lunes, abril 25, 2011

No hay peor tortura que la indecisión; ese tira y afloje eterno que me hace sentir estancada, estúpida. Ojo, que así como decido una cosa hoy, mañana decido lo opuesto, no tengo problemas para cambiar de parecer. Acá lo angustiante es no poder elegir entre A y B, que ninguna de las dos partes me genere la suficiente repelencia o el deseo de tomarla.
Ayer estuve seis horas tratando de decidir si iba a la clase de latín o no. La clase dura tres horas y pico y yo estuve debatiéndome durante SEIS. Esas cosas me enferman, me enojo mucho conmigo misma cuando caigo en esos loops neuróticos del quéhagoquéhagoquéhago. Al final, cuando salí de la librería, me mandé para la parada de 12, que me deja a una cuadra del profesorado. Después de esperar eternamente el ascensor y subir los 10 pisos, me merendé con que la muy forra de la profesora había faltado. O sea, no sólo pasé seis horas envuelta en la nube pisciana de la duda al pedo, sino que además me tomé un 12 hasta las bolas y esperé un ascensor durante cinco minutos, todo PARA NADA.
Llegué a mi casa malhumorada, pero me fui neutralizando con un par de capítulos de Fringe y el sobrante recalnetado de una feijoada que hice hace unos días. Después, jugué un rato al jueguito ese de las burbujas que se explotan cuando juntás tres del mismo color, me fijé qué entrada quiero para Mondo Cane -y ahí no tuve problemas de decisión, pullman y ya, sin vueltas-, comí trigo inflado con más capítulos de Fringe y apagué todo para irme a dormir a eso de las 2am.
En la oscuridad y el silencio traté de sentir algo, cualquier cosa. Frustración, tristeza, ansiedad, esperanza, exasperación, algo; pero nada. Un poco de calentura, la suficiente como para tocarme y quedarme dormida hasta hoy a las once de la mañana.

Y cuando me preguntan cómo estoy, no puedo responder otra cosa que un "bien" en voz bastante aguda, resignado, medio falso. La verdad es que no estoy mal, ni bien, ni triste, ni contenta, ni exasperada, ni satisfecha, ni nada; bah, quizás un poco caliente, lo suficiente como para que la paja sea una distracción placentera.
Sí hay peor tortura que la indecisión: esta nada.

sábado, abril 23, 2011

Ayer el dueño de casa me dijo que se podía renovar contrato y me sacó un peso enorme de encima. Ayer también, fui a famacity y compré una tintura que si hubiera sido rubia, me habría quedado la cabeza hecha un fuego; como no soy rubia, tengo dejo cobrizo muy sentador.
Hoy fui a trabajar y después a visitar a mi abuela. Dormí la siesta en el sillón del living y vi America's Next Top Model, me fui antes de que empezara Top Chef porque cada vez que veo ese programa fantaseo con patinarme un sueldo en cuchillos. A la vuelta, mientras caminaba por la cuadra de casa, me resbalé en la bajada de un garage y me caí apoyada en un codo -el izquierdo- y me duele mucho. Ahora espero que se cargue en Cuevana Sex, Lies & Videotapes que es una de esas películas que cuando era una nena me imaginaba que eran re porno y nunca pude ver. Acabo de darme cuenta de que me confundí a Soderbergh con Cronenberg, por lo menos está James Spader que me calienta muchísimo.
Qué aburrimiento. Como el que sentía cuando era una nena y no me dejaban ver películas como Sex, Lies & Videotapes.

martes, abril 19, 2011

Estoy en una de esas épocas en la que no puedo ser demasiado expresiva y me callo todo. Tomo distancia y me evado la mayor parte del tiempo. Evito emociones fuertes y le esquivo a los vínculos que más me movilizan. Es como si tuviera una compuerta en la garganta, que controla todo lo que digo y no deja salir más que un "bien" cuando me preguntan cómo estoy. Y no es que esté mal; no estoy, o estoy en un lugar muy llano en el que no pasa nunca nada, la pampa de las emociones, la estepa del alma. La estepa del alma, qué boluda.
Pero bueno, la cosa es que reaparece mi fantasía de cabecera: aislamiento total y autosuficiencia absoluta. En este estado no puedo entender cómo durante el resto del año le pongo tanta energía a las relaciones interpersonales. Y sé que dentro de un par de días voy a volver a mi estado natural y voy a ver a la Celeste de este instante como a una especie de mosntruo individualista y egomaníaco, pero la verdad es que en este preciso momento no comprendo el instinto gregario y sus consecuencias.
A veces todo es tan nada que lo único que se me ocurre es teñirme el pelo de naranja. Siempre quise ser pelirroja.

domingo, abril 17, 2011

- ... Entonces me contó que fueron con fulanita al barrio chino y la mina se puso a llorar porque se quería comprar ropa y nada le entraba.
- ¿A llorar?
- Sí, pobre, yo la re entiendo. Es que, viste, ella es re tetona. No le entra nada.
- ¿Se puso a llorar porque es TETONA?
- Sí... - Qué tarada. Eso es de tarada. No podés llorar por ser TETONA. Ponele, yo nunca en la vida pude usar una camisa porque los botones salen volando, incluso estando mucho más flaca. ¿Te pensás que me amarga? No, nena. Cualquiera puede vivir sin ropita que no cede, pero ¿vivir sin TETAS? ¿elegir camisa antes que TETAS? ¡Estamos todos locos! Esa mina no merece portar esas tetas. ¿Para qué quiero la camisa si puedo andar en tetas? De hecho, si tenés tetas, ¿quién te mira la camisa? Dejame de joder.

Auspicia este post la remera que hoy llevo puesta. Es como si las entregara con moño, literalmente.

martes, abril 12, 2011

Me torran mis compañeras del profesorado que se autodenominan "antitecnología".
"Prefiero la máquina de escribir", dijo una. Y yo realmente entiendo a la gente a la que no le copa del todo la Gran Madre Hipertextual -internés, para los amigos-, pero cuando ya saltan con el discurso ese en el que le roban la nostalgia a otras generaciones, me irrita un poco. Esta piba tiene, como mucho, 25 años y yo realmente dudo que alguna vez se haya puesto delante de una máquina de escribir el tiempo suficiente como para preferirla a un procesador de texto y un teclado. Más allá de la mística y de que todos queremos ser Hemingway (ah, ¿todos no?), que se deje de joder con la melancolía improductiva.
"Mi abuela tiene Facebook y yo ni siquiera sé lo que es", dijo otra. Y ahí sí que me enojé en serio. Ese desdén con el que lo dicen es lo que me enerva, como si le estuvieran haciendo un favor a la humanidad al no crearse una cuenta en Twitter o desconocer la nueva dimensión que adquirió el verbo "etiquetar" en los últimos tres años.
Como decía ayer La Secretaria camino al subte, no es que ser pro-tecnología quiera decir que sepamos de lenguaje HTML, la brutalidad y la ignorancia son variables en juego, pero sí está bueno disfrutar de los beneficios que brinda una herramienta. Por ejemplo, revivir a un ex desde el Facebook, saldar cuentas pendientes y sanar viejas heridas con un romance primaveral e inolvidable. Por ejemplo, atravesar la brecha y conocer lectores de este blog con quienes compartí momentos geniales. Por ejemplo, saber cuándo entra Juan a leerme el blog (aunque haya desaparecido de vuelta y no sea capaz de contestarme un mail) (ya ni me enojo, lo tomo como un ejercicio de la paciencia). Y lo mismo con Lucas. Y con Nicolás. Y con Alejandro.

lunes, abril 11, 2011

Ayer estuve muchas horas tirada en la cama leyendo. Soy de quedarme dormida mientras leo; cada treinta o cuarenta páginas se me va la cabeza a cualquier lado y entro en un sopor que deviene en una siesta mínima, repleta de imágenes relacionadas con la lectura y las sensaciones que me haya transmitido. Ayer me la pasé en la cama con Mario Levrero y La Novela Luminosa. Llegué a un tope poco saludable de angustia a eso de las 3 am, sabiendo que en cinco horas tenía que estar duchándome para empezar otra semana monótona y llena de hastío.
Apagué la luz pensando en Levrero, en ese diario que es un 90% del libro y que me tiene agarrada del nudo de la garganta desde hace unos días. Me quedé dando vueltas en la cama, a oscuras, hasta quién sabe qué hora, intentando aplacar la compulsión de enunciar a medias lo que me genera terror, el éxtasis de la neurosis. Claro que no pude, a veces me pongo como un perro que su propia cola y me obsesiono circularmente, hago una y mil veces el mismo caminito que me lleva al mismo lugarcito sórdido y espantoso. Quizás el mecanismo se activó al meterme en la intimidad del autor, descubriendo su rosario de manías y paranoias, sintiendo el potencial de identificación; porque sé que ahora no soy así, pero quién te dice, sé que tengo buena pasta para convertirme en uno de esos personajes aislados, un poco ausentes. Bah, lo de ausente es acotación exclusivamente personal, pura proyección. La cosa es que me dormí mal, entre enojada y triste; muy ansiosa.
Después de soñar con la búsqueda infructuosa de uno de los volúmenes de En Busca del Tiempo Perdido de Proust, me desperté de un humor aun peor que el que tenía antes de dormir. Pero mal mal mal mal, eh. Un malestar que ya había olvidado que era capaz de experimentar. Fastidiosa, me pegué una ducha mientras lloraba sin saber bien por qué. Y mientras me enjuagaba el acondicionador decidí que mi vida es algo que ya no tiene remedio y para qué me gasto en tratar de hacerla un poco más pasable si al final siempre es lo mismo, la misma angustia, las mismas reacciones de los otros y la misma sensación de estar persiguiendo la zanahoria y nunca pegar el mordisco. Dramatizo porque es fácil y gratis.
Subí al 141 y me decepcioné, de lejos parecía que venía vacío, pero no; así que me apoyé al costado de la puerta del medio con La Novela Luminosa y sólo levanté la vista una vez antes de encontrar asiento: el tipo que estaba sentado justo en frente de mí hablaba por celular y, al mismo tiempo, sacaba todos los papelitos que tenía dentro de la billetera y los apoyaba sobre su maletín. Hablaba rápido pero con modulación casi perfecta, como los pibes yanquis que están en clubs de debate. Había una pila de tarjetas personales y papeluchos escritos todos con la misma tinta y la misma letra sobre su regazo y los ordenaba con un criterio que no intenté descifrar; le decía a su interlocutor que esa tarde tenía que dar una clase pero que después blabla. "Blabla" porque no escuché más, ahí me lo empecé a imaginar al frente de una clase, hablando rápido pero correctamente y con la billetera a punto de explotar de tantos papelitos; un poco me gustó. Para cuando se desocupó un asiento adelante de todo, Levrero contaba un episodio de necrofilia entre palomas, eso también me angustió, para variar; las palomas me parecen unos bichos horrendos, de aura gris, pero también me dan pena porque se comen el arroz crudo de los recién casados y les explota todo por dentro o porque son una peste infame que a nadie le importa.
Mientras metía el señalador entre las páginas a medio leer, alguien me tocó el hombro: el chico de los papelitos. Me señáló el libro y me dijo que era buenísimo; le contesté que opinaba igual. Me preguntó qué era lo que me gustaba al mismo tiempo que el bondi cruzó Mansilla y titubeé antes de empezar a hablar; él, rápido como en su discurso telefónico, me preguntó si me gustaba por sentirme identificada. Me sentí un poco avasallada, si le decía que sí, el desconocido del colectivo con la billetera llena de papelitos iba a pensar que soy una hipocondríaca neurótica hasta la médula y a mí me pesa demasiado la mirada del otro -más cuando esa mirada es proyección de la propia-. Así que le dije que me conmovía muchísimo poder adentrarme en ese mundo de las miserias del escritor y me levanté para tocar el timbre. Lo saludé y bajé ya sintiéndome medio boluda por no quedarme arriba del colectivo para charlar más sobre Levrero y las palomas necrofílicas.

Caminé las pocas cuadras hasta la librería en un estado de ira profunda. Las palomas, los escritores talentosos que se mueren de aneurismas en la aorta, la incertidumbre, los miedos, el yogurt casero, los tipos de ojos claros y traje que hablan rápido, la falta de sueño, los domingos deprimentes, los lunes deprimentes, los 141 llenos, las oportunidades deshechadas, la falta de incentivo, los .doc incompletos, la palabra ajena, la falta de respuesta ajena, la inminencia de ciertas decisiones, Umberto Eco, las fichas de lectura, el cansancio en la espalda, la falta de sexo, las pesadillas, los ex, los que no serán, las uñas despintadas y los platos sucios apilados en la pileta de la cocina.
A veces es como si me fuera a explotar la cabeza. A veces quiero agarrar alguna de esas herramientas de nombre desconocido por mí y extirparme la partecita esta de adelante de la cabeza, el lóbulo prefrontal. A veces quiero la amnesia más efectiva; la lobotomía.
A veces no aguanto más.

viernes, abril 08, 2011

- ¿Tenés algo de Danielle Steel? Es para una chica de doce años.
- ¿Doce años? ¿Danielle Steel?
- Sí.
- Pero... ¿No es demasiado melodramático para una nena de doce años?
- Nah, para nada. Se leyó El Conde de Montecristo, con eso te digo todo.
- Bueno, cuando dije "melodramático" quizás quise decir "malo". Si esta chica leyó El Conde de Montecristo, me parece que está para más que Danielle Steel.
- ...
- ...
- ...
- Ehm... No, bueno, sí, hay muchos de esta mujer: Accidente, Milagro, Deseos Concedidos...
- Accidente no lo tiene, me llevo ese.

