con los escritores, los quiero, los deseo, imagino diálogos con ellos en mi cabeza, les sirvo whiskies imaginarios. Y con Levrero me pasó todo. Quise abrazarlo, charlarle, sacarlo a tomar aire, presentarle a mis amigas, hablar de Jung, que me contara de todas sus mujeres que el describe como diosas, santas proveedoras de experiencias sobrenaturales.

Hace un mes, compré La Novela Luminosa. Lo reconozco, la compré en una librería-monstruo-cadena-parezco-supermercado, pero fue porque nuestro distribuidor no me la traía y yo estaba por terminar el de Patti Smith y no podía concebir viajar en bondi sin un libro.
La cosa es así, en 1984, Levrero comienza a escribir La Novela Luminosa, que tiene poco de novela y mucho de ensayo velado, soliloquio y ventana a su cabeza. Quince años después, aplica para la Beca Guggenheim y la obtiene; su proyecto es, justamente, continuar con La Novela Luminosa y terminarla. Con ese dinero se dedicó a escribir su Diario de la Beca, que no sólo es el prólogo del libro sino también las tres cuartas partes de su contenido. Ese diario es la puerta a la vida de Levrero, su cotidianeidad, su vida onírica y achaques. Es conmovedor hasta en el relato de su lucha para cambiar el sistema operativo de la pc; conmovedor en el sentido más cotidiano de la expresión.
Cuando lo terminé, lloré un poquito. Supongo que porque estaba por indisponerme, pero también porque hacía muchísimo que no me sentía tan cerca de la palabra de alguien; lloré porque me emociona la experiencia de la lectura cuando me toca de ese modo tan particular, tan auténtico.

Un día del año pasado, poco después de terminar La Banda del Ciempiés, fui a lo de Lau a cenar; después de unos vinos, prendió el tocadiscos, puso un disco de Leo Maslíah y me dijo "escuchá esto que es genial". Eso que me hizo escuchar, era esto hecho canción y cuando al otro día me enteré de que era de Levrero me emocioné. Así, sí, se me inundó el cuerpo de una sensación bellísima. Ese hallazgo tan nimio me alegró una tarde de sábado. Y ahora lo entiendo, ahora me cierra. Esa es la luz de Levrero. No soy la misma después de él.