Y se lo llevó nomás. Y también, quizás, las esperanzas de que una nena de doce años vaya por el buen camino literario.
Margaritas a los chanchos. Y ya sabemos quién es "los chanchos".

jueves, abril 07, 2011

Esos ex-novios de amigas que tienen una carrera súper exitosa y que una ve desde lejos y un poco contenta se pone. No sólo por el éxito en sí, sino porque cuando éramos jóvenes e inocentes, compartíamos cenas, salidas y espacios y después, plaf, esos noviazgos se terminan y una guarda la admiración en un cajón.
Hasta que.
Hasta que una amiga nos invita a una fiesta de apertura de festival de cine internacional e independiente y, después de dos fernets, una cerveza y un batido de gancia con andá a saber qué, nos cruzamos con el ex-novio en cuestión y además de variados temas de conversación, él pregunta si seguimos escribiendo.
Entonces, decimos que sí, que escribimos mucho sin que nadie lo sepa. Y emociona, en algún punto, que alguien nos identifique con la escritura; habiendo tantas anécdotas con las cuales asociarnos, esta persona nos une al acto de escribir. Acelera el pulso y nos hace sonreír.

También me afané un vasito de shot en el que venía un gazpacho buenísimo.
Ahora tengo de dónde tomar tequila.

jueves, marzo 31, 2011

Después de mi diatriba en clase contra los snobs de Puán -aclaré ante los compañeros que soy prejuiciosa, aunque me da la sensación de que seré tildada de resentida directamente- me di cuenta de que: 1. Tratando de defender una posición, terminé diciendo que leí la mitad de Ulises. No soy snob, soy la mitad de una snob. También recuerdo haber dicho algo sobre Mallarme. 2. Cuando un par de compañeras aseguraron que su escritor favorito era García Márquez, bajé la mirada y me esforcé por no revolear los ojos. Pero en mi interior los puse en blanco y me mordí el labio inferior en gestito de quehammmmbre. Bueno, eso. Eso de ser eso que uno detesta. La proyección. La Casa 7. Lo latente que aflora en forma de Otro. Eso.

miércoles, marzo 30, 2011

La primera canción que grabé con Juan, mi primer profesor de canto, fue Dancing Barefoot, de Patti Smith. Él quería que yo me animara al speech en voz trash del final, pero, claro, hacía sólo un par de meses que nos conocíamos y él me gustaba un poquito, no me iba a atrever; bastante que accedía a agarrar un micrófono y dejarme grabar.
Juan moldeó gran parte de mi gusto musical actual. Yo llegaba a las clases sin saber con qué engrosar el repertorio y él siempre tenía algo para recomendarme que terminaba encantándome. Con el tiempo, nos fuimos volviendo amigos y esa influencia dejó de limitarse al espacio de profesor-alumna y empezó a invadirlo todo. Pasábamos mucho tiempo juntos; él vivía a pocas cuadras de lo de mis abuelos y yo tenía las tardes libres. Mientras llenábamos ceniceros con colillas y tomábamos cantidades industriales de té, la música sonaba y yo me iba maravillando de a poco. Neil Young, Redd Kross, Bob Dylan, Cat Power, Le Tigre y Patti. Oh, Patti.
Y a medida que la amistad se estrechaba, más nos soltábamos nosotros, mirando videos de Cristian Castro o haciendo covers de Britney Spears en los cumpleaños. Con él, cualquier cosa se convertía en juego o arte; la habilidad de Juan de explorarlo todo desde lo lúdica y creativo me generaba admiración pero también me inhibía un poco, sentía que no estaba a la altura. Sin embargo, me incluía, me invitaba, me hacía sentir parte-de en esas reuniones en las que de repente estaba sentada en una mesa con un concertista de piano, un escultor erotómano y un escritor freak, hablando de one hit wonders de los 90's.
Con Juan, con sus amigos, no sólo descubrí que había mucha gente -como yo- que guardaba una cantitdad absurda de información trivial y vital al mismo tiempo, sino que también entendí que había otro camino para hacer las cosas. A mis 21años, cursando materias de psico, ya no estaba tan segura de querer ser psicoanalista, las dudas respecto de lo vocacional cada vez eran más frecuentes y no tenía ni idea de qué podía llegar a hacer de mi vida si abandonaba la facultad. A lo largo de los últimos años me había planteado a mí misma un solo camino, un solo objetivo, pero esa ruta ya marcada no me convencía. Sabía que iba a mandar todo al carajo, lo que no sabía era qué tenía ganas de hacer después. Entonces, escuchaba programas en am de solos y solas en esa casa enorme de Villa Crespo, con Juan y sus roomates; jugábamos al pump-it-up en los videojuegos de Scalabrini y Camargo; preparábamos ñoquis para 12; comprábamos chucherías importadas de China por Lavalle; comprábamos baldes de pochoclo para acompañar pelis malísimas en el cine. Así, durante un par de años en los que grabamos muchas más canciones y nos desvelamos infinidad de madrugadas.
Después, no sé bien qué pasó. No sé si fue que yo empecé mi vida de empleada en multinacional o que el se puso de novio con una chica muy celosa. Nos dejamos de ver, él se mudó a microcentro, yo me fui para caballito. Nos dejamos de ver y si bien al principio me dolió un poco, también supe que era una etapa llegando a su fin; ya sabía que nunca iba a ser psicóloga y que lo que más me gustaba era la lectura, que mi carrera tenía que tener que ver con eso. De alguna forma, supe que Juan y sus amigos me habían ayudado a llegar a ese lugar y me fui olvidando de todo eso de a poquito. Hasta hace unos días.
El fin de semana saqué de la librería el último libro de Patti Smith, en el que relata su llegada a Nueva York a fines de los 60's y describe con un amor que conmueve su relación con Robert Mapplethorpe. Quizás porque fue Juan quien me hizo saber de ella, tal vez porque el retrato que ella hace de Mapplethorpe me hace hace acordar mucho a él, la cosa es que lloro cada 50 páginas, un poco por lo que leo y otro poco por nostalgia al recordar esa època. Lloro de emoción nomás, de hormonal, porque no hay tristeza implicada en los recuerdos que tengo de esos tiempos. Lloro y sonrío al mismo tiempo.

En una pared de la habitación de Lau hay una foto que alguien sacó en 2005. Juan y yo nos abrazamos, miramos a la cámara mejilla contra mejilla. Se nos ve felices, seguro que yo estaba borrachísima, se me nota en la mirada. En esa reunión conocí a Amarula, ella todavía se acuerda de nuestra versión de Baby One More Time. Cada vez que miro esa foto sé que ya se me pasó el cuarto de hora para algunas cosas. Por ejemplo, para tener un amistad cargadísima de tensión sexual y nunca terminar de hacer nada al respecto; para admirar y adorar a un hombre y no expresárselo; para jugar al pump-it-up; para tomar café hasta que se hace de día.
Éramos unos niños.

sábado, marzo 26, 2011

- ... seh, me tiene que venir desde hace como diez días. Ya me tiene harta.
- Ay, Celeste, no estarás embarazada...
- No., má. Ya me hice un test.
- ¿Estás segura?
- Segurísima. De hecho, no me hice un test. Me hice dos. Había dos por uno en Farmacity.
- Es que pasaste mucho stress, hija, este último mes.
- Seh... pero prefiero toda la vida el stress a tener un hijo, creeme. Pienso en hijos y me agarra un escalofrío como si viera un fantasma. Falta MUCHO para eso, ¿sabés cuánto puede pasar hasta que encuentre al padre de mis hijos?
- Vos no necesitás un padre para tus hijos. Necesitás un TÍTULO.
- Ay, mamá, tirás esas máximas y a mí me quedan grabadas en la memoria y en el inconsciente. Tené cuidado con lo que decís.
- Repito, Cele, un-tí-tu-lo. Ese es un buen padre.




- Acá la cagada es la cuadratura Luna-Saturno. Insatisfacción vitalicia.
- Vos sabés cuál es única manera de desanudar la cuadratura esa, ¿no?
- No.
- Estudiando.
- Bueno, hay que ver. Desde los 4 años que no paro de estudiar y me sigo sintiendo abandonada, insatisfecha, insegura y poco querida...
- Imaginate lo que sería de no haberte volcado tanto al estuidio. De todos modos, es Saturno, precisa más disciplina.
- Intuyo, madre, adónde te dirigís: la solución a todos mis males es estudiar metódicamente y recibirme. El título que curará mi neurosis y criará a mis hijos.
- Nos vamos entendiendo.



Damas, caballeros: mi madre.

jueves, marzo 24, 2011

Iba leyendo El Sabotaje Amoroso en el 141 y pensaba. Pensaba que qué difícil es poder volver a traer a conciencia ciertas sensaciones que en su momento fueron de lo más intensas. Por ejemplo, Nothomb habla de una infancia rebosante de belicosidad y perversión. Y es tan sincera, tan cruda y auténtica, que me hizo sentir que para mí sería imposible llegar a esos niveles de honestidad respecto de mi pasado más lejano y decir cosas así de terribles. O sí, pero todavía no me animo. Quién sabe.
Entonces me acordé de la madrugada del domingo pasado. Veníamos con Flor del recital de Pink Martini -y Kevin Johansen y Tryo, caminando desde el Lawn Tenis, con los pies destruidos después de seis horas de puro baile. Nos sentamos al lado de la parada del bondi y hablamos de cosas que ya no registro, hasta que miré para la vereda de enfrente y recordé que justo en ese edificio de ahí a la izquierda vivía un chico al que yo quise mucho. Conté balcones hasta dar con el piso en cuestión y por un rato estuve ahí: cocinando huevos fritos, revisando mails, cantando canciones, cogiendo, durmiendo siestas, dando masajes. Y me vi, lo vi, nos vi y hasta casi que me quiso dar nostalgia; pero no, porque la pura verdad es que no pude entender qué hacía que yo volviera a tocarle el timbre cada semana para cocinar, coger, dar masajes, cantar o dormir siestas. No porque él fuera uno de esos personajes que una preferiría olvidar de una vez y por todas, ni porque el vínculo no hubiera sido intenso. No sé por qué, pero ya no hubo nada más que la perspectiva 2011, desde el escalón de entrada de una casa hacia el balcón de un departamento con las luces apagadas. Eso y los recuerdos, claro. Pero, ¿qué valor tienen esos recuerdos si no hay nada que los complete, si la sensación en el cuerpo ya desapareció y sólo quedan imágenes de un tipo dando vuelta panqueques y una piba usando una cuchara llena de dulce de leche de micrófono? No me cuesta recordar, de nada me olvido, nunca, pero, ¿de qué sirve si eso que evoco a voluntad y sin esfuerzo ya no me inquieta, alborota o perturba?
Cerré el libro, lo metí en la cartera y sobrevino la angustia. Angustia de duelo tardío ante la falta de conmoción frente a escenas recreadas que en otro momento me hacían llorar hasta gastarme un rollo de papel higiénico sonándome la nariz. Angustia de distancia que se agranda cada vez más con el tiempo y me hace preguntarme acerca de la veracidad de mis intenciones, deseos y sentimientos. Angustia neurótica de viaje en colectivo a las 9 de la mañana cuando sólo se han dormido unas pocas horas y el libro que reposa en la cartera inquieta con cada párrafo.

Después la gente no entiende por qué me gusta tanto leer.

martes, marzo 22, 2011

Hace justo un año empecé el profesorado. Bueno, mejor dicho, empezamos.
Llegué al aula y me puse feliz al ver la colorada cabellera de La Secretaria, a la que no veía hacía años. Felicidad de reencuentro que ya venía alborotándome desde el día en el que la deduje en un comment de un blkog ajeno. Al rato llegó Amarula, y viendo que el profesor no llegaba -y nunca llegaría, esa materia no tuvo profesor en todo el año- nos fuimos al bar de la esquina a tomar unas cervezas.
Recuerdo que le recomendamos a la secre darle una segunda oportunidad a Houellebecq y que instamos a Amarula a leer La conjura de los necios. También recuerdo que llegamos un poquito tarde al taller de lectura de textos literarios. Ah, medio borrachas, además. Llegamos tarde y un poco ebrias. Un comienzo así sólo puede ser de buen auspicio, pensé; y no me equivoqué. Fue, sin dudas, el año más gratificante y divertido a nivel académico. Y eso que llevo como 10 años de carrera en carrera, eh.
Después, a lo largo del año, descubrir el latín, la tildación impecable, la noche tropical, los caramelos ácidos uno tras otro y los comentarios por lo bajo sin que escuche nadie. Repito, el año más gratificante y divertido, por lejos.

¿Puedo ser sincera?
No veo la hora de que sea lunes para volver al Joaquín.
Me saldrán canas, se me caerán las tetas, tendré problemas en las articulaciones; pero siempre seré ñoña.

lunes, marzo 21, 2011

Como no veo un choto de lejos y llego a la parada de bondi con todo el sueño del mundo, hoy vislumbré un 1 y un 4 en el cartel del colectivo y asumí que era el 141.
Me subí y, no sé cómo, el chofer se dio cuenta de que algo raro pasaba y se quedó sin arrancar, dicíéndome "este es el 104". Yo estaba tan zombie que seguía metiendo monedas en la ranura sin registrar que el tipo se dirigía a mí. Hasta que me di cuenta.
Pedí perdón y me bajé roja de vergüenza.

Me tomé el primer bondi que pqasó y casi termino en cualquier parte.
La historia de mi vida.

viernes, marzo 18, 2011

El ritual por el que toda veinteañera promedio pasa alguna vez: el test de embarazo.

Leer las instrucciones un par de veces. Pensar "¿le llaman "resultado positivo" a estar embarazada? JA". Hacer pis en el cosito. Mirar el reloj y calcular cinco minutos. Prender un pucho sentada en el inodoro. Imaginar una vida con un crío. Mirar el cosito y rogar por que no aparezca la segunda línea. Imaginar una vida sin un crío. Mirar el cosito otra vez. Saber que no se está embarazada pero igual, por las dudas, digo, para quedarse tranquila, ¿no? Volver a mirar el reloj y volver a mirar el cosito. Releer las instrucciones. Sonreír. Resultado negativo. O positivo, depende desde dónde se lo esté mirando.

Y justo había 2x1 de baby check en farmacity.
Si esto no es sentido de la oportunidad...

sábado, marzo 12, 2011

Mi jefe es lento.
l...e...n...t...o...
Tarda. Para todo tarda. Para hacer una factura. Para buscar un pedido. Para tomar un encargo. Para pedirle al distribuidor los libros.
A mí no me molesta, eh. Simplemente me exaspera un poco verlo hacer algo en el triple de tiempo que me hubiera tomado a mí. Pero es una exasperación de corte tierno. Porque mi jefe es un señor mayor y a veces me parte el alma darme cuenta de que con ciertas cosas se pone un poco gagá y se le mezclan todos los tantos.
Así que pasó lo que nunca. Eso que jamás me había permitido en toda mi vida como trabajadora de inverosímiles y diversos rubros. Eso a lo que le esquivé durante mi paso por multinacionales y callcenters exprime-juventudes.
Me siento indispensable para el funcionamiento eficaz de esta librería. Sí, así. INDISPENSABLE. Anteayer me fui una hora antes para anotarme en el profesorado y cuando volví al día siguiente, el patrón se las había apañado para armar todo el bardo que pudo. El miércoles vine a trabajar con casi 38 de fiebre, porqu sabía que si me quedaba en cama no iba a poder dormir pensando en los quilombos que se sembrarían en mi ausencia. Fue ahí -en un 141 lleno, a las 9 am, abrigada, sudando, mientras todos estaban de short y musculosa- cuando me di cuenta de que todo se desmoronaría si no existiera yo, con mi practicidad y rapidez asombrosas; con mi capacidad resolutiva y buena memoria.
Ay, sí, yo, la inigualable e irremplazable.
¿Esto es ponerse la camiseta?
Porque nunca terminé de entender ese concepto.

miércoles, marzo 09, 2011

Ok. Lo reconozco. Salí con un señor 20 mayor que yo sólo porque quería saber qué se sentía estar en una situación así. Por eso y porque acababa de salir de una relación; después de una ruptura, suelo agarrar viaje con el primero que más o menos me convenza. Por eso y porque tuvo gestos de lo más gentiles y caballerosos.
Pero la realidad es que desde el momento en el que me bajé de su auto hace poco más de dos meses, supe que no me interesaba verlo más. Después, una poco feliz charla telefónica en la que terminé cortando ante una ofensa de su parte y un par de mails y mensajes de facebook que nunca contesté.

Cuando el lunes a la tarde -mientras la fiebre iba subiendo y el estado gripal poseía mi cuerpo- sonó el teléfono y me encontré con él del otro lado, me sorprendí tanto que hasta lo traté un poco mal. Al rato me aflojé y pude tener una charla civilizada, entretenida. Esquivé la invitación al cine y fui cerrando la conversación.
"Sos experta en rechazar", me dijo.
"Seh, puede ser", le dije, mientras se me hacía un nudo en la garganta. No llegué a angustiarme porque el tipo no tiene por qué saber que me obsesiona y enferma ser tan distante y desaprensiva.

"Un beso, suerte", también dije.
Y corté.

domingo, marzo 06, 2011

Descubrí un nuevo oráculo.
Aprieto "página aleatoria" en Wikipedia y mis inquietudes se alivian.
Por ejemplo, hace instantes hice uso de esta herramienta.

Dios. Es todo tan predecible.

sábado, marzo 05, 2011

Querida Celeste:
Tomamos posesión de tu rostro hasta nuevo aviso.
Sí, habíamos quedado en que en junio nos íbamos, pero, ¿vos ya te diste cuenta de que Latín II es anual y tiene una carga de 6 hs. semanales?
Que te sea leve, chiquita.

Tus ojeras.

jueves, marzo 03, 2011

Hace unos días, en el apogeo de la caipirinha y el par de secas que me andaban dando vueltas por el cuerpo, la revelación -o tal vez es algo que siempre supe pero formulé de modos diferentes-: Tengo incorporadísima la certeza de que acumulando conocimiento y entendimiento del universo voy a poder curar mi neurosis de angustia. Claro, ni que hubiera descubierto algo realmente interesante, pero para mí, que soy muy narcisista y llego a jodidos niveles de angustia, fue algo cercano a la epifanía.
Si la angustia es la sensación que nos dice que deberíamos saber algo pero sin saber bien qué, ¿qué mejor manera de aplacarla que tratando de entender el funcionamiento de la psiquis, el mundo que nos rodea, o la estructura de la herramienta que nos separa del resto de las especies, el lenguaje simbólico? ¿Cómo no querer conocerlo TODO, que no quede recoveco para lo ignorado, lo no comprendido? ¿Cómo no recorrer todas esas facultades, leer todos esos libros, abandonar esos recorridos? ¿Cómo no aliviar el peso de lo desconocido y amenazante con teorías, hipótesis y fórmulas? ¿Alguien puede explicarme cómo?
Ahora, sobria de tragos, marihuana y conversaciones absolutamente estimulantes, me digo a mí misma que no puedo ser tan pelotuda. Es imposible que la mente sea un camino de salida; al menos si se intenta salir del manijeo, claro. El pensamiento lógico, la categorización y la deducción son calmantes frente a ese dolor que no sé de dónde carajo viene, nunca una solución. Ahora, con el foco puesto más en el cuerpo y en la vida emocional, me digo que me tengo que dejar de romper las pelotas con la sobrevaloración de lo mental y poner voluntad para llegar a alguna especie de equilibrio.

Ahora, metida en la librería, veo entrar a un chico muy lindo. Pálido, ojos bellísimos, alto y un poco encorvado. Me apuro en atenderlo. Me pide libros de matemática: fractales y geometría nosequé. Le sonrío, le digo que no tenemos nada de eso y le recomiendo un par de librerías mientras lo imagino tratando de explicarme qué es una matriz. Lo fantaseo arrinconándome contr un pizarrón lleno de formulas inaccesibles para mí. Cuando se va, alabo a las matemáticas y todas las ciencias exactas. Invento odas a los hombres de ciencia que siempre me generan ese deseo inefable.

Parece que al final no era la mente lo que me abstraía de la neurosis.

martes, marzo 01, 2011

Cuando vino la otra vez yo estaba de vacaciones, así que no pudimos encontrarnos. Hoy me enteré de que está de vuelta en Buenos Aires, así que voy a salir a buscarlo por las calles de la ciudad.
Ah, sí, porque John Cusack está en el Faena hospedándose.
Y yo estoy enamorada de John Cusack desde que era chica y lo veía en las comedias románticas ochentosas.
Ale me dijo que se dice por ahí que es gay, pero me niego a creerlo. Posta, no da gay, ni un poco. ¿O si? ¿Acaso es algo que todos notan y que para mí está velado porque su imagen ha sido objeto de mi fantaseo hollywoodense desde la pubertad?
Además, imagino que me llevaría re bien con Joan Cusack, si esa no es cuñada copada, ¿quién lo es?
Así que, bueno, si lo ven, ¿no le avisan que lo estoy esperando en la librería? No en mi casa, no en su habitación, no en un bosque frondoso donde poder hacer un picnic sobre un mantel a cuadros blanco y rojo; en la librería, donde voy a estar metida por 10 horas todos los días de mi trágica existencia.
Ok, todos no, hasta junio. Déjenme exagerar.

lunes, febrero 28, 2011

Resulta que hoy empezaron las clases y yo tuve que empezar a hacer doble jornada. Y no hablo de jornada completa. Doble jornada. Once horas estoy metida acá. Escuchando a madres criticar a las maestras de sus hijos. Cabeceando frente al monitor porque ayer me quedé despierta hasta tardísimo. Anotando pedidos de libros de texto. Y mientras anoto no puedo entender cómo no les da vergüenza a los editores permitir que haya libros escolares que se llaman "Caramelos de coco y dulce 2" o "Tomi, Pili y Luli 3".
Loco, con el manual Kapelusz -que en Junio ya estaba deshecho- salimos todos bastante bien.
¿O no?

domingo, febrero 27, 2011

Mis amigas están de acuerdo en dos cosas acerca de mí.

1. Si fuera hombre, me iría mucho mejor románticamente. Romance, no sexo. En cuando a vida sexual andaría más o menos igual.
Flor dice que es porque me muero de ganas de portar un pene, yo no estoy tan segura de que así sea. Digo, me parece un sistema fascinante y me encantaría experimentar un par de días qué se siente tener pito; pero no, no es eso. Para mí es porque mis defectos y virtudes serían mejor apreciados si fuera hombre. Eso no me convierte en masculina, simplemente hay algo que está levemente chingado.

2. Si mi vida tuviera género, sería comedia de Woody Allen.
El exceso de neurosis plasmada en el ámbito de lo discursivo convierte mis relaciones en puro blablableo, así que ellas dicen que podría ser una de las comedias esas llenas de parejas, infidelidades, remates ingeniosos y jazz de fondo. En mi opinión, apenas llego a capítulo de Dawson's Creek, aunque les juro que hago lo que puedo.

Están de acuerdo en muchas más cosas, como por ejemplo en que a veces cocino rico, que soy una aparata, que pareciera que todo me chupa un huevo, que tanto libro y película afectaron mi manera de ver la realidad, que me gusta meterme en quilombos y que tengo talento para deletrear; pero eso es de público conocimiento

sábado, febrero 26, 2011

¿Estoy pasándole la lija a los libros que tienen el lomo superior lleno de polvo? No.
¿Estoy cargando libros en Mercado Libre? No.
¿Estoy reorganizando estanterías para hacer lugar para los libros de texto? No.
¿Estoy preparando devoluciones? No.
¿Estoy vendiendo libros? No. Esta sí que no es culpa mía, hace dos horas que no entra nadie.
¿Estoy actualizando precios? No.

Averiguo dónde carajo se puede conseguir harina de maíz blanco precocida para hacer arepas. Planeo una pronta visita al barrio chino. Me fijo el precio del Campari. Me caliento con un hombre que me dice que me va a hacer correr peligro. Como galletitas con semillas de lino. Compro bombachas online.
Esquivo el trabajo como si fuera la peste.

UPDATE: ojota, que me acabo de hacer la linda y le vendí a un viejo El Cementerio de Praga, de Eco. Digo, como para que mi jefe no se dé cuenta de que hace tres horas no hago una goma.

viernes, febrero 25, 2011

En uno de esos diálogos extraños que suelo tener con mi jefe y una clienta sexagenaria súper canchera, el patrón se pregunta cuántas veces me habrán hecho el verso entrando desde lo literario. Abro la boca y revoleo los ojos, preparada para hacerme la canchera y decir que demasiadas, pero no, cierro la boca, pienso unos segundos y me doy cuenta de que casi nunca.
Me han hecho el verso con la música, con el dibujo y la pintura, con el baile, con la escritura, con el cine, con el teatro, con la escultura; no con la literatura.
Todos sonríen y dicen "qué bueno" cuando les digo que trabajo en una librerìa, pero nada más.
Que me gusta leer pero no tengo tiempo. Que sí, pero qué te puedo decir a vos que sos la experta. Que sólo en las vacaciones y cosas entretenidas. Que me gusta mucho García Márquez. Eso es lo que me dicen.
¿Hay algo más deserotizante que un tipo diciendo que le gusta García Márquez?
Sí, uno diciendo que le cae bien Vargas Llosa.

miércoles, febrero 23, 2011

Días en los que te despertás y sabés que la vas a pasar, como mínimo, para el orto. Eso es actitud, eh, pero en serio, hay días malparidos y uno lo sabe. Porque llueve, dormiste apenas cuatro horas, tenés resaca y es como si todavía no hubiera bajado el faso. Porque no tenés paraguas y desde la casa de Flor hasta la parada del bondi hay varias cuadras; y otras varias cuadras hay desde donde te deja el bondi hasta tu casa. Entonces aceptás la propuesta de tu amiga de acompañarla a su local, desayunar juntas y esperar a que pare la lluvia para ir a tratar de dormir un par de horas antes de tener que entrar a trabajar. Y mientras tu amiga arregla cuestiones laborales, vos te sentás frente a la compu y ves su facebook abierto. Primero corroborás que en tu perfil no se pueden ver las fotos y después, una idea que de tan brillante te pone un poco la piel de gallina.

¿Por qué no buscás desde el fb de Flor al chico ese al que estuviste viendo durante el año pasado y al que, después de cortar, decidiste bloquear porque no querías amargarte? Dale, ¿por qué no espiás al flaco este que se apareció después de siete años para hacerte acordar lo mucho que te gustaba y lo poco capacitada que estabas emocionalmente a los veinte años y, de paso, alegrarte el invierno y la primavera? Pero sí, metete, fijate si le escribió en el muro a alguna chirusa que va a tener el placer de escucharle la voz esa con la que a veces te despertaba -profunda, grave, acogedora- y te hacía poner como quinceañera. Aprovechá la oportunidad para mirar de vuelta sus fotos y pensar que es probable que pase mucho tiempo hasta que vuelvas a cruzarte con un hombre así, que calza perfecto con tu ideal físico masculino y que además es un amor de persona. Arriesgate a asumir que tal vez nunca más un tipo te va a invitar una noche a su casa para tomar una cervecita, darte de fumar, sacarte la ropa, masajear cada parte -ca.da.par.te- de tu cuerpo con aceite de almendras, cogerte un par de veces, cocinarte rico y volverte a coger; en ese puto orden. Si total, ¿qué podés perder? ¿La paciencia? ¿La compostura? ¿El temple? Dale, que te morís de ganas.

Esa idea tenés y mientras tipeás el nombre del muchacho en cuestión, ya sabés que de brillante no tiene un carajo. Pero retroceder nunca, reindirse jamás, una vez que empezás, la terminás y que sea lo que dios quiera. Entonces ahí está él, con las fotos, el muro, la chirusa con apodo cliché comentándole pavadas y sus dibujos, tan buenos sus dibujos.
Después de un rato tu amiga te pregunta que qué hacés y vos, derrotadísima, confesás el desliz. Chusmean un poco a sus amigos, porque entre ellos está un ex de ella y se toman un té con limón mientras que miran las ventanas del Pizzurno a través de la vidriera. No volvés nada a tu casa, porque te da fiaca, así que te tomás el 12 hasta el laburo y te morís de embole, sueño y nostalgia. Hasta que viene la clienta a la que le prestaste tu versión de Madame Bovary (c'est moi) y te la devuelve junto con un jaboncito de un aroma que te transporta a algún lugar silvestre y maravilloso. Y, por primera vez en el día, sonreís.
La estás pasando, como mínimo, para el orto; pero sonreís.

lunes, febrero 21, 2011

Hasta tercer grado fui a una escuela alemana. Alemana y privada. Yo no entendía una goma de alemán, me rompía las pelotas tener pegada la vincha roja a la cabeza para que no se me desmadraran los rulos y me aburría muchísimo; así que cuando mi mamá me dijo que me iban a cambiar de colegio, mucho drama no me hice. Creo que ya desde la tierna infancia se iba planteando esta necesidad de cambio que persiste hasta ahora. Estar demasiado tiempo en un mismo lugar que no termina de satisfacerme me asfixia.

Parece que justo antes de empezar cuarto grado a mi madre le informaron que iban a aumentar la cuota y, sabiendo que no iba a poder pagarla sin endeudarse, se puso a buscar otra escuela. El problema fue que era pleno febrero y casi todos los cupos de los colegios cercanos a mi casa estaban llenos. Empezó a ampliar el radio barrial y terminó consiguiendo una vacante en una primaria detrás de Parque Centenario.

En un principio, mi mamá se levantaba a las 7 de la mañana, me traía el desayuno a la cama y nos tomábamos el subte B desde Pasteur hasta Ángel Gallardo. Ya promediando el año, la que se levantaba para llevar el desayuno era yo, eso cuando dormía en mi casa; en general, me quedaba en lo de mis abuelos, que vivían -y viven- a dos cuadras del parque. Como era de esperarse, para septiembre yo sólo veía a mis papás y a mi hermana una vez por semana; el resto del tiempo, con los abuelos, siendo malcriada. Mi abuelo sí entendía que yo no podía tomar cosas calientes a la mañana y me despertaba con el jugo de naranja recién exprimido y un abrazo. Mi abuela me daba plata ilimitada para stickers y me dejaba apoyar la cabeza en su regazo para ver la tele. Yo era feliz viviendo con mis abuelos y ni siquiera me daba cuenta de que no me importaba no ver a mi mamá por días y días. Con la misma soltura que había dejado el schule -sin lágrimas, sin posterior nostalgia-, me desprendí de mi mamá, mi papá y mi hermana; de mi cuarto y mi casa.
Antes de entrar a sexto grado me volvieron a cambiar de escuela. Mi madre sentía que cada vez había más distancia entre nosotras. Ya hacía un par de veranos que cuando llegaban las vacaciones yo armaba el bolso y me iba a pasar el verano entero a Pinamar; de vuelta, lejos de mi familia más cercana durante meses. En resumen, sintió que perdía a la primogénita y se la llevó para el nido de vuelta. Nuevamente, de mi parte no hubo quejas. Bah, nunca dije nada, porque sabía que no correspondía, pero la verdad es que yo prefería vivir con mis abuelos. No sólo por tener jugo recién exprimido todas las mañanas y un regazo mullido a mi disposición todo el tiempo, sino porque no me sentía parte de mi familia. A mi papá no lo llamaba "papá" y no tenía influencia directa sobre mi educación; mi mamá era un ser tan irritante como irritable, que cambiaba de humor como de bombacha, que podía pasar de la dulzura más enternecedora a la furia más desenfrenada sin detonante aparente; mi hermana era muy chica y demasiado traviesa, no teníamos espacios comunes. Completamente al margen, así me sentía; desatendida, incomprendida, lejana. Y por sobre todas las cosas, no involucrada. Si no los veía en meses -como sucedía en las vacaciones-, no los extrañaba. Si tenía que elegir dónde pasar mi tiempo libre, siempre elegía la casa de Parque Centenario, la de os jugos y regazos. No sé hasta qué punto había sentimientos negativos. Me duele reconocerlo, pero no sé si había sentimientos de alguna índole. Por algún motivo, no me eran indispensables.

Diez años después, mi mamá me echó de casa. Lo que yo deseaba desde chica -no vivir ahí- lo transformó en un acto de violencia. Me dio la oportunidad de condenarla y decirle todas las cosas que venía atragantándome desde que tenía uso de razón. Ella aprovechó para echarme en cara todas las veces que la había desilusionado con mi falta de ambición y compromiso. Viví con mis abuelos tres años más, desde los 21 hasta los 24, y desde ahí, a dos cuadras de Parque Centenario, fui construyendo el vínculo que tengo ahora con la mujer esta que me parió, que no será el más sano, pero se sostiene por amor. A mi papá empecé a llamarlo así después de cambiarme el apellido; porque aunque me haga la progre me parece que sí necesito las etiquetas. Con mi hermana nos fuimos volviendo cómplices a la distancia, viéndonos de vez en cuando pero conteniendonos si era necesario; hasta que el año pasado me la traje a vivir conmigo y a veces no me entra en la cabeza que haya sido alguna vez la pendejita que me hacía la vida imposible.
Y cuando nos sentamos los cuatro a la mesa y yo empiezo con mi monólogo sobre el buen hablar, el absurdo del matrimonio, el machismo en las mujeres o la Luna en Acuario, me siento parte de algo. Cuando no veo a mi papá por tres semanas, extraño hablar sobre películas y Paul Auster, lo extraño a él. Cuando alguien me rompe el corazón y me siento diminuta frente al monstruo de mi incapacidad afectiva, llamo a mi mamá, porque es la única que me tranquiliza.

Yo había empezado escribiendo esto para contar que en quinto grado me sentaron al lado del peor del grado y que nos terminamos haciendo amigos.
Me estoy convirtiendo en una flojita.

viernes, febrero 18, 2011

Quinto grado. Entrega de boletines -segundo o tercer bimestre-.
Miro las notas, todo fantástico; salvo educación física, obvio. Jugar al quemado me parecía lo más pelotudo del universo, además, el profesor era un banana a pedal que me cargaba por mi apellido.
Sigo mirando y llego hasta el lugar donde dice "Se destaca en". Abro bien grandes los ojos y me ruborizo.
"Dulzura" había puesto mi maestro Carlos, el que daba Naturales y Matemática.
Se destaca en dulzura. Me acuerdo y me muero de amor. No hacia mí misma -bueno, un poco sí- sino hacia Carlos, que cuando iba los domingos al Parque Centenario pasaba por el puesto de mi mamá para saludarme.

Así que tomen, todos esos que me tildan de fría, amarga y malhadada. De hecho, en un acto de egolatría sin igual, les digo que sigo destacándome en dulzura. No siempre, no con cualquiera; pero cuando me toman el tiempo, yastá, vuelvo a ser esa nena de diez años que odiaba jugar al quemado.
Si me dieran un boletín en este momento, no aprobaría educación física, pero me sacaría un 8 en comida de Oriente Medio.

miércoles, febrero 16, 2011

En algún momento de la pubertad, en casa se rompió el televisor y mis padres decidieron no reemplazarlo ni arreglarlo. Al principio fue raro cenar sin la pantalla de fondo o ir al colegio y no saber de qué estaban hablando mis compañeritos, pero después de un tiempo me terminé acostumbrando a leer antes de dormir en vez de mirar algún programa y me hice amiga de la radio. Lo mejor fue que las salidas al cine se multiplicaron.
Ya un poco más grande, cuando estaba tercer año, empecé a ir los martes a la casa de mi abuela. Salía de la escuela y llegaba justo para CQC, seguía con Cha cha cha y esperaba hasta la 1am, hora a la que empezaba la seguidilla de Friends, That 70's show, Dawson's Creek y creo que Felicity. Con esa dosis de televisión semanal estaba hecha.
Siempre me pareció buenísimo que mis padres hubieran decidido quitar la tele de casa. Calculo que en el momnto se debe haber sentido como un garrón. Tener que contar mi día en la cena a los 12 años suena más a pesadilla que a buen momento en familia; pero ahora, con una mirada diferente -iba a decir "adulta", pero todavía me cuesta ponerme en ese lugar-, me parece que fue una de las mejores cosas que hicieron respecto de la educación de mi hermana y mía.
Hace unos años, cuando ya me habían rajado del nido, volvieron a poner una tele. Al principio todo parecía bastante normal, pero cuando el año pasado iba a cenar y la conversación se frenaba porque empezaba Malparida, me empecé a alarmar. Mi mamá sabía los nombres de los gatos del programa de Tinelli. Mi papá veía Filmoteca en canal 7, sí, pero antes se daba una sobredosis de basura. Les transmití mi inquietud, pero se me rieron en la cara, así que me desentendí del asunto y listo.
Ayer íbamos en el 141 con mi hermana, yendo para casa, y le llega un mensaje de texto de nuestra madre: SE QUEMÓ LA TELE. POR FAVOR MIRÁ LA NOVELA DE ECHARRI ASÍ DESPUÉS ME CONTÁS. BESITO.

¿Cuál será el destino del matriarcado? ¿Adónde iremos a parar?

lunes, febrero 14, 2011

La vida no para de darme indicios de que ya estoy medio vieja. Todos los días encuentro una nueva cana, me duele en el cuerpo salir dos días seguidos, tiendo a prejuzgar a los jóvenes; esas cosas.
Me pasa esto y creo que mientras no se me caigan las tetas voy a llevar todo el asunto con bastante decencia. O no. Porque la vida te da sorpresas. Sorpresas horribles.

Hace un par de noches estaba compartiendo un momento conmigo misma, o sea, no quiero usar eufemismos para decir que me estaba toqueteando, así que eso, me estaba haciendo una paja -qué poco femenino que queda si lo digo de esa manera, menos mal que mi mamá no me lee el blog, si no, me retaría- y cuando estaba a punto de subir el último peldaño que me llevaría al éxtasis absoluto, me dio un calambre en la cadera.
Un calambre en la cadera.
¿Me captás? ¿Me sentís?
Un calambre en la cadera. ¿Saben a quiénes le dan calambres en la cadera? A mi abuela. Y a otros abuelos. Y a mí cuando me toco. Porque estoy vieja. Y, claramente, me falta potasio.


En otro orden de cosas, esta es la escena ¿literaria? de mi vida, en la que yo elijo sesgar mi completitud y crear un personaje al que sólo le importa que se la pongan o la quieran un poco; las dos cosas no, tampoco la pavada, el personaje aún tiene que evolucionar (aunque, por otro lado, yo estoy a punto caramelo). Y ¿cómo no hablar de San Valentín? Digo, si tengo blog de solterita, algo debería decir, ¿verdad? Decir que odio este día, que no voy a salir a la calle porque ver parejitas me da náuseas. O extrañar a algún hombre atento y dulce. O pensar que nunca voy a conocer a un hombre que quiera y me quiera.
Pero no.
El 14 de febrero como festejo del día de los enamorados me tiene sin cuidado. Porque es el cumpleaños de mi abuela y como torta. Y si como torta, no hay manera de sentirme mal. La vida está buenísima si le ponés una porción de torta al lado. Y la vida también está buenísima si tenés una abuela como yo, que se llama Zenona, y te salva de la conmiseración de San Valentín porque cumple años y hace torta.



Un calambre en la cadera. Mi vida como la conocía hasta ahora se desmorona.

viernes, febrero 11, 2011

Epa Epa Epa. Acabo de mirar para la vereda de enfrenta y resulta que en el videoclub no está el pelotudo que siempre pone cumbia al mango y que se piensa que es rocker porque de vez en cuando escucha Turf. Hay un treintañero barbudo y lleno de tatuajes que sale a la puerta a fumar Marlboro. Yo digo que está reemplazando al otro subnormal en receso vacacional y que nos vamos a lanzar miradas impúdicas mientras los autos nos pasan por el medio.





Epa Epa Epa. Acabo de recordar que, por default, tengo cara de orto y que soy incapaz de seducir a alguien si no tengo manera de expresarme a través de la palabra.





Epa Epa Epa. Acabo de darme cuenta de que no tengo ni un ápice de energía para destinar a estos susanitismos.

miércoles, febrero 09, 2011

Típico. Típico de mí II.
Cuando sueño algo que no me gusta o me altera, me despierto pensando que puede ser cierto. Esa certeza puede tener durabilidad variable; a veces, demasiada.

Ejemplo primero
Cierto señor que durmió incontables noches conmigo podría testificar que se despertó varias veces por un golpe propinado por quien les escribe. Codazo en los riñones, rodillazo en la tibia, patada, empujón; utilicé varias técnicas. Resulta que soñaba que me engañaba o que me decía algo feo y cuando la angustia me despertaba, pumba, violencia física y un traumático pasaje a vigilia al son de "la puta madre, ¿pero qué te pasa?". A los pocos segundos caía en la cuenta de que había sucedido todo en mi mente y seguía durmiendo lo más pancha.

Ejemplo segundo
Esto pasó sólo una vez, pero temo que vuelva a suceder. Un día, hace no mucho, soñé que estaba embarazada; que acababa de salir del hospital donde me habían dado la noticia y que cuando estaba por prenderme un pucho, me daba cuenta de que cigarrillo-alcohol-porro no more y casi psicotizaba ante el panorama de tener a un ser humano dependiendo de mí hasta los 18 años. Al otro día -o dos días después, no me acuerdo- llamé al muchacho con el que estaba en ese momento y lo interpelé acerca de la posible rotura del forro en nuestro último revolcón y demases paranoias.
Un llamado un día de semana, a las 4 de la tarde, que comienza con "soñé que estaba embarazada" NUNCA es bien recibido. Se lo cuento a las lectoras por si no lo sabían.

martes, febrero 08, 2011

Típico. Típico de mí -y de andá a saber cuántas más- soñar con un tipo al que no veo hace mucho y despertarme con la certeza de que el flaco está tratando de comunicarse telepáticamente conmigo. Bueno, no, telepatía no. Pero sí que está pensándome con intensidad.

domingo, febrero 06, 2011

Llegó el día. El momento que vine pateando durante los últimos seis meses: ordenar la biblioteca.
Durante meses tuve la pila de libros que venía leyendo al pie de la cama, después me dio un poco de vergüenza ser tan crota y los pasé al escritorio. La pila fue creciendo -entre ya leídos, leídos por la mitad y próximos a leer- y el escritorio me fue quedando chico. Desde antes de las fiestas empecé a mentalizarme, imaginé modos de clasificar y procastiné hasta hoy, que en un arranque de bienestar, me puse a limpiar a fondo mi habitación.
Como había sospechado, no tengo espacio, me falta un estante de 1.5 m y todos los de literatura latinoamericana quedaron encima -a modo de sombrerito, como diría mi jefe- del resto.
Saqué mucho polvo, recategoricé y, casi lo más importante, aparté para regalar o vender. Aunque, ahora que lo pienso, no me da la cara para ir a vender o canjear esto que separé. Así que si alguna -o alguno, no juzgo- quiere unas 10 novelitas románticas chotas, me chifla, porque me da vergüenza llevar esto al parque Rivadavia. Ojo, eh, que no es Corín Tellado; son como comedias románticas a lo Bridget Jone's Diary pero hechas libro. También hay uno de Stephen King que nunca pude terminar, un par que me regalaron personas que me desconocen por completo y uno de Isabel Allende, pero ese mejor lo llevo para los usados de la librería, no quiero perjudicar a nadie.

sábado, febrero 05, 2011

Hola, ¿qué tal?
Sí, estoy acá para contar que me parece que no me voy a recibir nunca.
Acabo de mirar los horarios de la cursada de este año y me quiero tirar en el medio de la calle para que me pise un auto. No hay manera posible de cursar todas las materias que debería, para eso tendría que aprender a manipular variables tiempo-espacio, y todos sabemos cómo me fue estudiando física.

¿Nadie quiere ser mi mecenas?

miércoles, febrero 02, 2011

Siempre me jacté de no ser celosa hasta que el gato de mi abuela se llevó una concubina -felina, por supuesto- al patio de la casa de Villa Crespo en la que yo viví con ellos -mi abuela y el gato, sin concubina felina- durante tres años. Tres años en los que compartí tardes y latas de atún con ese animal. Inviernos en los que me calenté los pies con él sobre las mantas. Veranos en los que nos tiramos en el sillón debajo del ventilador. Tardes en las que me hizo compañía mientras leía o estudiaba. Mi gato preferido en el mundo. Un amor profundo y comprometido era el que teníamos el uno por el otro. Hasta que apareció la turra esta con su cara de loca y su fertilidad productora de animalitos por doquier.
Ahora, él ya ni nos presta atención. Es un padre de familia, un esposo fiel. Cada vez que voy a lo de mi abuela, no me da ni cinco de bola y yo sufro en silencio. Bah, el silencio lo mantengo hasta que aparece la chirusa y le digo cosas horribles a escondidas.

Por motivos que nunca llegué a entender, el gato de mi abuela se llama Canela. Sí, Canela. Es color naranja y tiene los ojos verdes. Un verano mi abuelita nos dejó solos y yo me quedé sin plata para comprarle el alimento. Durante esos días el micho probó: revuelto de zapallitos, polenta, fideos con tuco, brócoli y remolacha; después, se borró durante dos días y yo estuve con el corazón en la boca, mirando por la ventana que da al patio, esperando su vuelta. Nos llevábamos fantásticamente y una vez me dejó que lo sacara a pasear a la calle a escondidas de su dueña. Tiene 10 años y está enorme, tiene cara de sesentón con experiencia de vida. Es lindo, es re lindo. Siempre lo dije, si Canela fuera hombre, a mí me re gustaría.

Soy celosa, soy re celosa.
Pero que nadie se entere.

lunes, enero 31, 2011

- Es fascinante.
- ¿Qué cosa?
- Tu cabeza.
- ¿Eh?
- Sí, es como Lost.
- ¿Eh?
- Tu visión cinematográfica de las cosas. Del romance, más específicamente. Esta repleta de flashbacks y flashforwards. Ponele, conocés a un tipo, ¿no? No sólo es importante cómo se acerca, qué te dice para seducirte, cómo se vende. En paralelo aparece primero el fantasma del pasado. Eso que te dice el chabón alguna vez te lo dijo otro; y si no fue así, le encontrás el parecido de algún modo. Me imagino que tu mente se divide en dos y, al mismo tiempo, estás mirando al que te está encarando y al otro del pasado, hablando del mismo tema, haciendo el mismo gesto o andá a saber qué. Si en la comparación sale ganando el del tiempo presente, apretás el ff del control remoto neurótico y lo visualizás a la mañana siguiente, despeinado y con los ojos llenos de lagañas.
- Ajá, y después ¿qué?
- Bueno, si creés que podés soportarle el mal aliento matutino, le das para adelante.
- ...
- Por eso yo nunca dejé que tu vaso de whisky estuviera vacío.
- Ajá... ¿Y por qué eso?
- Porque era la única manera de nublar tu criterio y hacer que pasaras directamente a la dimensión paralela donde todo es posible y me imaginaras como un adonis la morning after.
- Nunca nos despertamos juntos nosotros.
- Bueno, fallas espacio-temporales de por medio, salió todo como esperaba igualmente.
- ¿Esto esperabas?
- Esto mismo, sí. Poder ser parte de ese guión que leía todos los días y que quería que se transformara en escena...
- Pero...
- Dejame terminar. Pero sin terminar etiquetado, literal o simbólicamente, como "innombrable", "pirulito" o "el neurótico que me hizo enojar miles de veces", que es la que mejor me calzaría.
- "El hombre que supo leerme entre líneas", esa podría ser tu etiqueta. Digo, "amigo y consejero" ya está tomada.
- Preferiría algo más sexy.
- Es fascinante.
- ¿Qué?
- Tu cabeza.


Porque cuando a veces digo que una de las razones de este blog es conocer hombres, no miento.


domingo, enero 30, 2011

Hay un índice para evaluar cómo la pasé en una cita: cantidad de cigarrillos en el cenicero.
En una situación de atracción normal hacia el otro, el promedio es de 3 cigarrillos por hora. Si el tipo me gusta mucho, no paro de tocarme el pelo y la ansiedad motriz es canalizada en forma de incontables bucles. Si el tipo no me gusta nada, tiendo a callarme la boca, mirar mucho para todos lados y prender un pucho cada vez que se avecina el monstruo del silencio incómodo.
A no ser que se trate de uno de esos encuentros en los que los dos nos emborrachamos y yo termino contando anécdotas vergonzosas prendida de un gin tonic. Ahí fumo como descosida y termino revolcándome con el flaco; es curioso, porque si el hombre en cuestión no me gusta, es como si todo mi organismo se pusiera en guardia y no hay manera de que me ponga en pedo. La naturaleza es sabia.

Vengo de tomar un par de pintas y fumar 9 cigarrillos. 2 horas: 9 cigarrillos.
Necesito conocer a un muchacho divertido YA.

jueves, enero 27, 2011

Me está invadiendo la comodidad y no me gusta un carajo.
Por un lado, siento ganas de que los ejes burgueses de mi existencia se queden clavados donde están aunque haya una parte de mi que se inquiete y empiece a mover los barrotes de la jaula donde la tuve guardada estos últimos años al grito de GUARDIA, como Diego Torres en esa película de hace mil años.
Mi vida sentimental es un desfile de refritos en el que el único con el que valía la pena el revival no quiere estar conmigo. De mi vida sexual ni me ocupo, el 2010 terminó a todo trapo, pero en lo que va de este año, sólo tengo espacio para pensar -o sentir, en mi mundo parecen ser sinónimos- que del otro lado no hay tanto deseo como de mi parte. Tengo clarísimo que no me voy a sacar el corpiño delante de nadie que no comparta mi búsqueda del deseo en su estado más primitivo, pero también sé que está exigencia me va a dejar sentada esperando durante un largo rato.
En el trabajo se va gestando la temporada escolar y el simple hecho de saber que de vuelta me esperan dos meses de trabajo full time, agresión gratuita y stress casi permanente, me agota. Aunque con mi jefe hayamos quedado en que no me voy a someter a estados insalubres, sé que pasada la vorágine de libros de texto voy a tener que ponerme a buscar otra cosa, que me dé más plata y horarios más convenientes. Y eso me agota más aún.
Espero el comienzo de clases con una ansiedad sospechosa. Incluso le pegué una repasada a los apuntes de Latín, no sea cosa que me vaya a olvidar de las declinaciones. Quiero dedicarle este año al estudio. Necesito recibirme, la posibilidad de un trabajo más estimulante. Aunque me falten millones de materias y no pueda visualizarme como profesora ante una horda de adolescentes amenazantes.
Esquivo pensar sobre mi casa, pero las ideas fatalistas se me escurren y todo lo invaden. Tengo miedo a la posibilidad de que el contrato no se renueve y tenga que salir a buscar un nuevo lugar por ahí, quién sabe dónde, quién sabe con quién. Aunque tenga en claro que la vida en comunidad ya no me genera tanto placer y que bien preferiría un espacio para mí sola.
Voy haciéndome a la idea de que los melones se van acomodando con la marcha, sí. Acepto que esto es la vida y que aunque nadie me haya avisado nunca que las cosas serían así de movilizantes y agitadas, voy armando -no sin tropezarme- algo que cada vez siento más como propio.
No me queda otra más que esperar. Que el dueño de casa se decida a renovar o no. Que empiecen las clases. Que sea mayo para salir a buscar trabajo. Que conozca a un hombre que me guste y le guste. No me queda otra y en el medio me como las uñas, trato de no aislarme del entorno, miro muchas series, escribo, canto, juego con la gata y desespero.
Es como si durante muchísimo tiempo me hubiese estado preparando y ensayando para este momento.
Y tengo pánico escénico.

miércoles, enero 26, 2011

En el micro de ida, empecé Hacia Rutas salvajes, de Krakauer, pero a las 50 páginas me dormí y me desperté recién en Merlo, un rato después del amanecer. Ese trayecto, de Merlo hasta Los Hornillos, me encanta. Me relaja, me hace sonreír. Decidí que la historia del muchacho este era para leer estando en movimiento, así que dejé el resto para el viaje de vuelta y eventuales traslados en colectivo a lo largo de las vacaciones en sí. Lo terminé hoy, tres días después de haber llegado. Y menos mal que todavía no estaba allá, porque, quién sabe, quizás me poseía el espíritu aventurero de algún jipi y no volvía más. Ahora Eddie Vedder canta bajito mientras escribo esto y me emociono un poco. Me inspira, me estimula saber de gente así, tan entregada, tan auténtica. Recomiendo el libro, recomiendo la película (acá, el link para ver online). "¿De qué se trata?" suelen preguntar los clientes cada vez que les recomiendo un libro. Y odio, odio esa pregunta. Se trata de la vida, yo qué sé, esa es la única respuesta que se me ocurre dar. Este, por ejemplo, se trata de un pibe que se toma el palo; pero también de un espíritu absolutamente libre y desapegado. Se trata de tomar decisiones y hacerlas carne; de elegir vivir de un modo y ser coherente.

Ya instalada y con un mate y una pava al lado, empecé con Santuario, de Faulkner. Me pasa algo extraño con este señor. Me cuesta, me cuesta bastante, pero sólo al principio. Me pasó con El ruido y la furia; me pasó con Las palmeras salvajes; con Luz de agosto. En general, cuando un autor me genera dificultades, lo dejo y punto. El momento de la lectura es demasiado placentero como para arruinármelo con autores que me desagradan, más allá de que estén cobijados por el canon occidental y haya que leerlos. Este en particular, no es el mejor de Faulkner, y lo sabía de antemano, pero lo conseguí barato en Parque Centenario y quería ver si me pasaba lo mismo que con los anteriores. Y sí, las primeras 100 páginas, medio un parto. Y después, todo fluye y me quedo pensando en cómo me cabe el tipo este. De todos modos, no, no lo recomiendo. Tiene cosas mil veces mejores.

Para cortar con el tono lúgubre de Santuario, agarré a Calvino, El barón rampante. Fue siempre un autor que medio ni-fu-ni-fa -salvo Bajo el sol jaguar, que me encantó-, pero hace unos meses un compañero de profesorado expuso una clase sobre este libro y la idea me gustó mucho: un pibe que un día se enoja con el padre y decide no pisar el suelo nunca más; se muda a la copa de los árboles y desde ahí participa de modo particular y encantador en la vida de la comunidad. Leer ese libro debajo de una higuera, con el arroyo a los pies, fue unas de las experiencias más satisfactorias en lo que va del año.

Después de El barón rampante pasé sin escalas a Ulises, de James Joyce. Allá por el 2005 me prestaron una edición pero nunca pude pasar de la página 30. Claro que en ese momento no sabía que a Joyce HAY que leerlo y todas esas cosas que dicen los snobs que se pasaron veranos enteros leyendo a Proust. Primero le dediqué un rato al estudio preliminar, que en vez de aclararme el panorama, me hizo pensar en cosas que poco tenían que ver con la literatura, así que me dediqué a la obra en sí, sin juego previo. Por momentos notaba que leía sin registrar contenido, pero al volver cada vez me encontré con una especie de armonía hilvanada frase tras frase. Imágenes y escenas que se fueron creando sin mi control. De todos modos, la lectura se me hizo un tanto pesada así que lo cerré y guardé en el bolso para continuar acá en Buenos Aires. Veremos qué sucede.

Agarré Cosmética del Enemigo una nochecita a puro viento y a las dos horas ya lo había terminado. De Nothomb había leído Antichrista, que fue, definitivamente, uno de mis libros preferidos del 2010. Este, aunque defrauda un poco en el giro final, tiene ese mismo componente que me había hecho llegar al límite de la exasperación con Antichrista. Esta mujer tiene una capacidad admirable para retratar personajes despreciables. La quiero. Y también quiero el resto de su obra. Claro que para eso voy a tener que esperar tiempos de mayor bonanza económica, porque aunque tenga descuento, Anagrama te da con un caño.

A último momento cambié Felicidad Clandestina de Lispector por Un Mundo Feliz, de Huxley, que era uno de los que venía leyendo muy esporádicamente antes de irme de viaje. Ya lo había leído a los dieciocho. La clásica ¿trilogía? de futuro fatalista -Fahrenheit 451 de Bradbury, 1984 de Orwell y este del que hablo ahora- me pegó bastante en ese momento, así que me dieron ganas de releer para ver si la mirada era la misma. Recuerdo que estaba obsesionada con la mirada que tenía acerca de la maternidad y que, como estaba pasando por una especie de etapa i-love-Freud, hasta me dieron ganas de un mundo sin madres.
Pero, bueno, no hubo demasiada resignificación. Me avivó ciertas ideas de revolución individual del deseo que me vienen carcomiendo desde hace rato, pero no más que eso. Eso sí, creo que es obligatorio en cualquier corpus de lectura para adolescentes.,

La noche anterior a la vuelta, encontré en la biblioteca de la casa de mis tíos Diego y Frida, de Le Clezio. Cuando empecé a trabajar en la librería acababa de salir y nunca me lo compré de colgada. Hacía mucho tiempo que no me quedaba leyendo toda la noche, es una de las cosas más lindas que experimento en soledad. Lo que no sé es por qué me pasó justo con este libro que, básicamente, es una biografía de Diego Rivera apenas mechada con datos y fragmentos del diario de Frida Kahlo. Digo, la pintura no es la expresión artística que me más me atrae y, en este caso en particular, lo que me hizo sacar el libro del estante fueron las ganas de saber más sobre ella, que, aunque en mi mente siga luciendo como Salma Hayek, me resulta absolutamente cautivante.

Alguien me definió hace poco con cuatro verbos: cocinar, dormir, coger y leer. Otro alguien me planteó una situación de lo más jodida: elegir entre coger y leer, si elegís leer nunca más cogés y viceversa. No pude responder.
Incluso ahora tampoco tengo la respuesta.

lunes, enero 24, 2011

El tipo se había borrado y yo asumí que la culpa era mía, claro. No porque suela echarme culpas innecesarias encima (...not), sino porque era la única manera de encontrarle sentido a la situación. Si un tipo un día me dice que todavía siente mi perfume en su almohada o que se le para cuando habla conmigo y a los dos días desaparece, algo debo haber hecho para cagarla, ¿no?
¿No?
Yo pensaba, me deshacía desmenuzando cada momento compartido para ver qué barrabasada me había mandado para que el tipo se borrara repentinamente. ¿Se había molestado porque no quise que le pusiera calamares a la salsa de unos fideos? Es que el día anterior me había dado una panzada de mariscos. ¿Se había horrorizado ante mi relato sobre la relación con mi madre? Es que a veces me siento demasiado cómoda y muestro la hilacha (de hija resentida) muy rápido. ¿Había hablado dormida? No hubiese sido la primera vez que mis soliloquios oníricos me pusieran en aprietos.
La cosa es que no supe qué había sido eso que hice que lo hizo escapar y eso me produjo mucha confusión. Quizás porque estaba acostumbrada a vínculos indefinidos e inclasificables pero en los que siempre había presencia y comunicación por parte del otro o tal vez porque fue tan de repente que aplicar la lógica no era algo que funcionara.
Fue en ese momento en el que decidí que era necesario contar con la mirada masculina respecto de estos asuntos. Uno me dijo que el flaco sólo se había ido sólo "de la cintura para arriba", que era probable que volviera con el rabo entre las patas y las ganas de reencuentro carnal. Otro me dijo que no tratara de entender, que lo dejara todo como estaba y me dedicara a seguir explorando las verdes pasturas de la soltería. Los escuché, les hice caso y seguí con mi vida. Bueno, como si hubiera quedado otra opción. Tampoco iba a ser tan estúpida como para quedarme pensando en un tipo al que había visto por apenas un mes. Pero antes, le mandé un mail, instándolo a reflexionar acerca de su accionar; un mensaje buena onda, haciéndome la copada y pidiéndole que no le hiciera eso a otras chicas porque era muy feo. Nunca lo contestó, como era de esperarse.

Pasaron los meses. Conocí muchachos, pasé por una racha de encuentros inverosímiles con sujetos encantadores pero incapaces de conmoverme (ay, ella). Empecé a hacer coros en una banda de funk. Salí con amigas, me drogué, me emborraché y pasé incontables horas charlando acerca de sexo. En enero hice mi retiro anual de lectura y cura de sueño en el Valle Traslasierra y volví expectante; ansiosa por el comienzo oficial del año, por empezar una nueva carrera y todo lo que eso implica. Un momento de estabilidad y cierta calma. La sensación de satisfacción alojada en el cuerpo. Las certezas en cuanto al deseo puestas al servicio de la voluntad.
O sea, todas las condiciones dadas como para que Juan, un día cualquiera, me apareciera como conectado el msn.
El regreso de los muertos vivos.

viernes, enero 14, 2011

Lo que más me gusta de la previa vacacional es elegir la música y los libros que me voy a llevar. Ya venía planeando el asunto de la las lecturas y lo tenía bastante resuelto, hasta que ayer al mediodía caminé desde lo de mi abuela hasta mi casa pasando por la feria de Parque Centenario y me gasté toda la plata que tenía encima.
Pero, finalmente, llegué a una decisión. Santuario de Faulkner, Ulises de Joyce (a ver si esta vez se puede), El barón rampante de Calvino, Hacia rutas salvajes de Krakauer, Cosmética del enemigo de Nothomb, Felicidad clandestina de Lispector y Las doce casas de Sasportas.
En cuanto a la música: Patti Smith, Mondo Cane, Easy Star All Stars, Faith No More, boleros cubanos, Massive Attack, Le Tigre, L7, Pearl Jam y Otis Redding.

Vuelvo en un rato.

jueves, enero 13, 2011

Algún día de la semana siguiente, después de salir del trabajo, pasé por los chinos para comprar un vino y caminé hasta la parada del bondi que me llevaba a lo de Juan. Si no hubiese quemado mis diarios, podría haberme fijado qué tuve para decir en ese momento respecto de esa noche, pero las hojas esas iniciaron el fuego del asado de día de brujas, así que voy a tener que apelar a la memoria.
Me acuerdo de que le llevé unos sahumerios de regalo y que cocinó pizza. También recuerdo que me senté en el sillón de un solo cuerpo porque tengo jodidos problemas para generar acercamiento. Y tengo muy presente la sensación de estar escuchándolo y admirarme ante su falta de cinismo. Mientras me hacía reír con alguna anécdota sobre su padre, pensaba que tal vez me encontraba ante una persona sana. Sano por oposición al resto, claro. No había signos de resentimiento, se mostraba auténtico, sonaba sincero. Nada que ver a lo que venía acostumbrada. Nada que ver conmigo. Y yo, que venía de unos meses de intensa introspección con respecto a mi forma de posicionarme frente al mundo, lo vi como un ejemplo de que se podía ser sin estar en pose. Había algo en su manera de exponerse que me conmovía por lo honesto, por su transparencia.
Esa noche el sexo fue muchísimo mejor que las dos veces anteriores. Surgió eso que me nubla el criterio y hace mermar mis capacidades intelectuales cada vez que aparece: la necesidad de contacto, la satisfacción al acariciar al otro, la búsqueda de la mirada del otro; y que esa mirada sólo produzca una sonrisa.
El sexo nunca es sólo sexo. Aunque se trate de algo de una noche, aunque no estemos interesados en comprometernos emocionalmente con la otra persona, aunque nos jactemos de poder separar los revolcones del amor. Porque lo que está alrededor del sexo poco tiene que ver con el amor. Así, como núcleo de estructuras psíquicas, el sexo no tiene verbo, no hay manera de poner en palabras un orgasmo, es imposible pasar el éxtasis al espacio del discurso. Por eso ponemos capa sobre capa al asunto. Lo vestimos de relaciones humanas, lo presentamos en forma de monólogos divertidos a los amigos, lo convertimos en sesiones de análisis; pero esos son intentos de cargarlo de sentido, cada cual tendrá la suya -que lo hará sentir mejor o peor-, eso en algún punto nos define, pero la realidad es que cuando nos referimos al sexo, ya estamos en el plano de la resignificación. Como cuando nos acordamos de un sueño de angustia, lo recordado no hace a un todo que justifique la sensación en el cuerpo, el reflejo de lo orgánico. Por eso no puedo escribir acerca de cómo cogía con Juan -o con cualquier otro, dado el caso-. Porque cualquier intento encasillaría la situación en un género. Coger con Juan no era comedia, ni drama, ni romance. Era la mente aquietada después de acabar, el cuerpo satisfecho, el plexo relajado, la falta de palabra.
Nos vimos un par de veces más (¿dos?, ¿tres? Ya no me acuerdo) y en el transcurso de esas semanas se me fueron las ganas de ver a otros. Cuando alguien me gusta no puedo diversificarme, me agota tener que poner energía en más de un lugar -o persona, en este caso-, me disperso y termino estando ausente todo el tiempo, con cada uno de los involucrados. Esa limitación disfrazada de protomonogamia me asustó un poco, sí, pero también me hizo sentir bien. No sólo me gustaba Juan -como no me había gustado un hombre en mucho tiempo-, me gustaba que me gustase de esa manera. Me gustaba cuando cocinaba, cuando contaba historias familiares, cuando me traía un jugo de pomelo a la mañana; me gustaba de una forma tan simple que cuando mis amigas me preguntaban que qué onda, sólo podía responder "todo bien" mientras sonreía.
Me sentía segura. Segura de que tenía ganas de seguir conociéndolo y de que me gustaba lo suficiente como para no andar picoteando por ahí. Segura, sin enroscarme en el me-dijo-le-dije. Segura al punto de poner en stand by todas las inseguridades que cargo a diario para poder experimentar un poco de un vínculo sin enroscarme con cada puta cosa. Por estar segura no me hice problema cuando le mandé un mensaje y tardó dos días en contestármelo. Por estar segura no sospeché nada cuando le dije de vernos y me contestó que estaba con mucho laburo. Por estar segura tardé diez días en darme cuenta de que hacía rato que no lo veía conectado en el msn. Por estar segura me agarró por sorpresa la revelación: el chabón se había borrado.
Y sí, el chabón se borró.


viernes, enero 07, 2011

Era de madrugada, hacía frío y mientras me metía en la cama, tuve la certeza de que al pibe este, Juan -al que le acababa de abrir la puerta para que se fuera-, no lo iba a ver por un largo rato. No sólo porque ya se iba dibujando un perfil de desaparecedor sino porque recién en ese momento me di cuenta de que tal vez no había mostrado mi mejor costado a lo largo de la velada. Estaba muy borracha, demasiado. Una cosa es el halo de descaro y alegría que brinda un rico tinto en la justa medida, otra muy diferente es no acordarme bien de qué dije y qué pasó exactamente en el transcurso de la noche. Ya estar copeteada es algo que juguetea en la línea que divide lo divertido de lo patético, pero a esto se le sumó la sensación de que al tipo no le había gustado un carajo. Esa mirada de la que hablaba antes, una mezcla de desaprobación y enjuiciamiento.

Al par de semanas lo volví a ver conectado. Venía de una semana en la que me habían dejado plantada no una, sino dos veces. Ni siquiera la misma persona. No, dos flacos diferentes decidieron -en el lapso de cinco o seis días- proponer un encuentro para cancelármelo a última hora. Y yo me frustro rápido, baja tolerancia al fracaso le llaman; yo tengo de eso, para tirar al techo. Si un tipo me deja plantada, hago una rabieta, me fumo un porro y a las dos horas ya me olvidé del asunto. Si dos tipos me dejan plantada, asumo que el universo complota contra mi goce o que alguien me echó una maldición que impedirá que me vuelvan a tocar las tetas. No es que quiera justificar el hecho de haberle aceptado a Juan una invitación a cenar por sentirme plantoneada y amargada, ni que quiera menospreciar el entusiasmo con el que accedí al encuentro, pero ahora, mirando para atrás, puedo entender un poco por qué terminé poniéndole fichas al pibe este. OK, eso suena mal, le puse fichas por un montón de cosas que ya contaré, pero también porque todo, absolutamente todo, parecía disolverse antes de llegar a algo concreto. Si me gustaba un pibe, no podía verlo por una variedad de motivos de lo más extensa. Si otro me gustaba menos pero nos veíamos con relativa periodicidad, cada encuentro terminaba en problemas. Nadie me interesaba demasiado, nadie me hacía tener ganas de saber qué más podía haber. Tenía ganas de relacionarme pero me daba fiaca salir a conocer gente. Bueno, al fin y al cabo, era ir a cenar nomás, tampoco me lo pensé tanto.
A la hora de pagar (las pastas caseras buenísimas que comimos) me encontré con que me rompía bastante las pelotas que el tipo ni siquiera hubiese amagado invitarme. No me gusta mucho que paguen lo mío, no por una cuestión de igualdad sino de neurosis recalcitrante, pero así como escucho a mis amigos decir que, si invitan a salir a una chica, pretenden que la mina por lo menos haga la escenita de sacar la billetera, yo también quise que me mintieran un cachito. También me rompió las pelotas que me rompiera las pelotas, a mí, justo a mí que soy tan desprendida de lo material, tan etérea, tan libre, tan desapegada. Yo, que carezco de ambiciones materiales y desprecio la codicia que el dinero genera en las pobres, débiles y aburguesadas almas. ¿Podía acaso sentirme ofendida? Decidí en ese momento que no, que tal nimiedad no podía generarme conflicto alguno y puse los billetes sobre la mesa.
Después fuimos a su casa, que quedaba a unas cuadras. A mí estas cosas no me suelen pasar, porque posta que no me fijo mucho en cuestiones de status o pertenencias de los hombres con quienes estoy -lo que, al parecer, amerita las críticas ininterrumpidas de mi madre capricorniana-, pero cuando entré a la casa de Juan sentí eso que deben sentir algunas cuando el galán de turno les dice que tiene un Alfa Romeo (o alguno de esos autos caros, me parece que mi ejemplo fue muy menemista). ¿Era una de esas torres careta con millones de pisos y amenitis? No. ¿Era un semipiso con vista al río y muebles de diseño? Tampoco. Era un ph de techos altísimos y colores cálidos, que me encantó. Y creo que él me empezó a gustar un poco más por su casa. Y sus gatos. Y sus besos. Y las caricias que me hacía en la cabeza todo el tiempo hasta que mi pelo quedara hecho una maraña.
Cogimos en el sillón del living y fue mucho mejor que la vez anterior. Dicen que la primera vez siempre apesta y no estoy de acuerdo. A veces incluso la primera vez le pasa el trapo al resto de las venideras. Pero sí es cierto que si la primera no deslumbra, hay que ir a por una segunda sin dudarlo. En esta segunda en particular tuve la certeza de que con más confianza la cosa no podía más que seguir mejorando. Eso sí, en un momento determinado, la miradita esa. Está bien, me pasa que algunas veces, después de acabar, entro en una especie de trance en el que me baja la presión y debo verme medio freak, pero ya era la tercera vez que me echaba una de esas miradas y me sentí muy tonta. Por suerte, las endorfinas orgásmicas no me dejaron ponerme demasiado mal.
Me tomé un taxi hasta mi casa y dormí profundamente hasta el mediodía del día siguiente. Cuando me desperté ya sabía que quería volver a verlo.

jueves, enero 06, 2011

Un taurino neurótico, sin amigos, todavía prendido del fantasma de su ex; pero cómo me hacía reír. Un virginiano apagado, simple, con una extraña obsesión por las tetas. Un capricorniano de ojos increíbles y gran corazón, bueno en los papeles y absolutamente inocuo. Un libriano que ya se ganó todo mi cariño. Un geminiano que constryó en su cabeza una Celeste que no tiene nada que ver con la real, que no entendió nada de nada. Un pisciano lindo, tan lindo; lindo desde todos los ángulos; inspirador, estimulante. Un acuariano que podría ser mi padre; ni mi amante ni mi amigo, sólo mi padre. Otro capricorniano, uno que será siempre un enigma.
Ese fue mi 2010 desde la mirada astrológico-romántico-sexual. Desparejo, desprolijo. A veces aburrido y otras, completamente sorprendente.

El sábado que viene se abre la temporada 2011 con cena-cine acompañada de un acuariano aficionado a la astrología que todavía no sabe que en mi espalda están tatuados los regentes de su signo solar, lunar y ascendente. Un hombre que podría decodificar los símbolos y sorprenderse en vez de preguntar por qué me tatué un número 4 con una sonrisa sobradora y estúpida dibujada en la cara.

Como díriía mi amigo y consejero, yaveremos.

Deséenme suerte.

lunes, enero 03, 2011

Este año no hice balance. Mentira, balance hago casi todos los días. Pero, bueno, a lo que voy es a que mientras tomaba champaña no me puse a pensar en lo bueno y lo malo que me dejó el 2010. Básicamente porque ando bastante anulada y evasiva; por ejemplo, en el transcurso de estos dos últimos días me miré seis películas, terminé la cuarta temporada de Mad Men, empecé la tercera de In Treatment, la única de Freaks and Geeks y me puse un poco al día con la lectura y la escritura.
Eso sí, el balance cinematográfico es un deber anual.

Acá, el mío.
Y el del resto de los bloggers, por supuesto.

Si todavía no viste Machete o Scott Pilgrim vs. The World, realmente no sé qué es lo que estás esperando.
Si todavía no le echaste una mano a Amelie Nothomb, Mario Levrero o Manuel Puig, acercate a tu librería amiga, poné unos pesos y disfrutá de las lecturas de verano.

domingo, enero 02, 2011

Un rato después de las 12 empezó la competencia de fuegos artificiales en alguna manzana cercana a casa. Desde la terraza lo pudimos ver casi todo.
Al principio fue sutil. Uno chiquito verde por acá, otro blanco, un poco más grande, por allá. Pero fue pasando el tiempo y el despliegue pirotécnico fue creciendo hasta dejarnos a los seis con la boca abierta.
Ahí, a metros de mis ojos, racimos de luces coloridas. Círculos, cometas, ramos de coronita de novia, palmeras. Y me sentí una niña. Creo que ni siendo una nena me sentí tan maravillada. Probablemente porque de chiquita era mucho más cínica que ahora.
Los ojos abiertos bien grandes y el corazón latiéndome más rápido que lo usal. Una sonrisa dibujándose en la boca y una sensación difícil de poner en palabras. ¿Ilusión? ¿Esperanza?
Todo eso a partir de fuegos de colores. Todo eso y una emoción que no siempre sé cómo manejar.
Como si tuviera que manejarla.
Como si no alcanzara con dejarme atravesar por los colores y ya.

jueves, diciembre 23, 2010

A Juan lo conocí hace más o menos un año y medio. Salimos un sábado a la noche, charlamos unas cuantas horas y terminé yéndome a casa en un taxi, sola, suponiendo que nunca más iba a verlo en mi vida. No porque no me hubiese gustado, sino porque en ningún momento de la noche el flaco dio algún indicio de interés. Todo muy ameno y un diálogo relativamente fluido, pero no mucho más que eso. Mentira, sí hubo algo más. Algo que en ese momento noté pero no cobró relevancia hasta hace bastante poco: una mirada que me resulta dificilísimo describir. Una mirada que al aparecer siempre me hizo sentir desubicada, distanciada, un poco rechazada. Como si yo estuviera haciendo o diciendo algo inmensamente ridículo y él se horrorizara por verme o escucharme.
Caminando por el pasillo de entrada de mi casa esa madrugada me dije a mí misma que sí, que el muchacho me había gustado, pero que toda la situación me gritaba HE'S JUST NOT THAT INTO YOU, así que decidí no poner ni media ficha y seguir en la mía. En ese momento acababa de salir de un duelo de 6 meses con forma de celibato y, para qué mentir, me estaba poniendo al día por el tiempo perdido.
Para cuando volvió a aparecer yo ya prácticamente me había olvidado de quién era. El tipo mandó un mensaje dos meses después de no haber tenido ningún tipo de contacto y a los pocos minutos de ida vuelta de sms se estaba invitando a mi casa a comer guiso de lentejas casero. Acepté porque estaba en la misma situación que él: caliente y con ganas de comer guiso de lentejas. También porque tenía ganas de cocinarle a un hombre. Aunque supiera que este tal Juan no se merecía (por paracaidista) el placer mezclado con stress que me representa cocinar para un otro, mis ganas de hacerme creer que podía jugar a la casita un rato ganaron. Necesitaba cocinarle a alguien después de tanto tiempo; a alguien que no fuera Nicolás.
Al otro día después de trabajar fui a comprar las cosas para cocinar y me fui para casa. Ani se había ido a lo del novio y Nat estaba de viaje, así que tenía la casa para mí sola. Me bañé, me encremé y me metí en la cocina. Abrí un tinto porque me estaba empezando a poner nerviosa y me puse a cortar, saltear, hervir y guisar. Para el momento en el que el guiso estaba encaminado y él tenía que estar tocando el timbre, yo ya estaba medio borracha, sí, pero bastante más relajada. Tan relajada que no me di cuenta de que no había dejado el fuego al mínimo para que la preparación redujera y pasó lo peor de lo peor: se me quemó el guiso de lentejas. Se me quemó. No hay peor tragedia que se me queme algo; y si es algo que cocino para otro, el sufrimiento es peor.
Ante la desventura culinaria, opté por reprimir mis más puros instintos melodramáticos y me dediqué a seguir entrándole al vino para olvidarme del desastre.
El sexo fue raro. Raro bien, pero raro. Tal vez yo venía demasiado acostumbrada a otro tipo de encuentros, con otro tipo de gente, pero lo que más recuerdo fue la sorpresa -grata- ante su dulzura. No me había parecido en ningún momento un tipo dulce o cariñoso, hasta que me desperté con una caricia muy suave a lo largo de mi brazo y su voz, tranquilísima, diciéndome que se iba.
Recorrí el pasillo de entrada de mi casa como aquella vez hacía dos meses, tratando de ordenar la situación en mi cabeza. Llegué a la misma conclusión que la vez anterior: no poner ni una ficha, seguir con mis cosas; aunque el tipo me gustara. Había algo que no cerraba por ningún costado.

Continuará...



Quiero informar que esto está escrito para el mismo Juan, que, a pesar de haberle pedido que no lea más mi blog, sigue entrando.

Ya está, eh. Leé cuando quieras. De hecho, me dieron ganas de que tuvieras mi percepción de los hechos. Digo, si tantas ganas tenés de saber qué tengo para escribir cada día -aunque no tengas deseos de lidiar con mi presencia en vivo y en directo-, te doy algo para que leas y te sientas literalmente identificado.

miércoles, diciembre 22, 2010

Me saca de quicio que mi jefe simule que leyó novelas que nunca abrió y que toda esta horda de viejas palermogólicas compre cualquier bazofia sólo porque el librero lo recomienda.
Me enerva hasta la ira en los puños que cuando soy yo la que recomienda cosas -que SI leí- me digan que van a volver a pasar cuando esté el señor.
A veces me dan ganas de salir a la puerta con un megáfono y que lo escuche bien clarito toda el barrio: "ESTE SEÑOR NO LEE UNA GOMA, VECINOS, ES UNA ESTAFA DE LIBRERO. EN SUS ÚLTIMAS VACACIONES SE LLEVÓ DAN BROWN Y DURANTE EL AÑO SE DEDICA AL CUENTO ERÓTICO Y NA-DA-MÁS".
Claro que despuès me doy cuenta de que el problema no es él. Ni las viejas chotas que confían ciegamente en su criterio.

El problema soy yo.
No doy intelectual
ni tengo cara de haber leído mucho
me faltan los lentes o portar cierta actitud
no sé qué, pero algo necesito
no me da el piné
la Cassandra de las libreras:
eso soy

martes, diciembre 21, 2010

Recién sobre el tren yendo a Tigre me enteré de que la casa del papá de Nieves quedaba a dos horas de lancha desde la estación fluvial. Debo haber puesto una cara muy particular, porque por un momento pensaron que me parecía demasiado lejos; hasta que expliqué que no, que todo lo contrario, que, justamente, lo que venía buscando era eso: a-le-ja-mien-to.
El río estaba bastante crecido y el primer día no pudimos hacer mucho más que comer tostadas con dulce de leche, tomar fernet, hacer cantos armónicos y hablar. Hablar, hablar y hablar. ¿Cuánto es que pueden hablar tres mujeres juntas? No hay límite. Si hiciéramos un esquema representativo de los temas tocados, nos quedaría un diagrama de árbol, una escala cromática, un mndala mágico, una vía láctea infinita. El sueño nos agarró relativamente temprano, así que a las 2 ya estábamos profundamente dormidas.
El domingo nos recibió con mucho sol, un vientito divino y el río bastante más bajo. Después de la preparación de la salsa criolla, las ensaldas y de la pasta de berenjenas asadas -que oficio de entrada- nos abocamos al asado propiamente dicho y no paramos de comer y tomar tinto con hielo hasta el mismo hartazgo. Creo que existe una sola característica que une a todas mis amigas: el placer ante el buen comer, el goce al cocinar.

Metido en los recovecos del ocio, el pensamiento tratando de emerger desde lo más profundo de las aguas de la negación. Como si la misma idea me hubiera llevado a aceptar sobre la hora la prpuesta de escapada. Como si hubiese sabido que tras 24 horas de descanso y armonía con el hábitat bajaría la guardia lo sufiente como para reconocerme a mí misma lo que venía esquivando desde hacía días.
Enfrentarme a las decisiones apresuradas y drásticas y reconocer que, tal vez, quizás, quién sabe, me apuré un poquito y me pasé de egocentrismo. Perdonarme, entenderme y obligarme a enmendar el error. Volver a sentir la fortaleza, respirar hondo y darme cuenta de que no es tan difícil.

Volví apenas colorada, bastante en paz y con un sentimiento de gratitud que hasta me sorprende.
De repente, me da la sensación de que estas sí van a ser felices fiestas.

sábado, diciembre 18, 2010

Huyo.
Después de una semana en la que pasó de todo y todavía no termina de caer la ficha.
Una gata nueva, terminar con una relación, flores de Bach, un señor seduciéndome, evasión de responsabilidades académicas, escritura, canto, desorden, malestar físico, ataques de ansiedad, el peso y la responsabilidad que trae la mirada del otro.
Huyo.
Nos tomamos el tren con Sol y Nieves hasta Tigre, nos subimos a la lancha, nos internamos en lo profundo del delta.
Como si eso me permitiera saber qué es lo que extraño tanto y no puedo poner en palabras.
Huyo. Me gusta huir.

martes, diciembre 14, 2010

Hoy, un hombre fue al local de Patricia -ex jefa, amiga, peronista y madre postiza-, compró una pulsera, pidió que se la envolvieran para regalo, escribió una dedicatoria en una tarjetita y pidió que entregaran el regalo a la chica de la librería.
Patricia caminó los pocos metros que la separan de la librería con una bolsa lila con un moño. Hizo la entrega con una sonrisa enorme y esperó a que la chica de la librería reaccionara.
La librera pidió detalles de la situación y Patricia describió al hombre regalador como interesante, educado y seductor. Con esos datos, no tardó en saber de quién se trataba; tampoco tardó en ruborizarse.
El hombre tiene edad suficiente para ser su padre -un padre joven, eso sí- y eso lo convierte en algo nuevo a los ojos de la chica de la librería. El hombre tiene otro código, más tradicional, pero no por eso menos atractivo, todo lo contrario.
La chica de la librería sabe que lo que hizo el hombre le va a alegrar el día, porque esas cosas no le pasan nunca y aunque se haga la canchera, es de público conocimiento que cada vez sucumbe más ante ese tipo de gestos.
El hombre hizo la jugada correcta. Ya le tomó el tiempo a la librera.
Una noche llegué del colegio y fui derecho para mi cuarto a tirarme a llorar en la cama. Hacía unos meses que había empezado primer año y tenía el diario íntimo de Garfield lleno de poemitas chotos dedicados a Alejandro, un pibe que estaba en cuarto año y usaba un gamulán mugriento que me enloquecía.
Mi mamá se sentó en una silla y me preguntó qué me pasaba. Le terminé contando porque sabía que no se iba a tragar excusas del estilo "me saqué un 5 en geografía" o "me peleé con fulanita". Le terminé contando porque estaba absolutamente desbordada por la situación. Tanto deseo me sofocaba. Me acarició el pelo y me dijo que no tenía que llorar por nadie, que cualquiera que me hiciera llorar no me merecía. Ah, porque en el matriarcado hay que manejarse en el orden de la meritocracia; y si una no acepta tal orden resulta que se convierte en una débil, hipersensible y pisoteada solterona.
En ese momento no supe poner en palabras que lo que me estaba diciendo me parecía una estupidez enorme; que lo que necesitaba era un abrazo y punto.
Yo no lloraba porque el del gamulán mugriento no me diera bola, lloraba porque no me entraba en el cuerpo el sentimiento, porque la maravilla que me generaba la sensación de enamoramiento adolescente me llevaba a un punto de emocionalidad casi absurda. Lloraba porque estaba sintiendo, y punto.
Tardé muchos años en volver a contarle algo por el estilo. Si llorar por alguien no estaba permitido, bueno, me encerraba en el baño y lloraba en la ducha. O en la plaza antes de entrar al contraturno de computación. O en el colectivo yendo a gimnasia. O en cualquier lugar en el que ella no estuviera.


Hoy fui a visitar a mi mamá y antes de contarle que había decidido ponerle fin a vínculo que me hizo muy feliz durante los últimos meses pero que también me enfrentó a la disyuntiva repitente del quiero-más-y-no-me-lo-van-a-dar-o-corto-por-lo-sano, le recordé esa noche de 1996.
A los cinco minutos ya me estaba diciendo que no me angustiara. Como si la orden pudiera tener algún efecto a esta altura del partido. Seguí llorando y le expliqué que el llanto no venía por no poder concretar algo más con este muchacho sino por esa misma sensación de enfrentarme al sentimiento que había tenido a los trece años.

No me desarma saberme no elegida; me despedaza el hecho de saberme diferente, más sana.
Despedazada en el sentido más literal. Levantar esos pedazos de lo que fui hasta ahora y ver que debajo yace otra, entera, receptiva a su propio deseo, mucho más auténtica. Fuerte.

No sé si esto es evolución.
Sin lugar a dudas es la revolución.

domingo, diciembre 12, 2010

Me pasé el día de ayer en balcones.
En el primero miré, respiré la lluvia. También lo miré a él, muy de reojo, mientras prendía un pucho tras otro y rompía la mitad de las leyes del Código de Señoritas-que-saben-qué-decir.
En el segundo espié a los vecinos de Sol y me sentí entre entera y despedazada. Fuerte, sí, pero hasta cierto punto ajena de tan hipersensible.
En el tercero, piso 17, miré hacia abajo mucho tiempo. Miré también hacia adelante, miré todas las luces, las antenas, los murciélagos, las nubes, los edificios. Miré durante horas y pensé muchas cosas. Lloré apenitas, porque si no se me corría el delineador.

Esto también va a pasar.
Eso me dije mientras se hacía de día.

jueves, diciembre 09, 2010

Estoy a esto de mandar absolutamente todo al carajo. Bueno, el profesorado no, porque es lo único que me dio alegría este año.
Esto no es evolución. Esto es revolución.

viernes, diciembre 03, 2010

Cuando tenés 15, 18, 20, 23 años que te guste o no un flaco está determinado por una serie de variables: música que escucha, carrera que estudia, instrumento que toca, ideología política, libros que lee, directores de cine favoritos (y si no sabe nada de directores, ¡next!), estilo al vestir y cada una tendrá su juego particular de etecéteras.
Sí, sí, después te enamorás de uno que escucha Jóvenes Pordioseros y estudia Organización de Eventos y la vida te tapa la boca. O al contrario, siempre salís con muchachos con buen gusto, ideales e intelecto inquieto y resulta que a la final terminan siendo unos neuróticos tibios que sólo se permiten escribir historias y nunca vivirlas en carne propia. Se imaginarán cuál de los dos casos me toco a mí.

Cuando tenés 26, 29, 32 años esas variables que antes determinaban el curso de un vínculo ya no tienen tanto peso. Qué importa si se sabe todas las letras de Sabina, devora Sidney Sheldon y vota como gorila. No, bueno, esto último sí importa. ¿Realmente tiene importancia que sea artista plástico, estudiante de física o abogado? No, bueno, abogados nunca más; y ya que estamos, guitarristas tampoco.

Y recién ahora me doy cuenta. Mi manía por etiquetarlo todo me movió el eje durante muchos años. Ahora las variables determinantes son completamente diferentes.
Me he convertido en una romántica. Quién lo hubiera dicho.